Editorial 387
A
perro flaco todo son pulgas La
respuesta del gobierno de Bush a la muerte de sus soldados en Irak es
elevar cada vez más “el umbral de la seguridad” en EEUU. Ante
todo, hay que mantener la tensión para que luzca la preocupación
del gobierno por la protección de los votantes y que estos no se
desparramen ante el estruendo del fracaso en Oriente Medio. Y cada
nuevo apretón en pro de la seguridad se traduce en otro intento de
recorte de los derechos civiles de los ciudadanos para defender la
“nación asediada”, la cual engorda a ojos vista gracias a las
teorías conspirativas con que la alimentan Bush y su gente. Este
verano le tocó, lógicamente, a los aeropuertos, que es donde estaba
casi todo el mundo en algún momento del período vacacional. Allí
se endurecieron todas las medidas de vigilancia y control hasta los
extremos de la paranoia más estéril. Los profetas del estado
orwelliano y del Gran Hermano aprovecharon para pintarnos, una vez
más, un paisaje tremendista de control oficial y supervigilancia de
la intimidad más íntima de cada individuo. Pero, como siempre,
sobre todo en la era de Internet, esa era la parte más paródica de
todo este teatro. Al
Gobierno de EEUU le interesa que el mensaje quede claro: “Mientras
nuestros muchachos mueren por una causa justa, nadie va a venir a
volar nuestras casas como hacen esos bárbaros que no dudan en
bombardearse entre ellos mismos con tal de sembrar el caos y el odio
contra nuestra civilización”. Cuanto más cristalino es este
mensaje, más transparente es también la respuesta popular: cada vez
está más oscuro eso de la reelección del actual presidente, que es
lo que verdaderamente está en juego. Y cuanto más nuboso sea el
futuro de Bush, más van a apretar los Rumsfeld y compañía para
hacer vivir a la nación en un estado de sobresalto y suspicacias
crecientes. No puede ser que ahora, precisamente ahora que están en
la cresta de la ola imperial, se les escape la madre de todas las
tetas: chulear a la comunidad internacional y someterla a sus
intereses estratégicos. Estas elecciones que vienen van a salirle
muy caras a los ciudadanos de EEUU y, por extensión, a los que se
crucen en el camino de la Casa Blanca. Y
no sólo por la patológica tendencia a la vigilancia de la banda
bushiana. A fin de cuentas, todo lo que están haciendo en este
terreno es sumar incompetencias y preparar un marco de inestabilidad
social como jamás han imaginado. La sumatoria de todos los datos
personales para “anticipar el futuro y saber todo sobre todos y
cada uno de los habitantes del planeta”, como decía uno de los
apologetas del proyecto TIA (no confundir con la famosa agencia de
Mortadelo y Filemón, se trata del Total Information Awareness
promovido por el Pentágono), es algo que viene sucediendo desde hace
años. Sus resultados están a la vista. Las
agencias tributarias de casi todos los países del mundo ya tienen
acceso a los pagos por tarjeta de crédito, cuentas bancarias,
suscripciones a medios, facturas de todo tipo, etc. La policía y las
administraciones regionales o municipales, también, o están a
punto. Algunos de los gobiernos autónomos de España preparan
proyectos para que un nuevo documento nacional de identidad contenga
la firma electrónica para Internet, identificación sanitaria y
fiscal, amén de todos los datos posibles y por haber de cada
individuo. Todo ello, claro está, dentro de una política de
“armonización de la información personal” a escala europea. La
concentración de estos datos y su transferencia entre
administraciones ha progresado a velocidades crecientes en medio del
desinterés social por un tema que afectaba tan directamente a la
intimidad de las personas. En los años 80, cuando el gobierno
socialista español preparaba la ley de tratamiento automatizado de
datos personales, un grupo reducido de gente -entre ellos Julián
Marcelo, uno de los pioneros en la lucha contra la intromisión del
estado y las entidades corporativas en la esfera de los datos
privados, y la Asociación de Técnicos de Informática (ATI)-
fundamos la Comisión de Libertades e Informática (CLI). Este primer
intento de llevar a la opinión pública el debate sobre este tema se
saldó con una serie de declaraciones y de reuniones semioficiales.
