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Economía de las muchedumbres

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
04/4/2008
Fuente de la información: La Vanguardia
Organizador:  La Vanguardia, Suplemento Dinero
Temáticas:  Economía  Empresa 
Artículo publicado en el Suplemento Dinero del periódico
La Vanguardia y en la sección Turbulencias de su edición online
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Si usted quiere trabajar para una de las grandes corporaciones del mundo, de esas que salen en la selecta lista de los 100 del Fortune, eso está hecho. Incluso puede escoger si lo hace en el departamento de innovación para proponer y desarrollar productos nuevos, o en el de RRPP para idear una campaña de promoción o incluso en el de I+D para abrir y desarrollar nuevas líneas de investigación. ¿Los requisitos? De estudios, ninguno. De experiencia laboral, ninguna. De nacionalidad, ninguna, basta con una conexión a Internet. Y de salarios, ninguno. ¿Cómo ha dicho? Ha oído bien: se trata de trabajo gratuito o sólo mínimamente recompensado por objetivos alcanzados. El premio verdadero, si se le puede llamar así, es que no trabajará sólo, sino en colaboración con cientos, quizá miles de internautas. Es lo que se conoce con el término inglés como crowdsourcing, que podría traducirse libremente como “encárgaselo al gentío que te saldrá más barato”.

El crowdsourcing procede de la cultura del outsourcing (encargar a organizaciones exteriores ciertos trabajos esenciales para el funcionamiento de una empresa). Sólo que, en el caso de la muchedumbre, las relaciones laborales y profesionales son, por decirlo de alguna manera, diferentes. La ruptura de la barrera entre lo profesional y lo amateur, gracias sobre todo a Internet y a las aplicaciones que han simplificado el uso y la propagación de herramientas antaño complejas, ha destapado en la Red las enormes reservas de talento que, de otra manera, quizá nunca habrían tenido la oportunidad de manifestarse. Aprovechar ese talento distribuido en red ha sido uno de los objetivos de Internet casi desde sus inicios.

Al principio, lógicamente, la muchedumbre atacaba problemas relacionados con las telecomunicaciones, la programación, o la seguridad de las redes y los sistemas informáticos. Así nacieron listas electrónicas de discusión repletas de ingenieros y programadores aficionados que, de manera colaborativa, afrontaban y resolvían problemas que superaban el marco de cualquier empresa. Esta forma de trabajar en red se convirtió en una cultura propia de Internet cuando se abrió a numerosos campos de actividad, desde el arte hasta los pasatiempos y el ocio. Pero el principal motor de estas iniciativas era siempre el libre intercambio de ideas para el beneficio mutuo de los participantes.

La economía de la muchedumbre en red ha girado la tortilla hacia el beneficio de empresas u organizaciones con nombres y apellidos. Éstas explican su dificultad y buscan la solución no en una persona u empresa particularmente capacitada para resolverla, sino en el empuje colaborativo de las muchedumbres de la red. En el fondo se trata de un ejercicio descomunal y masivo de reingeniería de la organización, sin tocar la organización. Pero obteniendo, a cambio, soluciones tangibles que incluso se convierten en patentes y en pingües beneficios.

La farmacéutica Eli Lilly consiguió un impacto mayor que con cualquier otra inversión en RRPP al crear la empresa InnoCentive, la cual media entre empresas de I+D y la muchedumbre en red. InnoCentive formula los problemas que afrontan los científicos de una empresa desconocida en líneas concretas de investigación (buscadores) y las muchedumbres (resolvedores) se lanzaban a buscar las soluciones. En este caso, el que busca no sólo especifica su problema, sino que concreta el tipo de recompensa que ofrece por la solución para quien la consiga.

A medida que crece esta economía, los participantes son también cada vez más grandes. El MIT ha buscado a muchedumbres en red para resolver dificultades en campos de la ciencia y la tecnología. En la misma estela han actuado Nestlé Purina, Boeing o Procter&Gamble. Chevrolet ha lanzado una campaña de publicidad pensada y desarrollada por una muchedumbre. Y Ninesigma se especializa en innovación en la gestión, algo de lo que están muy necesitadas las empresas y que ya no confían en que las soluciones vengan de las escuelas de negocio.

A veces las recompensas son de una cierta entidad. Otras, son móviles, reproductores de MP3 o bonos para alcanzar premios mayores. A Francisco Parra Ruiz, un químico de Almería, su idea para un plástico resistente a las altas temperaturas que demandaba una empresa del sector aeroespacial le reportó 15.000 dólares. No se sabe cuanta gente intentó resolver este proyecto.

Porque una de las cuestiones más espinosas de la economía de la muchedumbre en red es precisamente la de la confidencialidad y los temas asociados a patentes y registros de propiedad intelectual. De ahí la importancia de las empresas intermediarias, como InnoCentive. Su labor es plantear el problema, dirigir dentro de lo posible el trabajo colectivo, seleccionar las posibles soluciones y presentarlas al cliente. La muchedumbre, en estos casos, ni siquiera sabe para quién trabaja. La transparencia no es precisamente la virtud buscada en este tipo de negocio.
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