Editorial 262
Tomar
la cosa a pechos da fin a los hechos
En
la Red, en principio, "nos vemos todos", como corresponde
en una red de arquitectura abierta como Internet. Y, además, nos
vemos todos como números, como 0 y 1 (de ahí aquella conversación
entre perros ante un ordenador: "La ventaja de Internet es que
nadie sabe que eres un perro"). Por suerte, la tecnología
digital permite tales conjugaciones que aparecemos por la red con
nombres y apellidos, fotos, vídeos, identidades electrónicas ante y
después de la arroba, etc. Pero todo ello no quita que sigamos
siendo números que nos encontramos con otros números para
intercambiar más números. Este es uno de los rasgos más
sobresalientes de un entorno electrónico tan peculiar como Internet
y, curiosamente, uno de los menos pensados, a pesar del impacto
demoledor que tiene sobre todos sus usuarios. De hecho, lo que
estamos diciendo es que diferentes culturas personales, familiares,
sociales, profesionales, corporativas, religiosas, políticas,
educativas o nacionales, las cuales a veces incluso confluyen todas
en una sola entidad numérica, actúan frente a otras con las que
jamás ni siquiera se habría rozado, de no ser por las redes. Ahora
lo hacen, y lo hacen como números, lo cual no deja de ser una
identidad nueva, otra capa más a sumar a las anteriores, con sus
peculiaridades propias. Es decir, con la posibilidad de generar ella
misma una cultura arraigada en el ámbito donde se desenvuelve: el
entorno virtual creado por redes de ordenadores interconectados.
Esta
característica de Internet no debiéramos perderla de vista cuando
decimos, como decimos casi todos, que la capacidad para crear y
desenvolverse en redes es el rasgo esencial de la Sociedad del
Conocimiento. Porque esas redes, a menos que las conformemos con un
exclusivo grupito de viejos amigos, apenas adquieran la dinámica del
entorno virtual, nos obligarán de inmediato a tener que negociar
nuestra relación con los demás a través de un complejo e íntimo
proceso cultural que nos asalta casi sin previo aviso. Por lo
general, nos encontramos solos y desarmados frente a este dilema. No
hay lugares donde nos enseñen cómo afrontarlo, cuáles son sus
reglas, mediante qué comportamientos o acciones podemos adquirir
rápidamente la experiencia necesaria para afrontarlo con garantías
de éxito. Cuando se habla de alfabetización digital, ésta --la
negociación en la red-- es precisamente una de las asignaturas
básicas de la lógica virtual que me viene a la cabeza, y no que
alguien enseñe cómo funcionan los programas lectores de correo-e
(por más que también sea importante: pero no hay que confundir la
cuchara con comer con la boca abierta).
Este
proceso de negociación es permanente, hagamos lo que hagamos en la
Red. Y nuestra mayor o menor capacidad para asumirlo, para
incorporarlo en las rutinas con que nos desenvolvemos en ella marcan,
en gran medida, nuestra capacidad para aprovechar las oportunidades
que nos ofrece el mundo de las redes. De hecho, la propia habilidad
para crear redes donde podamos obtener o generar --y gestionar--
información y conocimiento pertinentes, tanto por las
características de su producción como por quienes participan en
esta actividad, depende de esta capacidad de negociación entre
diferentes culturas enmascaradas tras series de números capaces, por
razones del lugar en el que se encuentran, de generar una cultura de
síntesis nueva, una cultura de red.
Por
esta razón, nosotros, en en.red.ando,
pensamos que uno de los perfiles profesionales cruciales de la
Sociedad del Conocimiento será el de moderador de redes. Su
presencia será determinante para que la creación y desarrollo de
redes progrese mediante un proceso guiado de negociación entre los
participantes, que garantice la consecución de los objetivos que se
proponga, ya sea organizar el trabajo en un determinado ámbito
virtual o real, desarrollar procesos de aprendizaje de diferente
tipo, dirigir proyectos en o entre varias organizaciones, obtener
información en un área específica del conocimiento, etc. El
moderador, en consecuencia, tanto por sus atributos profesionales,
como por su experiencia y el tipo de actuación que debe desempeñar,
se irá revelando como una piedra de toque esencial en función de
las redes de las que formemos parte.
