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Vigilantes de la pantalla
Autor: Luis Ángel Fernández Hermana 06/8/1996 Fuente de la información: Revista en.red.ando Temáticas:
Red de conocimiento
Redes
Comunicación digital
GC-Red
Internet
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Editorial número 31
Lejos de los ojos, lejos del corazón
Hace unos cuatro años tuve que buscar unas series estadísticas
sobre la población española. Las pedí a la oficina pública
correspondiente en Madrid, al servicio de estudios económicos de un
conocido banco y... escudriñé en Internet y Compuserve a ver qué
encontraba. Por esta última vía llegué en pocos minutos a un centro en
Ohio donde encontré todo lo que necesitaba y mucho más, no sólo sobre
España sino sobre la población de casi todos los países de este agitado
mundo. Mientras elaboraba el artículo para El Periódico, recibí un
mensaje del servicio de estudios del banco anunciándome que en una
semana me dirían dónde podía consultar los datos solicitados. De
Madrid, nada todavía. Es cierto que la información era un poco
quisquillosa. Pero lo era para todos: para el banco, para la
administración pública y para la entidad de Ohio.
En los últimos años, en España todos nos hemos enterado —sin posibilidad de alegar ignorancia so pena de destierro social al
reino de los lelos— de que el Barça ganó y perdió sendas finales de la
Copa de Europa de fútbol, que Indurain era intratable en el Tour de
Francia, que ha habido un cambio de Gobierno en medio de múltiples
casos de corrupción política y... que hemos sufrido un espectacular
período de sequía que casi provoca un éxodo de mano de obra agrícola
hacia Marruecos en busca de trabajo. Cada vez que he querido buscar
información en las redes sobre la cuestión del agua, he encontrado con
gran facilidad abundante literatura sobre los problemas de California,
la envergadura de las infraestructuras de Arizona, la postura al
respecto de todo el abanico de movimientos en defensa del medio
ambiente de EEUU, etc, etc. Pero nada, absolutamente nada, sobre lo que
nos estaba pasando a nosotros.
Cuento este par de anécdotas al hilo de los dos últimos
números de en.red.ando y las respuestas que han suscitado en algunos
lectores, quienes coinciden en señalar la necesidad de desarrollar
contenidos propios en Internet, pero, por otra parte, no ven nada malo
en encontrar esos contenidos en otros servicios, sean de EEUU,
Madagascar o Pakistán. Y estoy de acuerdo (con la salvedad de que
Madagascar y Pakistán no los ofrecen ni los ofrecerán durante unos
lustros: la información no se acumula en determinados lugares por
aglomeración azarosa). Mis argumentos no iban por la senda de la
perversidad intrínseca de todo lo estadounidense. En diferente grado,
cada uno hemos mamado y seguimos mamando de ese crisol de donde emanan
los efluvios de la cultura de EEUU. La cuestión, lógicamente no es ésta. La cuestión es si nosotros tenemos nuestro propio crisol o no. Si
la respuesta es sí, la siguiente pregunta es qué hacemos con él en el
ciberespacio (si es no, ya está todo respondido).
Para referirme a un área en concreto, el del medio
ambiente, en España tenemos un rico tapiz de asociaciones, entidades y
organismos de diferente tipo dedicados al análisis, protección o
agresión del medio ambiente. Muchos de ellos producen voluminosos
trabajos, se embarcan en iniciativas de gran calado o dedican cientos
de horas a cumplir con objetivos puntuales de enorme trascendencia.
Pero no hay forma de que el gran público (y doy por sentado que en
Internet hay gran público, a pesar de las precisiones que este concepto
requiere en esta fase de la Red) acceda ni a la información, ni a los
conocimientos, ni a la acción que éstos proponen. Este considerable
esfuerzo se mantiene enclaustrado en ámbitos locales predeterminados
por el alcance de la circulación de papeles y de las relaciones
inter-pares. Es un círculo vicioso. Precisamente el tipo de círculo
vicioso que las redes vienen a cortar por lo sano —como Alejandro
Magno con el nudo gordiano—, a transformar la simpleza de la
circunferencia, donde todos sus puntos permanecen controlados, en la
complejidad del entramado descentralizado y desjerarquizado. Es el
salto de lo local a lo global sin tener que desnaturalizar los rasgos
propios.
Si uno quiere saber qué ocurre con nuestras costas, por
ejemplo, deberíamos tener acceso a los resultados obtenidos por
nuestros vigilantes del medio ambiente en Valencia o en otras partes
del país, que con gran dedicación controlan tramos del litoral para
ofrecer una visión alternativa a la —usualmente triunfalista—
oficial. Lo mismo se aplica a los vigilantes de tramos de río en el
País Vasco, que mantienen en jaque a las empresas contaminantes. Estos
"vigilantes de la playa" deberían tener su correspondencia en los
vigilantes de la pantalla. Debería ser tan sencillo y expeditivo
obtener información de ellos, como de las organizaciones que cumplen un
cometido parecido en París-Texas o Toledo-Ohio. Con la enorme
diferencia de que la información procedente de nuestro ámbito adquiere
de inmediato un valor por aproximación que la otra posee en grado mucho
menor. Estos son los contenidos —uno de los tantos posibles— que el
movimiento cívico de nuestro país debería estar proponiendo ya para
incorporar a Internet. |
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