Editorial:
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El
mentir pide memoria
Buenas,
sr. Bush jr.: me gustaría contarle un par de cosas antes de que el
ruido machaque las palabras. El viernes 21 de septiembre me desayuné
con un estentóreo titular en el periódico que leo habitualmente:
Bush advierte que "quien no está con nosotros, está contra
nosotros". Usted se refería, al parecer, a la lucha contra el
terrorismo, a que no iba a aceptar ninguna "neutralidad" en
la lucha contra el terrorismo. Aunque le cueste creerlo, se puede no
ser "neutral" ante el terrorismo (hay mucha literatura y
mucha historia al respecto, que ustedes conocen de primera mano), sin
que, como contrapartida, haya que avalar todo el escenario que usted
está preparando, no sólo para luchar contra el terrorismo, sino
también contra nosotros, los ciudadanos de a pie, a los que usted
pretende sumergir en el líquido del terror social para ver si nos
ahogamos de una vez. Por eso, definitivamente no estoy con ustedes en
esta reedición de las cruzadas medievales con tecnología punta.
Creo que las cosas se pueden hacer de otra manera sin tener que poner
primero el misil sobre la mesa. Y al hilo de esto, viene la segunda
cosa que quería contarle.
Llevamos
ya dos semanas de pleno ejercicio por su parte de chantajes abiertos
o encubiertos, de instigación a corrupciones de todos los colores
para tratar de torcer la voluntad de gobiernos y pueblos con el fin
sublime, en esta ocasión, de combatir al terrorismo mediante una
guerra larga, quizá infinita, como indica la sarcástica
denominación con que su publicista de la Casa Blanca ha bautizado el
despliegue de efectivos militares por el mapa asiático (Operación
Justicia Infinita). Ahora todos los cañones apuntan a Osama Bin
Laden, según ustedes un estratega sublime, responsable del
terrorismo del pasado, el presente y el futuro, que huye a caballo
por las montañas de Afganistán mientras urde las redes de la guerra
global desde un país sin apenas conexión a Internet, un sistema
telefónico ruinoso controlado por los talibán y poca electricidad
(véase Afganistán en el mapa lumínico del planeta elaborado por la
NASA). Con razón la CIA, a pesar de haberle entrenado y financiado
durante años, sabe tan poco de él: los satélites no encuentran
señales que rastrear, el sistema de GPS es todavía tan burdo que no
detecta la emisión de olores con los que, al menos, podría fijar la
posición de la cagada de los caballos de Bin Laden y su gente. Todo
llegará.
Tras
Osama, los cañones apuntan a los talibán. Y tras ellos, ¿a quién?
Esta guerra sin escenario, sin enemigo fijo, móvil, permanente,
¿tiene sólo como objetivo "eliminar el terrorismo allí donde
se encuentre", sin saber donde se encuentra? Porque resulta que
al primer punto al que están llegando sus tropas, las repúblicas
que rodean por el norte a Afganistán, no son precisamente un punto
geográfico cualquiera. Desde la caída del imperio soviético, allí
se han encendido más movimientos guerrilleros que mecheros en un
concierto de Sting. Y, además, hay petróleo, mucho petróleo. Como
usted sabe, como buen tejano al que las compañías de su estado ya
le deben haber informado cumplidamente, alrededor del Mar Caspio se
encuentra la segunda mayor reserva de petróleo del mundo. Pero los
países ribereños no se ponen de acuerdo en la modalidad de
explotación (¿es un lago o un mar interior?, según lo que se
decida se comparte el recurso o cada uno tira por su lado).
Lo
más importante, sin embargo, es que, a pesar de la intervención
constante de su gobierno durante estos últimos 10 años en la zona,
unas veces directamente a través de medios diplomáticos, otras de
operaciones encubiertas que después salen en la revista Time, o de
los tejemanejes de las corporaciones que pretenden quedarse con este
tesoro negro, todavía no se ha logrado un acuerdo sobre la mejor
forma de sacar ese petróleo al mercado. No está claro por dónde
pasarán los oleoductos: ¿Rusia, Turquía (miembro de la OTAN),
Irán, Afganistán y Pakistán? ¿Dónde desembocarán, en el Mar
Mediterráneo o en el Golfo Pérsico? Esta es, desde luego, una
decisión estratégica de enorme importancia, tanto para los países
afectados, como para la economía occidental y oriental, léase Japón
y China. ¿Tiene esto algo que ver con los que ustedes --y sus socios
de la OTAN y Unión Europea-- están ofreciendo a algunos gobiernos,
con sus cambios de postura aún a riesgo de sublevaciones sociales y
religiosas, con esa decisión de ir con ustedes hasta dónde sea en
el combate contra todos los Bin Laden que, presumiblemente florecerán
una y otra vez, como amapolas afganas, durante los próximos años
hasta que este otro asunto se resuelva?