En
las redes que nosotros creamos a través de en.medi@,
toda la actividad está moderada. Esta es una actividad que, de una u
otra manera, hemos venido desarrollando desde hace muchos años , lo
cual nos ha permitido no sólo reflexionar sobre ella, sino poner a
punto metodologías de trabajo que, dado que no tenemos abuelita que
nos consuele, no nos duelen prendas admitir que nos ha colocado en
una posición privilegiada en el mundo de las redes. De hecho, el
propio desarrollo y crecimiento de la revista en.red.ando,
sustentada sobre la contribución de decenas de internautas que han
vertido en "sus páginas" sus experiencias en diferentes
ámbitos y aspectos de la Red, ha sido desde el principio un
privilegiado ejercicio de moderación. Pero no ha sido, desde luego,
la única experiencia en tal sentido. Por ejemplo, la organización
de la fase online del Primer Congreso Internacional de la Publicación
Electrónica (Mayo de 1998) también se basó en gran medida en un
trabajo de moderación.
La
primera función de la moderación, la más importante, es crear la
metodología de trabajo dentro de la red y garantizar la estabilidad
de los intercambios entre sus miembros. El moderador no es tan sólo
una "máquina de aprobar --o rechazar-- mensajes", que lo
hace en uno u otro sentido, en el segundo, en particular, para
eliminar el "spam" o la publicidad no solicitada. El
moderador está en contacto permanente con los participantes y
orienta las formas de participación de cada uno para elevar su
capacidad de generar información en provecho de la red. Su función
no es filtrar, modificar o censurar mensajes. Todo lo contrario,
orienta, armoniza las inevitables diferencias culturales entre los
participantes y trata de encontrar el tono más adecuado a la cultura
que va cuajando en la red a medida que ésta crece.
Una
de las rutinas más frustrantes de las listas de discusión es cuando
alguien emite una opinión y tropotocientos se sienten obligados a
decir "Estoy de acuerdo", "Y yo también". En
en.medi@,
el moderador le recuerda al participante que está en una red de
generación de contenidos y conocimiento, por tanto le sugiere que
fundamente por qué está de acuerdo o en qué exactamente. Muchas
veces, los participantes se sorprenden a sí mismos cuando deben
razonar su postura. Entonces descubren que, a veces, no estaban tan
de acuerdo con lo dicho por otra persona como estaban dispuestos a
admitir con un simple y expeditivo "Y yo también". Este
tipo de percepción está en la base del crecimiento personal y
colectivo, pues permite descubrir aspectos que, al diseminarlos por
la red, forman parte de su inteligencia colectiva y del proceso de
aprendizaje en común.
Los
moderadores también establecen las pautas de la participación,
dentro de los límites que la flexibilidad aconsejan. Y esto lo hacen
tanto en los intercambios personales que, a veces, con tanta
facilidad se convierten en "disputas necesariamente
negociables", como respecto a los contenidos de dichos
intercambios. Por ejemplo, los argumentos atribuidos a otras personas
(u obras) deben ir referenciados, así como la documentación que se
aporte. No hay nada más frustrante que, en una "economía de la
atención", alguien te diga: "Mírate esta web", sin
ninguna indicación de qué me voy a encontrar, por qué me podría
interesar o a cuento de qué viene el consejo.
El
moderador establece en este sentido una pauta de comportamiento en
atención al respeto hacia los demás. Documentación y páginas web
referenciadas son los cimientos básicos de la calidad de la
información aportada, de su credibilidad y fiabilidad, así como de
la credibilidad y fiabilidad de quien la aporta y, al mismo tiempo,
se convierte en un recurso inapreciable para toda la red y las redes
conectadas a ella a través de sus respectivos archivos.
El
moderador, finalmente, cumple dos funciones más (y con esto no
concluimos, por supuesto, su perfil). Por una parte, al ser el único
que está al tanto del flujo de información que la red está
generando a cada instante (no sólo en la zona de debate, sino
también en las de aportación: véase el editorial "El amigo de
Woody", 10/4/2001), puede regular
su ritmo para evitar un "choque infosomático" que paralice
a los participantes. Por la otra, dirige el proceso de crecimiento de
la red, ya sea mediante una intervención directa en los debates que
se suscitan en ella, o al elaborar periódicamente los resultados de
su actividad, orientar sobre la creación de nuevas áreas de
aportación a tenor de lo que demanden los usuarios, elabora
estrategias de comunicación para diseminar la producción de
información y conocimiento de la red, indicar a los gestores de
conocimiento en red sobre las necesidades emergentes o las nuevas
áreas de investigación que están proponiendo los participantes,
etc.
Toda
esta actividad, que requiere una capacidad de negociación tan
elevada como la que el propio ciberespacio nos propone por su
particular configuración, sería simplemente una labor de mediación
--interesante e importante, sin duda, pero insuficiente para hacer
crecer la actividad de los usuarios-- si no estuviera respaldada por
otros perfiles profesionales que completan la arquitectura humana y
tecnológica de las redes. En primer lugar, los gestores de
conocimiento en red, a quienes dedicaremos unas líneas la próxima
semana.
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