Editorial 396
Para
mentir y comer pescado, hay que tener mucho cuidado
A
principios de octubre de 2003, el gobierno de George Bush finalmente
archivó uno de sus más controvertidos programas de vigilancia y
control: la TIA (Terrorist Intelligence Awareness, o Alerta sobre
Inteligencia Terrorista, tras varios cambios de nombre), una especie
de servicio para recolectar datos de los ciudadanos de EEUU y de los
que crucen su territorio. La idea, como hemos explicado en otra
ocasión, consistía en reclutar a decenas de miles de ciudadanos
que, por su actividad o profesión, tenían que entrar en los
domicilios para hacer reparaciones u obras. De paso, se les pedía
que, bajo la supervisión del FBI, le echaran un buen vistazo a todo
lo que les pareciera sospechoso o fuera de lugar y elevaran el
correspondiente informe. La alarma que la TIA despertó en las
organizaciones de defensa de los derechos civiles, junto con las
dificultades prácticas de cribar el previsible aluvión de
información con el fin de quedarse con alguna pepita de oro de entre
tanto barro, finalmente mandó el proyecto a un archivador del
Despacho Oval. Pero la gente no ha olvidado y ahora responde con la
GIA, que empezará a funcionar a finales de este año.
La
GIA es lo mismo que la TIA sólo que la T de terrorista ahora es una
G de gobierno. Y, como dicen sus promotores, será en realidad una
CIA (Citizens Intelligence Agency, Agencia de Inteligencia de los
Ciudadanos). Es decir, se trata de un sistema de información
ciudadana para fiscalizar al gobierno, sus personajes, sus
actividades, sus conductas, sus manifestaciones y sus actos. Es lo
que tiene la Red: la tecnología es la misma para todos; la
comunicación, también; y la intencionalidad política surge
espontáneamente de la propia pedagogía de los gobernantes. ¿Querían
vigilar a toda la población, entrometerse en sus vidas privadas,
fisgonear hasta en las arrugas de la ropa interior o en las
entretelas de su intimidad, incluso aunque las leyes prohibieran
expresamente semejante operación policial "preventiva"?
Pues bien, ahora es la ciudadanía la que va a ejercer el derecho
constitucional de vigilar a los gobernantes, exigirles que cumplan lo
que dicen y saber con quién se relacionan y para qué. La web de la
GIA nace con una vocación de memoria histórica de un calado como
posiblemente no se ha planteado hasta ahora ni siquiera en los
relatos de ciencia ficción.
El
proyecto, además, ha surgido del prestigioso Media Lab del
Massachusetts Institute of Technology (MIT) de Boston. Allí, un par
de investigadores colgaron una página sobre el "Gobierno
Abierto" para que los internautas publicaran información sobre
las relaciones de organizaciones, funcionarios y políticos con el
mundo de los negocios y la fuente de las donaciones a las campañas
políticas. Apenas se puso en funcionamiento en uno de los servidores
en el MIT, el sistema tuvo que someterse a revisión ante la
avalancha de tráfico e información que originó en poco tiempo.
Además, surgieron en el MIT las lógicas preocupaciones acerca del
marco jurídico del proyecto. Los investigadores ni moderaban ni
editaban el material que sometían los internautas, por tanto si en
estas informaciones se colaban calumnias o mentiras la institución
quedaba indefensa ante posibles acciones legales por parte de los
afectados.
La
solución, como ya sucedió en el caso de la música y antes en el de
la investigación científica, es un sistema tipo Napster. El MIT no
guardará la información que publiquen los internautas en su
servidor, sino que estará distribuida por redes "peer to peer"
(P2P). De esta manera, estará accesible desde los ordenadores de los
propios internautas que la manejarán o concentrarán de la manera
que lo consideren más conveniente. El MIT suministrará las
herramientas para publicar y buscar la información.
Las
organizaciones de defensa de los derechos civiles de EEUU han
saludado la iniciativa con reservas. Es cierto que la sociedad civil
tiene muchísima más información que la habitualmente publicada por
los medios de comunicación sobre las relaciones entre empresas y
entidades oficiales, así como sobre el comportamiento de
funcionarios en puestos claves dentro de la cadena de toma de
decisiones. Los medios de comunicación, además, suelen actuar
guiados por consideraciones coyunturales que poco o nada tienen que
ver con los intereses de la sociedad civil. Pero el funcionamiento de
esta nueva CIA informal y distribuida en red se enfrenta a
dificultades legales que ni siquiera se conocen bien porque se
adentra en territorios sobre los que no hay ni siquiera una
jurisprudencia clara.
Los
abogados que se han manifestado al respecto hasta ahora mantienen,
sin embargo, una postura optimista. La Agencia de Inteligencia de los
Ciudadanos funcionaría bajo una especie de régimen de "código
abierto". Cada uno escribiría la línea sobre lo que sabe o
puede demostrar y, a través de la red, se irían uniendo las partes
correspondientes para ir construyendo un tapiz de información con
significados concretos. De esta manera, y siempre que los
organizadores -en este caso, el MIT- no edite o modere las
intervenciones, el sistema P2P disminuye el riesgo de acciones
legales contra los promotores.
Lo
que está claro es que el proyecto del MIT, tras la pretensión del
gobierno de vigilar a los ciudadanos a través de la TIA, ha
despertado en vastos sectores de la ciudadanía estadounidense la
conciencia de que también ellos pueden ejercer un escrutinio de las
acciones del gobierno que vaya más allá de la simple delegación de
estas funciones en organismos o comités que, en realidad, forman
parte del problema. Y, lo más importante, es que por primera vez los
medios para hacerlo ya están desplegados -Internet y los sistemas de
redes P2P-, el proyecto ha sido claramente delineado y ahora es una
cuestión de tiempo: lo que tarde la voluntad política de los
ciudadanos y sus organizaciones en expresarse a través de la Red.
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