Editorial:
273
De
lo que ganes, nunca te ufanes; y de lo que pierdes, ni lo recuerdes
Con
el aire todavía saturado por las secuelas de los actos celebrados en
Barcelona contra el suspendido encuentro del Banco Mundial, nos hemos
visto de nuevo envueltos en la retórica del denominado movimiento
antiglobalización. Como ya he dicho en otras ocasiones, en esta
canasta están entrando cosas que tienen que ver con este proceso y
muchas otras que le son ajenas, que vienen de muy lejos, pero que
añaden su pizca de confusión al debate. Tengo la impresión de que
vamos a tardar bastante en ponernos de acuerdo sobre qué entendemos
por globalización y decantar consecuentemente los campos de
actuación para saber dónde está situado cada uno, y dónde cada
una de las cuestiones que se atribuyen a esta especie de rodillo que
todo lo puede.
En
el caso del periodismo, hemos vivido diferentes oleadas de
acontecimientos, cada una de ellas con sus propias peculiaridades,
pero que, ahora, a la vista de las fusiones entre grandes compañías,
de la formación de conglomerados mediáticos donde se mezclan
empresas de medios de comunicación con operadoras de
telecomunicación, pareciera que la única explicación posible a
este baile de empresas y de cifras es, por supuesto, la
globalización. Sin embargo, me parece que, por traumáticos que
parezcan estos movimientos, en realidad estamos viviendo la
efervescencia de una serie de tendencias que despuntaron, sobre todo,
en los años setenta y que, además, no tenían nada que ver con la
susodicha globalización. Tendencias cada una de ellas armada con su
propia lógica y que comienzan a converger junto con Internet y, a
veces propiciadas por ésta, lo cual colabora bastante a difuminar
los contornos del debate.
Aunque
en un artículo de estas características no se puede ahondar lo
suficiente en cada una de estas tendencias, intentaré por lo menos
apuntar algunos de sus rasgos más sobresalientes:
La
microelectrónica llama a la puerta.
En
los años 70, el tradicional sistema de producción de los medios de
comunicación basado en la máquina de escribir y el plomo fue
sustituido por la microelectrónica, en particular en los principales
periódicos del mundo occidental. La resistencia a este cambio fue
tenaz. Hubo conflictos épicos en Fleet Street (sede de los grandes
medios británicos), en The New York Times, The Washington Post y
muchos otros periódicos. Se cerraron algunos medios y muchas huelgas
desembocaron en asaltos a talleres gráficos. Cuando el polvo se
asentó tras la batalla, el paisaje había cambiado
considerablemente. Aparte de los cambios más evidentes en las
redacciones y los talleres de los medios de comunicación, había
aparecido un nuevo sistema de procesar, almacenar y distribuir
información, barato en comparación a sus prestaciones y ubicuo en
cuanto a sus funciones.
La
vida está en los medios.
Desde
mediados de los setenta, y sobre todo en los años ochenta, se desata
el furor que podríamos denominar "sólo existe lo que aparece
en los medios". La pugna por la presencia mediática de toda
entidad social conduce a que todo individuo, colectivo, empresa,
organización, administración, etc., con una misión en este mundo
se dote de su correspondiente gabinete de comunicación, de su órgano
de información corporativo. En pocos años se multiplica
exponencialmente el número de emisores de información cuyo destino
natural era "salir" en los medios de comunicación. La
pugna por el espacio (y el tiempo de atención) comienza a
convertirse en una categoría organizadora del contenido de los
medios.
La
era del asalto (desde mediados de los ochenta).
El
crecimiento constante de los emisores de información significa, en
realidad, el crecimiento constante del volumen e importancia de la
información corporativa. Las audiencias y la publicidad calientan
este proceso que genera múltiples alianzas estratégicas entre
medios y corporaciones (políticas, comerciales, económicas,
culturales, espirituales, religiosas, estatales) que van más allá
de la mera afinidad ideológica. Al mismo tiempo, esta pugna por
mantener audiencias -(por encontrar el equilibrio entre espacio
informativo y tiempo de atención)- desencadena una espiral sin fin a
partir del matrimonio P&P (Promoción y Publicidad). P&P
entendida no como la fórmula tradicional de generar ingresos a
través de la publicidad y la promoción, sino como una actividad
intrínseca de los propios medios: la información corporativa del
medio de comunicación se convierte en noticia de primera plana. El
círculo iniciado en los años setenta hasta cierto cierto punto se
cierra.
La
globalización que nadie pidió.
En
1969, sin que nadie lo demandara, sin que el capitalismo lo exigiera
(porque, en realidad, no lo necesitaba), sin que sus autores ni
siquiera imaginaran lo que estaban haciendo, apareció la
globalización. El primer ensayo de cuatro ordenadores
interconectados en otras tantas universidades de EEUU creó un nuevo
espacio, un espacio virtual, cuyas características fueron definidas
por los técnicos e ingenieros que lo diseñaron como una "Red
de Arquitectura Abierta" (RAA). La podían haber articulado de
otra forma, con otras características. Pero, por motivos del
proyecto (y del momento) la prefirieron así.
¿Y
cuáles fueron estas características de la RAA?:
a)
El contenido lo pondrían los usuarios.
b)
el acceso sería universal: todos verían lo que había en la Red.
c)
el acceso sería simultáneo: todos se verían, aunque no estuvieran
conectados en ese momento.
d)
el acceso no dependería ni de distancia, ni de tiempo, siempre que
el usuario lograra conectarse a un ordenador de la Red.
e)
la red crecería de manera descentralizada por la simple adición de
ordenadores (servidores).
f)
la red crecería de manera desjerarquizada, es decir, ningún
ordenador controlaría las funciones de los demás.
