Editorial 260
Manos
que no dais, ¿qué esperáis?
"¿Dónde
puedo encontrar información de calidad, fiable, que me interese?",
"Usted ¿qué buscador utiliza?", "¿Cómo sé quién
sabe qué y cómo hago para que me transmita su conocimiento?".
Estas son posiblemente las tres preguntas más repetidas por los
internautas, ya sea en la soledad de su navegación o cuando tienen
la oportunidad de expresarlas en un foro, sea de la naturaleza que
sea. La semana pasada di cuatro conferencias seguidas en dos días en
tres ciudades (y sobreviví al intento, creo). Una sobre gestión de
conocimiento en una conocida compañía de seguros, otra sobre
educación online en un centro de reciclaje de maestros, otra sobre
organización de la información en la Universidad Complutense de
Madrid y la última tomó la forma de un chat moderado en Inicia.es.
Pues bien, en todas ellas surgieron, de una u otra manera, las
preguntas mencionadas que, al mismo tiempo, conforman sin duda el
punto de arranque sobre cualquier reflexión acerca de la actividad
clave en la Sociedad de la Información: la gestión del
conocimiento. O, lo que aquí, en en.red.ando,
denominamos Gestión de Conocimiento en Red (GC-R).
Por
más que uno lee sobre esta cuestión, no deja de sorprenderme el
alejamiento considerable entre el sentido común y los planteamientos
en boga. A veces tengo la impresión de estar leyendo esos libros de
recetas de cocina que te muestran una gastronomía exquisita, te
explican incluso cómo cocinarla, pero no tienes forma de acercarte
ni en sueños al plato que te muestra la fotografía: la distancia
entre el ser y el deber ser es una categoría histórica que no se
salva tan sólo con buenas intenciones. Algo parecido sucede con la
GC-R. Nos arrojan multitud de recetas con recomendaciones
grandilocuentes, pero pocas explicaciones solventes sobre la mezcla
de ingredientes y la temperatura necesaria y por cuánto tiempo para
obtener el plato apetecido.
Cuando
uno examina cuál es la información importante para cada individuo,
colectivo o empresa, la respuesta es obvia, pero se olvida con
extraordinaria facilidad: la información que uno más aprecia es la
propia o la que sirve para enriquecerla. Es la información en la que
se ha invertido mayor cantidad de energía para conseguirla y
cultivarla. Y esto es así en todas las facetas de la vida, desde la
familiar hasta la profesional o la dedicada al ocio. Curiosamente,
cuando nos metemos en la Red, abandonamos este principio rector.
Empezar a navegar y apreciar de inmediato la información de los
demás parece un sólo acto. Coleccionamos buscadores y páginas
curiosas como si fueran cromos de una colección interminable. Así
saltamos, casi sin advertirlo, del buscador al que fiamos la
responsabilidad de encontrar la información que nos interesa, a la
frustración de sus resultados. Hasta que vamos aprendiendo a
combinar el disparo desde un formulario mágico con búsquedas algo
más difusas apoyadas en alguna gente a la que le solicitamos ayuda
(a veces con demandas tan curiosas como: "Por favor, dígame
todo lo que sepa sobre comunicación digital", a lo que uno se
ve obligado a responder: "Mire usted, hasta las cuatro y cuarto
de esta tarde la situación estaba así...."). Todos hemos
pasado por esta experiencia.
Esta
actividad titubeante es un reconocimiento implícito de la
característica fundamental de la gestión de la información y del
conocimiento en la era de Internet: su eficiencia y la calidad de su
resultado depende de la eficiencia y la calidad de las redes que
construyamos para obtener esa información y ese conocimiento. Y no
hay red más eficaz y de mayor calidad, ni más inteligente, que la
propia, que la construida alrededor de nuestros propios intereses.
Las palabras clave aquí, como en todo sistema que se proponga
gestionar conocimiento en red, son "pertinencia y pertenencia".
Generación y gestión de información y conocimiento pertinente en
un contexto definido por la afinidad que convoca a sus participantes,
por su pertenencia a ese ámbito de información y conocimiento. No
se trata, en realidad, de una experiencia nueva: algo parecido
hacemos con las redes familiares, de amigos, de ex-alumnos,
profesionales, incluso dentro de la organización o empresa donde
trabajamos.
Ahora
bien, ¿dónde reside la diferencia en la era de Internet? Pues en
que la Red nos propone un espacio común, donde de repente todos nos
vemos. Todos y todo lo que producimos, sea en el ámbito que sea, en
principio es transparente. Y eso plantea problemas insoslayables,
desde la necesidad de cortar la Red a nuestra medida, hasta la
definición de los objetivos que permita establecer sus límites,
todo ello sin perder la funcionalidad y las ventajas que ofrece
Internet. La cuestión, entonces, consiste en regresar al terreno que
conocemos y confeccionar "ex-novo" la red a la que queremos
pertenecer por razón de la pertinencia de su contenido. Y aquí es
donde comienzan las dificultades. Porque el espacio virtual posee
características peculiares que no permiten una traslación mecánica
de las redes del mundo real al ciberespacio.
Para
empezar, la Red promueve un abanico de posibilidades impensable en el
mundo físico. Ya sea de manera informal, o profesional o en el
trabajo, a través de la Red nos encontramos con quienes nunca
estableceríamos contacto. Y lo hacemos comunicándonos con ellos a
través de informaciones, ideas, conocimientos. A priori, no sabemos
si estos contactos son útiles, provechosos, interesantes...., a
menos que se produzcan en el contexto de una red poblada por quienes
poseen ciertas afinidades que permiten crear procesos de
retroalimentación de la información y el conocimiento que
comparten.
Ahora
bien, ¿estamos hablando de cualquier red? ¿de un grupo de amigos
que se conecta por correo electrónico? ¿de un departamento de una
empresa que se comunica por la red de área local? No, por supuesto,
estamos hablando de redes donde hay que invertir la energía y la
inteligencia equivalente a la que ponemos en juego cuando queremos
conseguir algo. En suma, nos referimos a sistemas de información con
contornos específicos para que los individuos, las empresas, las
instituciones, los colectivos, creen y se organicen en redes, tantas
como sean necesarias desde el punto de vista de los contenidos y los
conocimientos que se buscan o son necesarios para su funcionamiento,
o de los objetivos que se propongan alcanzar. Redes intensivas en
inteligencia: obtengo lo que busco, mejora lo que tengo, ofrezco lo
que se me solicita y proyecta la actividad conjunta de sus
participantes.
La
pregunta de inmediato es, ¿cómo se configura una red de este tipo?
¿cómo llegamos a resultados tangibles sin quedarnos en las
declaraciones imperativas de intenciones del tipo "el
conocimiento es lo más importante en la Sociedad de la Información",
"primero averigüe la información que le interesa, después
aprovéchela", "hay que hacer mapas de conocimiento",
"descubra quién tiene el conocimiento para captarlo y
distribuirlo en la organización" (lo cual suena a una especie
de: "Se busca conocimiento vivo o muerto. Se recompensará.").
¿Existen formas de configurar estas redes de manera discreta, sin
necesidad de artilugios especialmente adaptados al ordenador u
ordenadores que yo o mi organización posee? ¿Cómo pongo mi
conocimiento en una red y como sé que esa es "la buena"?.
Sobre esto reflexionaremos la próxima semana.
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