Antes
de pasar a mayores, permítame aclararle, para que Echelon y toda la
parafernalia alrededor de este fenomenal sistema mundial de escuchas
de su discreta Agencia Nacional de Seguridad no se me eche encima,
que los detalles de esta historia son públicos, están sacados de
declaraciones de las empresas, expertos y los gobiernos involucrados.
Todo se ha publicado en periódicos respetables que desde sus páginas
editoriales han dejado en claro, sin tapujos de ninguna clase, que
"están con ustedes" hagan lo que hagan. Estos medios, sin
embargo, por algún desliz de la memoria, no han mencionado ni
siquiera de pasada qué ha venido sucediendo últimamente en el lugar
donde están aterrizando sus marines. Todo lo cual torna el asunto en
un cuento de misterio: ¿por qué tanto de Osama y tan poco de esto?
Aparte
de Rusia, los países implicados directamente en el petróleo del
Caspio son Azerbaiján, Kazajstán (una potencia nuclear),
Turkemenistán y Uzbekistán, país éste donde han desembarcado sus
soldados y "mucho material secreto", según la CNN (échele
un vistazo al mapa, aunque seguro que lo conoce muy bien). Bajo el
suelo de estos países hay una bolsa certificada de 40.000 millones
de barriles de petróleo, aunque los expertos consideran que puede
alcanzar fácilmente los 200.000 millones de barriles. Kuwait, en
comparación, se queda en 97.000 millones de barriles. Es decir, que
las reservas del Caspio son las segundas más abundantes del mundo en
estos momentos y, además, no están en la esfera de la OPEP, algo
que usted y sus colegas de Rusia o la Unión Europea sin duda
aprecian en todo su sentido. Por ahora, esto huele demasiado a "otra
Somalia".
Ya
en 1994 se dijo que la guerra de Rusia contra Chechenia era un
intento de Yeltsin de yugular las pretensiones chechenas de controlar
uno de los posibles trazados de los oleoductos, que empalmaría con
los de la madre Rusia procedentes de Siberia. Mientras esa y otras
guerras se sucedían sin solución de continuidad, muchas sin saberse
muy bien por qué empezaban o cuál era el objetivo de tanta
carnicería y tanto sufrimiento, se fueron celebrando numerosos
acuerdos que culminaron en la creación de varias compañías mixtas
y en convenios de explotación de los yacimientos. El capital privado
era mayoritariamente occidental y tiene nombres propios bien
conocidos. Los diferentes consorcios creados hasta ahora tienen como
protagonistas a British Petroleum, las estadounidenses Amoco, Unocal,
Pennzoil, Exxon, Ramco y McDermoth, la noruega Statoil, la italiana
ENI, la franco-belga TotalFinaElf, la anglo-holandesa Royal Dutch
Shell y la saudí Delta-Nimir.
Sin
embargo, no ha habido forma de ponerse de acuerdo sobre los
oleoductos. La feroz guerra de Chechenia, las bandas armadas de
Georgia y las otras repúblicas, las sanciones contra Irán, las
pretensiones turcas de controlar el grifo final del caño, etc., toda
la política de la región parece conspirar contra las doradas
promesas del Caspio. Sale petróleo, pero en cantidades
insignificantes. En 1996 parecía que Yeltsin lo había conseguido al
acordar con Kazajstán y el sultanato de Omán la construcción de un
oleoducto de 1.500 kilómetros por unos 1.500 millones de dólares de
entonces. Se creó incluso el Consorcio de Oleoducto del Caspio,
donde estaban las compañías de su país Chevron y Mobil, las rusas
Lukoil y Rosneft, la italiana Agip y British Gas, entre otras. Pero
ha habido mucha sangre, mucha matanza en la región desde entonces,
sin el correspondiente duelo mundial ni la necesaria cobertura
televisiva. Y los planes de Yeltsin naufragaron (o los hicieron
naufragar) en ese torbellino.
