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La gran trituración

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
05/10/1999
Fuente de la información: Revista en.red.ando
Organizador:  Enredando.com
Temáticas:  Nuevos medios  Periodismo 
Editorial 183

Obra a destajo, no vale un ajo


La compra en cascada de medios de comunicación por las grandes corporaciones --cuyo ejemplo local es la actual política de Telefónica-- ¿afecta al tipo de información que ofrecen, a la calidad de sus contenidos, a la forma como tratan la realidad de la que informan? Y, en segundo lugar, estas adquisiciones, generalmente presentadas bajo el ropaje de megafusiones, como en el caso de Viacom y CBS, ¿como inciden en el futuro de los nuevos medios de Internet? El tremendo poder acumulado por estos grupos mediáticos ¿los convertirá también en los futuros tiburones del ciberespacio? Por lo pronto, estamos presenciando (y participando en) un proceso interesante. Mientras los medios de comunicación del mundo real experimentan una concentración sin precedentes, los del mundo digital siguen expandiéndose y ocupando espacios nuevos en una fragmentación y dispersión colosal. Por un lado, estamos en pleno "Big Crush" (Gran Trituración) y, por el otro, en un "Big Bang" (Gran Explosión o Expansión). "Ahí afuera", reina un manojo de megatransnacionales corporativas. "Aquí adentro", junto a ellas, proliferan las minitransnacionales personales. Y, en cada ámbito, cuaja un tipo de periodismo diferente.

En estos momentos, el mercado global de los medios está dominado por nueve grupos: Time Warner, Bertelsmann, General Electric, Disney, Sony, News Corporation, ATT, Viacom y Seagram. En esta clasificación no se toma en cuenta solamente el tamaño de los respectivos grupos, sino la implantación geográfica de sus medios de comunicación y, sobre todo, el alcance de sus redes de distribución. Sólo dos de estos grupos no producen contenidos directamente (General Electric y ATT) y sólo tres no son de EEUU (Bertelsmann --alemán--, Sony --japonés-- y News Corporation --australiano--) aunque una parte considerable de su potencial reside en sus inversiones en el imperio. Todos destinan cuantiosos recursos a música, cine y producción televisiva. No es raro, pues, que sus poderosos medios no cesen de predecir que el futuro de la comunicación se basará en el entretenimiento. A fuerza de repetirlo, al final nos lo creeremos, independientemente de los problemas del medio ambiente, del creciente papel de la biotecnología en nuestras sociedades, de la escandalosa línea divisoria entre ricos y pobres y algunas otras cuestiones que nos mantienen bastante "entretenidos" a unos cuantos.

Por debajo de esta hidra de siete cabezas hay otras 50 empresas con importantes intereses en mercados minoritarios (en relación a los anteriores). Ahí están, entre otras, las conocidas Reuters, Gannet, Elsevier o Dow Jones. En su portafolio se incluyen --como en el grupo anterior-- editoras de libros, revistas, periódicos, grabaciones musicales y producción y distribución de material para cine y TV terrestre, por cable y por satélite. Estas empresas compiten a muerte en el mercado, pero sin morirse. Luchan a brazo partido hasta que llega el momento justo de propinarse el suculento bocado de la fusión. Mientras, entre ellas predomina una política de alianzas y acuerdos para "no desestabilizar" los mercados de la comunicación. O sea, practican el neoliberalismo, pero dentro de un orden.

La creciente globalización de los medios de comunicación implica, pues, una mayor integración de los sistemas de información y comunicación con el fin de alcanzar los objetivos comerciales fijados para diferentes mercados. El sector del cine, por ejemplo, está controlado por siete corporaciones, todas ellas integrantes de grupos poseedores de medios de comunicación. Así, el lanzamiento de cada película viene rodeada de una parafernalia informativa que, a cualquier inadvertido o extraterrestre, le parecería una gimnasia sistemática de insanidad colectiva. Primeras páginas de periódicos y sus suplementos, programas de TV y radio, nos traen puntualmente todos los avatares de la filmación, la palabra de actores, directores, productores, iluminadores, especialistas en efectos especiales y conserjes de los estudios.

Su proximidad alcanza tal intensidad, tal intimidad, que angustias, fobias, orgasmos y tabúes de cada uno de ellos se convierten en nuestros. Casi imperceptiblemente, el mundo queda reducido a su mundo. Y todo sucede a tal velocidad, que apenas nos da tiempo a verificar que el grupo propietario del medio que nos transmite esta información vital para nuestra existencia, es el productor de la película, o del acontecimiento, en cuestión. Tres cuartos de lo mismo sucede con la industria de la música, la cual está dominada por cinco empresas, cuatro de ellas integradas en grandes organizaciones transnacionales poseedoras de cadenas de medios de comunicación. Estas cinco empresas obtienen el 70% de sus ingresos fuera de EEUU.

Al cambio que se está produciendo en la estructura de los medios globales corresponde, por tanto, un creciente control sobre los contenidos generados y explotados por estos grupos y, al mismo tiempo, un mayor control transnacional de la distribución y la generación de contenidos dentro de los países. Si bien en el segmento de la prensa de papel sigue predominando el capital nacional (con una creciente presencia del foráneo a través de inversiones cruzadas), en la televisión, en cambio, la penetración de las nuevas compañías de cable y satélite con un amplio abanico de canales y servicios ha convertido los mercados nacionales en un queso Gruyère: a través de sus agujeros se ve Tombuctú como si fuera el pueblo de al lado.

Las empresas de cable de EEUU se dan de codazos para asegurarse cuotas de mercado en Europa, Asia y América Latina, y las empresas de medios de papel tratan de diversificarse en ese campo con adaptaciones a mercados regionales y nacionales. La televisión, con su capacidad para imponer la agenda informativa al resto de medios (el famoso proceso de retroalimentación TV-prensa escrita-radio-TV... etc., con lo que acabamos con la misma información en todas partes), actúa como la cuádriga que marca la pista al resto de los participantes en la carrera.

En este panorama, no resulta sorprendente el constante corrimiento hacia el amarillismo del espectro mediático a escala global. Ni tampoco es extraño que el periodismo de investigación (de análisis, de precisión, o como se lo quiera llamar) y el de corresponsalía, dos puntales clásicos de los medios de comunicación, haya sufrido recortes considerables en los últimos años, y no sólo de tipo económico. Las tijeras han atacado a los presupuestos y a las políticas editoriales de los medios de comunicación, que han metido el mundo en el campo de visión de su estrecho catalejo global del entretenimiento. Los medios de comunicación sometidos al "Big Crush" le hacen pagar a sus periodistas y a sus lectores los imperativos corporativos, que se manifiestan a través de criterios informativos que cada vez tienen menos que ver con las preocupaciones o los intereses locales de aquellos a quienes ellos supuestamente sirven. Sobrevivir en el mercado global no es ninguna broma, y todos la pagamos.

(Las próximas semanas nos acercaremos a la peculiar convivencia que propone Internet entre las megatransnacionales corporativas de los medios de comunicación y las minitransnacionales personales de los nuevos medios).

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Este editorial forma parte de una serie de 5 sobre este tema:

La gran trituración (Nº 183)
Papá ¿de dónde vienen las noticias? (Nº 184)
La batidora digital (Nº 185)
El mapa de la comunicación humana (Nº 186)
Buscando a la hija de Jenny (Nº 187)
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