Estas
dos últimas decisiones fueron verdaderamente sorprendentes si
tomamos en cuenta que el proyecto estaba respaldado por la
organización más centralizada y jerarquizada que ha parido la
humanidad en mucho tiempo: el Ministerio de Defensa de EEUU. Este
espacio virtual tenía, pues, un rasgo muy peculiar: los usuarios no
tenían que moverse de donde estaban para procesar, almacenar o
distribuir información, pero lo hacían en todo el espacio virtual
de inmediato, de manera visible para todos los demás. En otras
palabras, actuaban localmente en un entorno global. Y éste, a su
vez, dependía para su desarrollo de lo que denominamos la fórmula
PIC: Participación, Interacción y Crecimiento (de la información y
conocimiento en la red a partir de los dos factores anteriores). Por
si fuera poco, a este sistema se le añadió poco después el correo
electrónico.
Nada
ha cambiado desde entonces, ni cuando la red tenía cuatro
ordenadores, ni ahora que tiene más de 80 millones. Ni cuando tenía
14 usuarios, ni ahora que tiene más de 400 millones. En principio,
salvo particularidades personales, todos los usuarios de esa red
tienen voz, pueden manifestarse, pueden relacionarse, pueden actuar.
Es decir, sin que nadie lo pidiera, aparecía en una zona cautiva de
la sociedad (el estamento militar y los centros de investigación de
EEUU) un nuevo modelo de comunicación descentralizado, horizontal,
multicéntrico, basado en la acción de los propios usuarios. Todo
ello en un entorno global, sin que nadie tuviera que moverse de su
casa (o puesto de trabajo).
A
principios de los 90, cuando el Ministerio de Defensa y la National
Science Foundation (NFS) deciden que ya no invierten más en aquella
red (denominada ArpaNet), comienza el proceso de interconexión de
todas las redes basadas en su protocolo de comunicación --TCP/IP--
que habían florecido durante los años 80: ArpaNet, Compuserve, AOL,
APC, Prodigy, redes académicas, comunitarias, "free-nets",
etc). Así nace Internet (Internetworks, Entre-redes). Nadie la
solicitó. Nadie y mucho menos el Banco Mundial, los grandes centros
del capitalismo o los departamentos estratégicos de las
transnacionales. Pero el efecto sobre todos ellas, sobre todos
nosotros, fue brutal. Es la historia de estos últimos 6 años.
Las
audiencias se multiplicaron, las alianzas de los años 80 se
convirtieron en fusiones en toda regla, las fronteras mediáticas
comenzaron a dibujarse con dos polos cada vez más nítidos. Por una
parte, los grandes conglomerados con sus intereses tradicionales pero
sin comprender muy bien cómo sacar ventaja de eso que llaman
globalización, aparte de tratar de invadir cuanto espacio les
ofrezca la sospecha de alguna rentabilidad. Por la otra, la voz de
millones de personas que hasta ahora eran la carga pasiva del modelo
de comunicación industrial. Millones de personas que irrumpen para
unir voces, tejer nuevas relaciones, abrir nuevas fronteras, explorar
las posibilidades de las relaciones virtuales. Millones de personas
que comienzan a experimentar que, gracias a esa construcción
tecnológica tan peculiar que da lugar a un espacio glocal
(global/local), ellas pueden impulsar la globalización, exigir que
se las escuche, transmitir información y conocimiento, construir
incluso un nuevo "status quo".
Entre
ambos polos hay todavía un extenso territorio. Donde antes había
sólo un tipo determinado de información, que oscilaba entre la de
corte generalista hasta la más especializada, ahora aparecen muchos
otros tonos, segmentados desde una perspectiva personal, que el
modelo tradicional de comunicación no podía satisfacer. Aparece, en
realidad, una capacidad nueva para expresar demandas que aquel modelo
no se podía permitir al estar estructurado de arriba abajo, de
manera jerárquica y orientado por la oferta.
Sin
duda, la confrontación que estamos viviendo es formidable. En la
superficie aparece fundamentalmente el resplandor del choque entre,
por una parte, los grandes conglomerados, temerosos de la
globalización porque esto significa tener que escuchar y actuar en
consecuencia. De ahí que, a pesar de ciertos cambios en su retórica,
su huida hacia adelante sea precisamente antiglobalizadora: yo sigo
decidiendo lo que es mejor para los demás (v.gr.: Banco Mundial).
Por la otra, las redes cortadas a medida de los intereses de las
personas, los colectivos, los movimientos sociales, las empresas y
las organizaciones que desarrollan sistemas de interrogación para
escucharse, expresarse y satisfacer las demandas. Este es el núcleo
duro del movimiento globalizador y el motor que tira del nuevo modelo
de comunicación de la sociedad de la Información.
(*)
Este texto sirvió de base a la Conferencia que pronuncié sobre
Periodismo y Globalización en el Centro de Cultura Contemporánea de
Barcelona el 25/6/01. En el evento, organizado por el Sindicato de
Periodistas de Catalunya, también participaron el sociólogo Manuel
Castells y Alfredo Maia, presidente del Sindicato dos Journalistas de
Portugal.
|