Clinton
consiguió que Turquía, Azerbaiján y Georgia firmaran un acuerdo en
noviembre de 1999. Parecía que EEUU finalmente se salía con la suya
y se construiría un oleoducto de 1730 kilómetros por 2.400 millones
de dólares. Además, miel sobre hojuelas, no pasaría por Rusia,
donde ya existe una parte considerable de este tipo de
infraestructuras que abarataría los costes, con lo que el golpe
económico a este país era demoledor. Un competidor menos. Sin
embargo, aquel acuerdo, al que se unió en marzo de este año
Azerbaiján, todavía no es más que una propuesta para crear el
marco legal de la explotación y la distribución del crudo por parte
de las compañías. Nada más. Las armas siguen muy calientes, no se
sabe muy bien con quién se firma, ni por cuánto tiempo. La región
hierve de grupos armados y entrenados con dinero islámico, con el
suyo a través de la CIA (como hicieron con Osama Bin Laden), el de
los rusos y el de tantos otros navegantes de conveniencia. La
cuestión ahora es, de nuevo, por dónde se trazará el oleoducto.
¿Volverá una de las ideas que, antes de los talibán, ya estaba
sobre la mesa: sacar el petróleo a través de Afganistán y Pakistán
hacia el Golfo Pérsico? Un proyecto así no será fácil. Requiere
mucha ingeniería política y militar. Pero todo apunta a que estamos
en ello, ¿no?
O
sea, hemos llegado hasta aquí y no hay forma de terminar la historia
con un "fueron felices y comieron perdices". Todo lo
contrario. Surgen preguntas difíciles de formular y más difíciles
aún de contestar, al estilo de aquellas que finalmente se
extendieron como un sudario opaco sobre la muerte de Kennedy o tantos
otros acontecimientos similares. ¿Quién ha promovido o instigado
realmente el tremendo ataque contra Nueva York y el Pentágono? ¿Con
qué intenciones? ¿Quién está pagando las consecuencias? ¿Quién
se va a beneficiar de las represalias? ¿Hasta qué punto no sabemos
para quien trabajamos o a quien aplaudimos? O sea, sr. Bush jr.,
brotan otra vez las preguntas de siempre tras la estela del hilo
conductor que ustedes tan bien nos han enseñado a buscar: sigue el
rastro del dinero y encontrarás la respuesta.
Claro
que, le acepto la sugerencia, éste es tan sólo uno de los hilos
posibles. Es cierto, el mundo es cada vez más complejo y no hay una
sola lectura, ni siquiera la de su amada Biblia, capaz de darnos las
claves de tantas desgracias como usted está dispuesto a perpetrar en
el nombre de un gesto de reparación que huele demasiado a venganza y
ajuste de cuentas. Pero, como le han dicho unos cuantos intelectuales
en su país (véase el excelente artículo de Norman Birnbaum en el
periódico español El País el 21/9/01) es usted una víctima de su
propio pasado y, ante disyuntivas como ésta, otros ya le marcaron el
camino. Pero, permítame que se lo diga así para no alargarme
demasiado, tengo la impresión de que se está cavando su propia
tumba, porque el mundo -perdone que se lo repita una vez más- ya no
es lo que era.
Simplemente
no le creemos la fenomenal mentira que todos sus corifeos tratan de
inyectar directamente y sin anestesia en nuestra neuronas. Y este
acto de descreimiento es el que nos pone a muchos al otro lado: por
eso no estamos con ustedes en esta guerra. La nuestra, por ahora, es
tratar de aprovechar al máximo lo que las redes nos permiten hacer:
hablar, intercambiar ideas, contaminarnos con otras experiencias que
ustedes no quieren que conozcamos, sin fronteras de ninguna clase.
Estamos seguros de que hablando y negociando llegaremos mucho más
lejos que usted, y con bastante menos ruido. No hace falta que se lo
explique: Internet es nuestra mesa de debate y la interacción la
palanca para cambiar las cosas, a pesar de ustedes. Cuando finalmente
se aposente el polvo del maremagnum que ustedes están armando, todo
esto se verá más claro.
Hasta
entonces.
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