Artículo publicado en Madrimasd++++++++++++++++++++++
En las multitudinarias ferias dedicadas a la telefonía móvil se produce una curiosa división según sea el continente que las acoja. En la de Barcelona, por ejemplo, se potencia el aspecto lúdico, divertido o participativo en el uso del móvil. Considerado como un aspecto más de la personalidad, se enfatiza la individualización de las carcasas del chisme, las melodías preferidas o la posibilidad de intervenir de alguna manera en las decisiones de los concursos o los “reality shows” más populares de la televisión. Últimamente, ha ido ganando terreno el amplísimo y diverso campo de los juegos, las mini películas, los programas de TV y la posibilidad de ver películas completas, con subtítulos y todo, gracias a memorias cada vez más potentes empaquetadas en pastillas que uno puede confundir fácilmente con un remedio o un caramelo.
Sin embargo, cuando la parafernalia ferial se traslada de continente, sobre todo al sudeste asiático (Singapur) o a África (El Cairo), aparte de toda este catálogo de prometedoras maravillas dedicadas al ocio, la diversión y a forrar la cuenta de explotación de una multitud de empresas de cuya existencia el sufrido suscriptor del servicio de telefonía móvil no tiene la más remota idea, aparecen otras aplicaciones que a nosotros, los habitantes de la zona opulenta del planeta, “no nos dejan ver”. Entonces el aparatito móvil pierde gran parte de su areola de entretenimiento y se convierte en parte del arsenal para garantizar la supervivencia: desde la posibilidad de acceder a mercados que antes permanecían clausurados por falta de información, hasta la creación de aulas móviles que persiguen a los chavales allá donde se encuentren, ya sea faenando en el campo, en labores domésticas o en lugares remotos donde acudir a la escuela supone invertir media jornada ya sea caminando o en vehículos de tracción animal.
La combinación de negocio, comercio y educación se está revelando como el poderoso trípode que sostiene una tecnología que, en otras circunstancias, sería vista como un lujo o un despilfarro en muchos países en desarrollo. De hecho, los llamados teléfonos inteligentes que han acaparado la atención en los últimos grandes eventos dedicados al móvil, comienzan a demostrar que quizá sean más importantes en las economías con una baja incorporación de las tecnologías de la información, pero con necesidades específicas que no pueden satisfacerse de la manera tradicional. Y por tradicional incluyo también la utilización de los famosos ordenadores de los pobres o iniciativas de este tipo.
Desde hace unos años, las comunidades rurales de Bangladesh habían demostrado cómo la comunicación celular revolucionaba el crucial sector de la producción agrícola. El Banco de los Pobres, dirigido por Muhammad Yunus, plantó cabinas telefónicas por todo el territorio con teléfonos celulares, lo cual abarató espectacularmente el costo de la infraestructura tradicional de la telefonía fija. De repente, de la noche a la mañana, los agricultores tuvieron acceso a los precios del mercado, podían contratar el mejor momento de poner en venta su producción o –algo que era un mal endémico del país- alquilar servicios de mantenimiento y transporte de sus productos sin que se les pudriera más de la mitad en las paradas en los mercados locales y por el camino.
Ya han pasado unos cuantos años de esa iniciativa. Las cosas han cambiado. Los teléfonos móviles, también. Y los usos sociales de esta tecnología, más todavía. Por ejemplo, la ONG Ajedi-ka, defensora de los derechos humanos en la República Democrática del Congo, ha distribuido móviles entre maestros, comerciantes y ancianos para que avisen de casos de reclutamiento militar de menores. En este mismo país y en los de la vecindad se usan los móviles como el primer círculo de alerta en el caso de brotes de alguna enfermedad que pudiera convertirse en una epidemia. La diferencia con respecto a la situación anterior es la misma que entre la nada y una compleja red de información en una salud pública tradicionalmente depauperada y hambrienta de recursos básicos, sobre todo, y en primer lugar, de información fiable para decidir cómo utilizarlos de la mejor manera.
Los empresarios del microcrédito, por lo general mujeres, están convirtiendo a los móviles en cajeros automáticos y, lo que es más importante, en hojas de cálculo que les permiten mantener la contabilidad de sus negocios, algo que hasta ahora era una barrera infranqueable para mucha gente a la hora de pedir microcréditos simplemente porque eran analfabetos. Ahora corren aplicaciones en los móviles que permiten rellenar formularios simplemente tomando fotos de códigos de barras que piden entonces la cifra correspondiente. De aquí se ha saltado a usos más avanzados del móvil, como tomar y enviar fotos a los bancos para explicar el negocio que se quiere montar o mostrar cómo está evolucionando.
Lo curioso es que estas aplicaciones se desarrollan muchas veces a través de la creciente colaboración entre laboratorios y empresas de informática de EEUU y la India u otros países asiáticos y africanos, como si no hubiera nada en el medio. El caso más notable de este puente es la utilización de videojuegos para la educación en lugares remotos de la India, los cuales se basan en cuentos muy populares entre los niños. Los móviles permiten crear bibliotecas de material educativo de una manera sencilla y barata y ponerlas al alcance de maestros en regiones que no habían renovado los programas pedagógicos en años.
Ahora se abre la expectativa de los móviles con wifi, lo cual, según muchos pedagogos y responsables de organizaciones agrícolas, puede cambiar radicalmente la forma como millones de personas se relacionan con el mundo, justo cuando sus países empiezan a experimentar un notable crecimiento económico, a la vez que se amplía la amenazante sombra de un alza de precios de los productos alimentarios y una reducción de los ingresos per cápita. Todo lo cual no cambiará el escenario de fondo: mientras en los países ricos el consumo de las tecnologías de la información tiene un alto componente de obligación (¿cómo no voy a tener acceso a Internet o uno o más móviles a mi disposición?), en las denominadas economías emergentes es una cuestión de necesidad. De ahí que discurran formas y maneras de incorporarlos a la vida cotidiana mucho más innovadoras y, a la postre, enriquecedoras.
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