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Cuatro Españas para sobrevivir

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
06/12/2009
Fuente de la información: La Vanguardia
Temáticas:  Medio ambiente  Ciencia  Ecología 
Artículo publicado en el Suplemento Dinero del periódico 
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España necesita otras tres Españas completas para proporcionarnos los recursos que consumimos y transformar los residuos que generamos cada año. Si subimos en la escala de los países industrializados, estas disparidades son cada vez más fenomenales. Si descendemos por esa misma escala, el infierno aparece muy pronto encarnado en países que sobreviven sin llegar a consumir ni una quinta parte de la media global.

Este es uno de los temas que se pondrá sobre el tapete de la reunión de Dinamarca sobre el cambio climático a partir del próximo día 10 de diciembre para comprobar, una vez más, que no estamos muy dispuestos a modificar esta fotografía del planeta: la huella ecológica de los países más contaminantes deja una impronta destructiva que crece día a día. Esto no requiere ningún tipo de maquillaje, ni siquiera por científicos deseosos de justificar sus impresiones personales forzando sus datos.

La reunión de Copenhague llega 23 años después de la primera conferencia mundial sobre cambio climático, que se celebró en Hamburgo en 1988. Las expectativas son bajas, a pesar de la presencia de Barak Obama, cubierto por la alargada sombra del Congreso de EEUU. Desde que los cambios globales en el clima saltaron al ruedo político en Hamburgo, EEUU no ha aceptado nunca ningún tipo de acuerdo entre naciones que pusiera en tela de juicio su soberanía económica.

Hamburgo fue premonitorio. Allí apareció Mishael Budyko, el verdadero padre del cambio climático. Este climatólogo soviético contradijo casi dos décadas antes lo que hasta entonces era una postura sin fisuras de la ciencia occidental: el planeta se dirigía hacia una pequeña edad del hielo como punta de lanza de un enfriamiento global. Budyko, sin embargo, desde el Instituto de Hidrometría de la Academia de Ciencias de Moscú, llegó a la conclusión de que el aumento de las emisiones de CO2 estaban calentando el planeta.

No obstante, Budyko no abogó por “detener el cambio climático”. Todo lo contrario. En una exposición que dejó sin aliento a los delegados de la conferencia, aquel hombre corpulento, cabeza totalmente rapada, casi sin cejas y pestañas, explicó que con el clima no se podía experimentar, que no había forma de echar para atrás lo que ya se había hecho. Por eso proponía contaminar más para propiciar un aumento de la temperatura media que abriera nuevas tierras a la explotación agrícola y hacer frente así a los previsibles desafíos que tendría que afrontar una población en constante crecimiento. Budyko miraba a Siberia, al Sahara y al cinturón de cereales de EEUU que se desplazaría hacia el norte.

¿Nos hemos desplazado nosotros hacia algún lado desde aquel discurso de Budyko? La respuesta es la huella ecológica, que define el área de tierra/agua necesaria para producir los recursos consumidos y asimilar los desperdicios generados por una población concreta, traducido a un estándar específico de vida en cualquier lugar del mundo en el que esa población se encuentre. Según el informe de 2008 del WWF, nuestra huella ecológica actual excede en casi un 25 por ciento la capacidad del planeta para regenerarse.

¿Cómo es posible? Muy sencillo, unos pocos consumen lo que está más allá de sus fronteras. Las huellas ecológicas de las grandes ciudades son 2 o 3 veces más grandes que las áreas que ocupan físicamente. Gran Bretaña se come toda su producción cada año más rápidamente, ahora lo consigue en tres meses. A partir de entonces vive fundamentalmente de los demás. La huella ecológica de la humanidad excedió por primera vez la biocapacidad del planeta en los años 80, precisamente cuando emergieron los problemas globales de origen antropogénico, como el agujero en la capa de ozono, la contaminación transfronteriza, el cambio climático o la pérdida neta de biodiversidad.

Esta es la madre del cordero del cambio climático... y del comercio internacional. La huella ecológica nacional o regional está determinada por sus patrones de consumo y por su población. Pero cuando se mira desde el punto de vista personal, resulta que mientras que EEUU consume más de 18 hectáreas por persona al año, China y la India apenas llegan a una hectárea (con poblaciones comparativamente muy superiores) y Europa supera las 8hs.

Por tanto, la cuestión que se dirime a través del debate del cambio climático es: ¿dónde está el punto de encuentro? ¿Cuánto y de qué manera deben reducir su consumo los países ricos y hasta dónde deben “progresar” los países en desarrollo antes de que el sistema quiebre, sea lo que sea lo que eso signifique? ¿Y cómo se consensúa algo así? Aquí no valen negacionismos, porque por más que se incremente la capacidad productiva del planeta, lo que ha dejado en claro todas las negociaciones del cambio climático es que, hasta ahora por lo menos, nadie quiere reducir ni un ápice de su estándar de vida, ni siquiera ante el riesgo de un colapso de los sistemas productivos del planeta. Dinamarca parece que tampoco será la estación del gran acuerdo.

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