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Mutación semántica

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
09/7/2008
Fuente de la información: Madrimasd
Organizador:  Madrimasd
Temáticas:  Medio ambiente  Política  Ciencia 
Artículo publicado en Madrimasd
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En plena evolución semántica, podemos decir que ya ha cuajado esa mutación tan profunda que, dado que nosotros mismos somos los protagonistas, apenas tenemos tiempo –ni recursos mentales- para darnos cuenta de su trascendencia. Simplemente, seguimos el guión y punto. Este cambio tiene que ver con algo que se ha señalado muchas veces en los últimos años. Lo podríamos denominar la “marketización del discurso”. Es decir, la conversión de cualquier frase u oración, por no decir análisis o evaluación, en una autoventa de lo que se dice. No sirve declarar voy a hacer esto o lo otro. Hay que rotundizar: esto o lo otro que voy a hacer (o he hecho) es fantástico, lo mejor, soy el primero, lo único, lo nunca visto. Repito, ya hace un tiempecito que se viene señalando esta mutación semántica. La diferencia ahora es que se ha completado. Ya no hay discurso alternativo. No importa la barbaridad que hayas cometido. Al explicarla, basta con que digas: “Esto es algo maravilloso e histórico” Y, hala, tan fresco.

Algunos achacan este fenómeno a los medios de comunicación o a lo que denominan la cultura mediática. Sí, claro, los medios tienen mucho que ver, pero ellos solos no explican la capa bituminosa, sin poros, que se ha extendido por la sociedad. Ya nadie te cuenta lo que hace, sino lo fantástico que es lo que hace y la enorme repercusión favorable que tiene. Y nadie pregunta, porque ese es el discurso que estamos condicionados para escuchar. Pero, como no puede ser de otra manera, entre los pliegues de este despliegue de autobombo, se cuelan otros mensajes, con sordina, pero ahí están. Por ejemplo (porque, a fin de cuentas, todo esto viene a cuento, claro está, de un ejemplo, cualquiera, basta que refleje el estado de las cosas y permita ver el calado de la mutación semántica): en medio de un arsenal de medidas de la Unión Europea para proteger mejor a sus ciudadanos, extender y espesar sus derechos democráticos y los de los inmigrantes (que no sabían a lo que se estaban exponiendo sin campos de concentración legalmente reconocidos), defenderlos de las lagunas legales que los dejaba inermes ante las turbas administrativas o alternativas, aparece Sarkozy como presidente  de la UE. Y, en su discurso inaugural, además de prometer más beneficios para todos nosotros, aunque no los hayamos pedido, incluye otra perla: se declaró favorable a una “fiscalidad ecológica” con una componente proteccionista.

Uno diría de inmediato: ¡Ah, bueno, si es fiscalidad ecológica para proteger el medio ambiente, pues ya era hora! Pero no, se trata de poner tasas especiales a los productos procedentes de países que no respeten los límites de las emisiones de dióxido de carbono. Es decir, lo que ha hecho Francia, entre otros pocos, durante unos 200 años, lo cual nos ha obligado a establecer límites a las emisiones del archifamoso gas. Y Sarkozy siguió hablando por la neurona mutada de la semántica: “Lo que prohibimos a nuestras empresas no se lo podemos permitir a quienes nos venden sus productos, porque penalizaríamos los nuestros. La reciprocidad será la prioridad de mi presidencia”. E, inmediatamente, elaborado el producto procedió a venderlo: “Europa debe imponer al resto del mundo este modelo de protección ambiental. Esta es la Europa que protege al planeta y lucha contra el calentamiento global, y también protege a sus trabajadores de las deslocalizaciones”. El resto del mundo, claro está, no es EEUU, por poner un ejemplo de país donde las emisiones de CO2 representan el sopotocientos por ciento del total. No. El resto del mundo son las economías emergentes o directamente hundidas.

Todos sabemos que esto del medio ambiente y del cambio climático es algo muy complejo. Pero la ventaja que tiene el marketing “a la Gore”, como el practicado en esta ocasión por Sarkozy sin levantar cejas en la audiencia, es que las soluciones son muy sencillas. Si “ellos”, a quienes nunca les hemos dejado que nos vendan y además los hemos sometido comercialmente gracias a nuestra poderosa política de subvenciones y tarifas aduaneras, ahora salen de pobres y empiezan a copar mercado, pues les cortamos las alas que para eso vienen pringadas de CO2. Y seguimos controlando las reglas del comercio internacional. Eso sí, en aras de la lucha contra el calentamiento global, que es uno de los últimos eslóganes de este marketing del lenguaje.

La ciencia, por supuesto, no es ajena a esta perversión que se ha instalado entre nosotros, a esta forma de contarnos a nosotros mismos lo que hacemos, cómo lo hacemos y, sobre todo, para qué lo hacemos. La tremenda competencia entre las revistas científicas, la avalancha de gabinetes de comunicación desde institucionales a simplemente personales (uno mismo en cuanto nos ponen una audiencia real o digital por delante), los centros museísticos de ciencia agitando la bandera para atraer a visitantes, la lucha sin cuartel, pero con guante blanco ¿eh?, por los fondos menguantes para I+D, etc., componen una especie de akelarre donde se tira a la hoguera todo tipo de encendidos elogios que no permiten discernir claramente lo que antes se llamaba análisis de lo que ahora se llama “vender el producto”.

Si a este cocido le añadimos la salsa de la crisis, entonces el mejunje es simplemente ensordecedor, aturdidor. Al final, como no consigamos alguna proteína mágica que nos enderece este gen que se nos ha torcido tan aviesamente, simplemente no sabremos de qué estamos hablando (ya no digo para qué), algo que ya comienza a suceder con preocupante frecuencia. Y todo esto que comento es sin tomar en cuenta Internet, porque ahí sucede exactamente igual, pero elevado a la potencia que tenemos en la Red para elaborar, empaquetar, transmitir y distribuir mensajes autolaudatorios, sobre todo esa patética y repetida declaración: “Somos líderes en…”. Me recuerda a aquel chiste en que se veían cientos de edificios de una ciudad, con sus miles de ventanitas donde había en cada una de ellas una silueta de una persona que decía: “Yo no pienso igual que los demás”. Casi sin darnos cuenta, hemos llegado a una especie de personalidad miasmática.

De todas maneras, les ruego que no olviden que este artículo es simplemente brillante y deberían recomendarlo a todos sus amigos y conocidos, avisándoles de paso que lo han leído en un medio digital sensacional que publica los mejores análisis de ciencia y tecnología que pueden encontrarse en la Red. Por una vez, por lo menos, si les da por el autobombo, que tengan razón. Que la gente sepa que ustedes no son unos cualquiera y que sólo consumen Internet pata negra. ¡Somos los mejores!
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