Pero, a la vuelta de casi dos décadas, la administración pública
española (y no es una excepción en el mundo industrializado) está
muy bien preparada para cruzar datos personales de todo tipo. Y
no sólo los estados. Cada vez más todos dispondremos de mayores
posibilidades de incrementar nuestra intromisión en la vida de los
demás. El Mundo Red (si se me permite este concepto) apenas ha
marcado sus fronteras. El último grito en la recolección de datos
es el “polvo inteligente”, sobre el que investigan varios
laboratorios. Este polvo está constituido por motas de sensores
inalámbricos que se pueden comunicar entre ellas, crear redes
autónomas de comunicación y verificar prácticamente cualquier
cosa: temperaturas locales (al aire libre o en espacios cerrados,
desde habitaciones a calderas nucleares), tráfico de personas y
máquinas, la salud de animales en hábitats remotos, la posibilidad
de erupciones volcánicas... Ya han comenzado a sonar las alarmas por
lo que pueda significar que las redes de “polvo inteligente”
suministren chorros infinitos de datos sobre la Tierra y sus
habitantes. Sólo que, en esta ocasión, en principio cualquiera
podrá conectarse a la red de polvo que más le interese. ¿Quienes
serán entonces los vigilantes y quiénes los vigilados? Mientras
tanto, los vendedores de miedo se encargarán de esparcir la
mercancía y de hacer resaltar los casos que ilustran la bondad del
producto. Cuanto más alharaca armen, mayores las posibilidades de
enterrar bajo el ruido los debates que, sobre todo en Internet,
denuncian, por una parte, la estulticia del gobierno de Bush con sus
caperucitas conspiradoras y, por la otra, proponen medidas y
salvaguardas para manejar la creciente marea de datos personales en
manos de las administraciones públicas y privadas, recurso del que
ya se habían apropiado sin necesidad de recurrir a las alarmas
terroristas. Aquí
es donde está el verdadero meollo del asunto: quien vigila a los
vigilantes. Es decir, cómo se controla el uso de los datos
personales en un mundo en red, sobre todo en los casos en que pueden
ser utilizados para configurar determinados contextos individuales o
colectivos. Está claro que ya no basta con el acceso público a
dichos datos para “corregirlos o borrarlos”, como se proponía
hasta ahora. Las redes han incrementado la circulación de datos
personales a escalas inimaginables, como también lo ha propiciado la
creciente colaboración entre agencias policiales de diferentes
países y la integración de los sistemas financieros y de las
telecomunicaciones. Ahora lo amenazado ya no es la intimidad, porque
lo que se sigue considerando como intimidad hace tiempo que está
rendida a la gestión social, económica o política. Ahora la
amenaza es la inexistencia de controles públicos e independientes
que permitan saber quién está utilizando qué y para qué.
Controles que deberían cristalizar en oficinas del tipo “consumidor
de datos”, o entidades parecidas, reconocidas legalmente y con la
facultad de exigir la revocación de cargos públicos u otro tipo de
sanciones para quienes hayan utilizado inapropiadamente datos
personales. La queja por la
omnipresencia del estado o por su creciente apetito por nuestra
intimidad se basa en una ilusión peligrosa: eso no está sucediendo
ahora y es lo que pretende conseguir. Perdón, señores profetas de
la libertad individual basada en la inviolabilidad de los datos
personales, eso hace mucho tiempo que está sucediendo, ya sea por
derecho o por hecho, por vía legítima o criminal. Lo que no está
ocurriendo es que la sociedad perciba el verdadero significado de
esta cesión de su personalidad individual y colectiva y no se
plantee, por tanto, la necesidad de construir (previo los debates
públicos del caso) los controles necesarios para saber quiénes y
para qué usan los datos. Y, según el caso, la necesidad de que
respondan legalmente de sus acciones, aunque estén inspiradas por la
beatífica e inalcanzable meta de la seguridad. En
los próximos años vamos a a asistir al doloroso parto de estos
impostergables debates públicos sobre el control de quienes
controlan datos sensibles personales y colectivos. Y uno de los
principales impulsores será, irónicamente, el propio Gobierno de
EEUU bajo el peso de las barrabasadas que cometerá por sus ansias
desquiciadas de convertir a la seguridad en un activo electoral. De
ahí a pensar que sus proyectos de fiscalización personal permitirán
anticipar el futuro no deja de ser un sarcasmo ante su gestión
actual de la crisis iraquí. Su gran oreja electrónica, Echelon
(véase “Las orejas del lobo”, Editorial 102 del 13/1/1998),
estaba preparada para detectar conversaciones sobre bombas,
terrorismo y conspiraciones en todo el mundo. Y lo único que viene
sucediendo desde el 11/9/01 es que todo el mundo no para de hablar de
otra cosa, ya sea por teléfono o por Internet. Tarea complicada ésta
la de separar el buen grano de la mala paja (dicho sin ulteriores
intenciones).
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