Algunos expertos consideran que estamos en una fase de transición, donde las dos culturas, la del cemento y la del bit, comienzan a verse por primera vez las caras frente a frente. Ante las dudas que plantea la segunda, sobre todo por la ausencia de precedentes que guíe la toma de decisiones, la tentación de dejarse llevar por las propuestas más espectaculares de la primera perdurarán durante un largo. Pero esto coloca en un lugar preponderante el legado que puede dejar semejante política cuando los cambios sociales, económicos y políticos de la Sociedad de la Información exijan un comportamiento diferente del territorio que ahora se planifica. La primera factura aparecerá en el terreno de la cohesión social, sobre todo por parte de los sectores que queden marginados de los beneficios y oportunidades de una economía basada en la información y el conocimiento. Los ejemplos de este conflicto ya comienzan a manifestarse, unas veces de manera sutil, otras casi de forma grosera. Mientras las fuerzas políticas celebran alborozadas la expansión de Port Aventura y, en su alegría, proyectan la imagen de una Catalunya más preocupada por su futuro como parque temático, todavía estamos a la espera de un debate social sobre las asignaciones de recursos financieros, humanos e industriales dedicados a desarrollar una visión alternativa y más sostenible del país que el mero consumo del territorio para el ocio propio y ajeno.