Editorial 319
Quien dispuso mal su cama, tendrá noche trabajosa
En mayo, antes se iba con flores a María, como ordenaba tan católica canción. Este año, el altar es el del periodismo. En Brujas (Bélgica), se celebra entre el 26 y el 29 de este mes el 55º Congreso Mundial de Periódicos. Unos días antes, entre el 14 y el 17, la cita es en Tarragona para la III Convención de Periodistas (de España). En ambos encuentros, Internet aparece casi de soslayo. No así la Sociedad de la Información, esa especie de dios de dos cabezas: por una parte, batidora donde los grandes grupos mediáticos se mezclan (al parecer, algo inédito) para crear conglomerados que desafían a la imaginación y, por la otra, centrifugadora de periodistas y y de recursos que deteriora a ojos vista el estado de esta industria. La web ahora es una carretera virtual con peaje (ese es uno de los grandes debates) e Internet un divertimento menor en época de crisis. La libertad de expresión, como siempre, es la gran convidada que llega y sale de estos eventos sin alterar el maquillaje.
Quedan al margen de la discusión dos aspectos que entiendo cruciales: por un lado, el intento de comprender la parte que corresponde de esta crisis debido precisamente a la opaca y resistente política editorial de los diarios ante los cambios introducidos por la digitalización de las redacciones y la sociedad; por la otra, la activa abstención de las redacciones para ejercer el control de la dirección y ritmo de los cambios tecnológicos al dejar que estos los condujeran las empresa. Y, por supuesto, no aparece en ningún programa qué papel le corresponde jugar a las "audiencias" en la calidad y contenido de las informaciones que se le suministran, un aspecto sin duda crucial en el debate sobre el estado de la libertad de expresión. Crucial e impostergable, porque la tradicional distancia entre las redacciones y el público al que supuestamente sirven cada vez se acorta más, hasta el punto de que en la todavía mal denominada "interactividad digital" que propugnan algunos medios (en particular la TV), dicha distancia tiende al punto de fusión.
Para distinguirse de esta última tendencia, en EEUU ha surgido el término "periodismo cívico", un concepto que no es nuevo, pero revalorizado a la luz de una serie de acontecimientos que han modificado sensiblemente el paisaje informativo. ¿De qué se trata? De considerar a los lectores no como los meros consumidores de noticias que les preparan las redacciones, sino como una parte activa de la comunidad que participa de diferentes maneras en la propia producción de la información. Esto es algo que hemos venido planteando desde hace años en en.red.ando y que ahora comienza a asomar la cabeza con una cierta entidad, en EEUU.
Varias circunstancias se confabulan para este cambio, que nosotros hemos denominado como el cambio del modelo de producción de información de la Sociedad Industrial, al del modelo de la Sociedad del Conocimiento. En una enumeración que no pretende ser exhaustiva, los ingredientes esenciales se reparten entre la constante modificación del paisaje informativo (multiplicidad de fuentes de información hasta el punto de que cada individuo es cada vez un emisor más potente); la hegemonía paulatina de las redes de arquitectura abierta, como Internet; la posibilidad de crear comunidades virtuales para producir información pertinente y significativa para sus miembros; la creciente importancia de lo local (y, por tanto, de la información más cercana a cada uno) como palanca para actuar en lo global; la deslocalización de la información y el conocimiento (la información que nos importa ya no sólo se encuentra encerrada entre las cuatro paredes de empresas, organizaciones o instituciones); y el acceso barato -gratuito- a la información (cuya contrapartida es el alto precio de la información de calidad para cada cual).
Al otro lado de estos cambios sociales, que se han acelerado extraordinariamente en los últimos 10 años, están los medios de comunicación, los tradicionales distribuidores de información. Curiosamente, la aparición de Internet les produjo el síndrome de "la proximidad revolucionaria". Como se sabe, quienes, por una u otras circunstancias, están más cerca del núcleo de revoluciones no solicitadas rápidamente se convierten en la fuerza contrarrevolucionaria por antonomasia. Ninguno de los cambios mencionados más arriba estaba en la agenda de los medios de comunicación, ni hace 10 años, ni ahora. Sin embargo, como todas las industrias, se vieron sometidos a una sucesión de cambios tecnológicos desde mediados de los años 70 que desembocó, en los últimos años, en un paisaje configurado, sobre todo, y entre otros accidentes geográficos, por las redes de arquitectura abierta, por las redes audiovisuales y por nuevas redes sociales mediadas por ordenador que nunca comprendieron muy bien (como suele suceder con los convidados de piedra).
No lo comprendieron muy bien ni las empresas mediáticas, ni sus redacciones. Los periodistas no percibieron a tiempo el enorme calado de los cambios tecnológicos y dejaron que estos adquirieran lo que parecía ser una dinámica propia: la tecnología llama a la tecnología, y ésta a los tecnólogos. Pero, en realidad, era la dinámica impuesta por las empresas en un panorama de cambiante y creciente competencia. Una de las víctimas colaterales fue la aparición de toda una serie de figuras folklóricas, como el periodista multimedia, con que las empresas trataron de vender una pátina de modernidad a redacciones cada vez más castigadas laboralmente y más alejadas del pulso social cotidiano. En este proceso, los periodistas perdimos (asumo la primera personal plural por lo que me correspondió de esa época) la hermosa oportunidad de ejercer la profesión orientándola de manera decisiva hacia la audiencia, colocando la relación con ella en una nueva dimensión y en una escala de respeto, responsabilidad e interés que hacía años que se había perdido.
