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Ecosistemas digitales
Autor: Luis Ángel Fernández Hermana 04/6/1996 Fuente de la información: Revista en.red.ando Temáticas:
Internet
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Editorial número 22
El que solo come su gallo, solo ensilla su caballo
La cooperación entre competidores pareciera ser un principio que
violenta el darwinismo al uso que rige nuestra vida económica. Aunque
las recientes teorías de la biología comienzan a inclinarse por
potenciar el factor cooperativo a la hora de examinar la evolución, la
ley del más fuerte sigue ejerciendo un poderoso atractivo no sólo en el
campo de las ciencias. Pero quizá ha llegado la hora de poner en juego
el principio de la cooperación entre competidores en función del
ecosistema en que se encuentren éstos y el tipo de urdimbre que deben
tejer entre ellos para mantener en funcionamiento la fábrica de la vida.
Internet parece estar recreando todos los elementos básicos de dicho
ecosistema, un ámbito nuevo donde las fuerzas sociales, economías y
políticas se ven las caras de una manera diferente, en un entorno
distinto y, por consiguiente, con un conjunto de pautas de
comportamiento insólitas, sobre todo si tenemos en cuenta la
experiencia acumulada por nuestra sociedad desde la revolución
industrial. Algunos, que quizá han visto más de lo que todavía ofrece
el nuevo hábitat digital, ya se han atrevido a pronosticar "la muerte
de la competición", como James Moore, cuyo libro del mismo título es
todo un éxito de ventas en EEUU.
Algo de esto ocurre, desde luego, en el ciberespacio.
Basta echar un vistazo al número de conferencias, simposios, talleres,
foros, etc., organizados por los medios de comunicación tradicionales
con el fin último de compartir experiencias. Nunca había ocurrido nada
igual, ni en dimensiones, ni en contenido, ni mucho menos en
intercambio de información estratégica por parte de los interlocutores.
Aunque no se mencione de manera explícita, se reconoce de todas maneras
que el nuevo medio permite un tipo de actividad cooperativa que sería
impensable en el mundo de papel. Pero los viejos hábitos no se
abandonan. Este intercambio de información e incluso de proyectos, este
despunte de un tipo de relación diferente de la que ha predominado
hasta ahora, todavía no rompe el estrecho corsé del "ellos y nosotros".
Efectivamente, parece como si se estuvieran librando torneos
diferentes. Por una parte, los medios de comunicación tradicionales,
depositarios del fuego sagrado de la credibilidad, al menos de la
credibilidad basada en el átomo. Por la otra, los medios de
comunicación que han brotado dentro del ciberespacio y para los cuales
el entorno cooperativo es tan natural como el aire que respiran. Son
dos experiencias diferentes, incluso ya podemos hablar de dos
tradiciones culturales que todavía ni siquiera se rozan. Aquellos
tratan de descubrir cuáles serían los mecanismos que les permitiría
"posicionarse" en el nuevo ecosistema. Estos, pertenecen a ese
ecosistema y lo utilizan con la sabiduría ancestral del cazador que ha
vivido durante generaciones en el bosque.
El punto de roce donde estos dos mundos todavía contrastan
sus respectivas personalidades, como si fueran las señas de identidad
que permite distinguirlos a distancia, es, como ocurre en cualquier
hábitat, el uso de los recursos, lo que el ecólogo Ramón Margalef
llamaría la economía de la energía. La mayor riqueza de los medios de
comunicación tradicionales, su mayor tesoro, reside en sus archivos y
sus redacciones. El archivo es como una caja fuerte donde ha ido
depositando un capital precioso que, hasta ahora, sólo disfrutaba la
propia redacción. Internet le permite rescatarlo y convertirlo en su
joya más preciada. Hasta ahora, los medio de comunicación
tradicionales, sin embargo, apenas han conseguido abrir esta caja
fuerte en su todavía incipiente desembarco en el ciberespacio. Y, por
tanto, apenas han entrevisto las enormes posibilidades de establecer
nuevas relaciones con multitud de sectores sociales a los que trataban
solamente como clientes (potenciales) y que, ahora, por virtud de la
virtualidad digital, se convierte en insoslayables compañeros de viaje.
En el fondo, lo que las empresas de comunicación tradicionales deben
dilucidar no es sólo el problema técnico de adaptar los archivos a los
requerimientos del nuevo ecosistema, sino la cuestión política (y
cultural) de reciclar a su propia redacción para desempeñar de
receptores y emisores de información que el entorno intractivo del
ciberespacio requiere y exige. Mientras esta cuestión no se aborde con
todas sus implicaciones, predominará en los medios de comunicación
tradicionales la tendencia de inclinarse hacia el espectáculo
audiovisual más que a proseguir con lo que verdaderamente conocen, la
adquisición y procesamiento de información acorde con la etiqueta de su
cabecera, pero adaptada ahora a un entramado cooperativo que
precisamente es el que otorga sentido a la aún etérea idea de la
sociedad de la información. Contra más se tarde en reconocer esta nueva
situación, más se retrasará también la detección de los agentes
sociales (de la educación, la cultura, la vida ciudadana, la vida
institucional) con los que deberían trabajar en las redes. Fuera de
este ecosistema digital cooperativo, lo único que impera es una cada
vez más estéril ley de la selva.
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