Los cambios que se estaban operando en el modelo de comunicación dinamitaban las que, hasta entonces, eran las dos vías tradicionales para que las audiencias se relacionaran con los medios de comunicación: la carta al director o el dejar de consumir ese medio si su línea editorial (o un periodismo impreciso, mal empezado y peor acabado, sospechoso de cortejar las prebendas políticas o económicas) no le satisfacía. Las denominadas audiencias ahora gozaban del acceso a una multiplicidad de fuentes de información impensables en la década de los 80 y principios de los 90 del siglo XX. Pero, además, ella misma se convertía en fuente de información (y de presión) a través de numerosos canales, en particular Internet.
Este cambio fue el que plasmé en el documento fundacional del área de Nuevos Medios de El Periódico de Cataluña (EPC) cuando me hice cargo de ella. El planteamiento básico consistía en crear una red de lectores, EPC-Net, mediante la distribución de un módulo de navegación off-line en un diskette (una campaña baratísima: ya se tenía la experiencia de repartir hasta casas adosadas ladrillo a ladrillo con el diario de los domingos) y la opción de darse de alta en la red para obtener una cuenta de correo-e. De esta manera, el lector tendría un acceso guiado y confinado a Internet y, al mismo tiempo, una visión de cómo se hacía un periódico y dónde podría comenzar a jugar un papel relevante en su producción informativa. El objetivo, por supuesto, era crear una red virtual de lectores de EPC que,a medida que progresara su familiaridad con las redes, se fragmentara en comunidades virtuales por áreas de interés arraigadas en problemáticas locales, próximas (sociedad, política, educación, deportes, cine, libros, salud, etc.).
Estoy hablando de 1996. Visto desde la perspectiva actual, y ante todo lo que ha acontecido en los últimos años, el proyecto puede sonar a pionero. Pero no lo era: teníamos la experiencia, los recursos y una redacción de probada calidad y flexibilidad para incorporar cambios tecnológicos. Faltó la comprensión de la trascendencia del envite y, por tanto, la determinación necesaria para llevarlo a cabo. Ni la dirección de EPC comprometió los recursos necesarios, ni tomó las medidas adecuadas tras la formación que se impartió a la redacción. Entre unas cosas y otras, lo cierto es que se perdió una gran ocasión de haber liderado un proyecto que habría ahorrado muchas y cuantiosas pérdidas posteriores en ideas estrafalarias (como lo fueron las alimentadas por el brillo demencial de la bolsa de valores tecnológicos). Pero, lo más importante, es que se cegó un camino hacia una nueva forma de periodismo, hacia un modelo de producción de información basado en una concepción madura de periodismo digital. Todos, periodistas, empresa y, sobre todo, lectores, perdimos la oportunidad en aquel entonces de experimentar la potencia de la comunicación digital.
Un año y medio después, en marzo de 1997, dejé la coordinación de Nuevos Medios de EPC para dedicarme a en.red.ando. Mas, en este caso, ésta no es otra historia, sino una continuidad de lo que no se pudo hacer, o de lo que entonces no entendimos en todo su alcance que se podía hacer. El objetivo de que "otro tipo de periodismo es posible", derivó en la formulación de la gestión de conocimiento en red y la creación de espacios de participación e interacción para la generación colectiva de información en entornos de trabajo en grupo. Este esfuerzo cristalizó en la tecnología en.medi@, cuyos mimbres estaban claramente trazados en los documentos elaborados para El Periódico de Cataluña.
Ahora, seis años después, las redacciones están fustigadas por una crisis totalmente previsible, las empresas atienden cada vez más a los intereses corporativos (y en esto no tiene nada que ver la Sociedad de la Información, sino los procesos de concentración típicos de la economía capitalista) y la desligazón con las audiencias alcanza niveles verdaderamente preocupantes. La deteriorada situación laboral de los periodistas, por una parte, y los crecientes costes de la producción de información según el modelo industrial, por la otra, lleva a la creación de grandes conglomerados que despojan y alejan a las redacciones de sus comunidades naturales. Los programas de discusión de los congresos mencionados más arriba reflejan fielmente esta situación.
Mientras tanto, en EEUU, donde nos llevan muchos años de ventaja en el uso de las redes, y donde muchos crecimos "digitalmente", comienzan a descubrir la curvatura de la salchicha: el periodismo interactivo. Un pormenorizado estudio del Pew Center con este título, bajo el encabezado de "Periodismo Cívico", que comentaremos la próxima semana, refleja la conmoción que ha supuesto en los medios de comunicación tradicionales el descubrimiento de la voz de sus audiencias. Como es natural, las políticas editoriales abiertas a estas nuevas vías de interrelación con la comunidad están experimentando cambios que, hace tan sólo un año, se hubieran considerado como una "renuncia a los principios fundacionales de nuestra empresa". Hoy es una tendencia hacia la normalización de la libertad de expresión ejercida a través de redes sociales nuevas que expresan problemas de siempre que nunca hemos querido escuchar. Veremos cuánto tardamos en "copiar" la moda.
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