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Sabotaje en cables submarinos

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
17/2/2008
Organizador:  La Vanguardia, Suplemento Dinero
Temáticas:  Internet  Política  Tecnología 
Artículo publicado en el Suplemento Dinero del periódico
La Vanguardia
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Una buena teoría de la conspiración necesita de un contundente evento singular, una explicación manifiestamente insuficiente, una cobertura mediática plagada de claroscuros y una base sólida para sostener hipótesis contrapuestas. Esto es lo que ha sucedido en las últimas semanas con un hecho verdaderamente notable: el corte de varios cables submarinos que han dejado sin Internet, total o parcialmente, a varios países de Oriente Medio, el norte de África y el sudeste asiático. El hecho de que el apagón haya afectado directamente a Irán, Qatar, Arabia Saudita, Pakistán e India ha elevado al grado de ebullición las interpretaciones de tan singular acontecimiento.

Lo especial no es desde luego el corte de un cable submarino. Ha sucedido muchas veces. Lo insólito es que se corte un cable el 23 de enero y no se informe de ello hasta el 30 de ese mes, cuando aparece otro cable cortado. Sobre todo cuando los dos cables, según la CNN (sin citar fuentes) transportan ¾ partes de las comunicaciones entre Europa y Oriente Medio. No acabó ahí todo. Como si fuera una pandemia, en los días siguientes aparecen cortados, según algunos recuentos, hasta 9 cables submarinos, desde Egipto hasta Malasia. En un abrir y cerrar de ojos, según estimaciones hechas públicas por varias empresas, los cortes dejaron sin Internet a 60 millones de usuarios en la India, 12 millones en Pakistán, 6 millones en Egipto, o 4,7 millones en Arabia Saudita. El apagón fue total en Irán. Se sabe de la alarma que causó el suceso en la India, donde la subcontratación de servicios informáticos, “call centers” y una industria pujante en este sector factura al año más de 7.000 millones de euros, todos ellos internet-dependientes.

Las dimensiones de este desastre y la discreción de los medios de comunicación occidentales ha sido suficiente para estimular el galope conspirativo, sobre todo si tomamos en cuenta tres elementos. En primer lugar, ni siquiera las compañías propietarias de los cables han anunciado públicamente cuantos cables han sido cortados. Se sabe qué cables discurren por los diferentes lechos marinos, por tanto, cuando el servicio de Internet se interrumpe se sabe, o se supone, qué cable ha dejado de funcionar. A partir de las informaciones publicadas en EEUU (sobre todo CNN e International Herald Tribune) y en algunos medios de los países afectados, al parecer los cortes se han producido en lugares tan distantes entre sí como Alejandría (Egipto), Dubai (Golfo Pésico), entre Qatar y los Emiratos Árabes (Golfo Pérsico), Suez (Egipto) y Penang (Malasia).

En segundo lugar, la región. Hoy se pueden cortar cables submarinos en cualquier parte del mundo, accidental o intencionadamente, sin provocar que se enarquen las cejas, excepto en EEUU y en Oriente Medio. Si cortes así suceden en estas regiones, además de manera simultánea, lo primero que viene a la mente es que alguien está preparando un extraordinario golpe de mano de cuya severidad ni siquiera Internet puede ser testigo o escriba. Para poner más carne en el asador, Irán había anunciado que en febrero de este año abriría su propia Bolsa de valores petroleros en “divisas no basadas en el dólar”, lo cual creó una gran inquietud en Wall Street y en las correspondientes oficinas públicas y privadas de EEUU. Sobre todo porque Barhein, Kuwait, Qatar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes están discutiendo si en el 2010 seguirán el ejemplo de Irán mediante la adopción de una divisa única en el comercio del petróleo, que no sería el dólar.

No se puede perder de vista que por los cables submarinos discurre el 90% de las transacciones comerciales, bursátiles y bancarias del mundo. Los satélites negocian menos del 10%. Por tanto, cortar Internet en estas regiones no es privar a sus usuarios sólo de los divertidos vídeos de You Tube, sino aprender de un sólo sopapo el riesgo y la viulnerabilidad de una infraestructura plenamente integrada en la propia evolución de la economía. Además, este es un aviso no sólo para vecinos, sino que su pedagogía es global: nadie está fuera del juego, pero sí se puede quedar en fuera de juego, con los riesgos que ello comporta en una economía mundial altamente integrada.

Hay otra lectura cargada de ironía e igualmente inquietante. Internet es el fruto de los diversos proyectos que trataban de evitar la interrupción de las comunicaciones en el caso de un ataque nuclear. En aquella época (años sesenta), predominaba la telefonía analógica y el impacto de un artefacto nuclear en la ionosfera se suponía que produciría una perturbación generalizada de estos sistemas. Redes como Internet, al depender de paquetes conmutados, podían defenderse mejor en caso de semejante ataque. Ahora vemos que –dejemos volar la imaginación por unos renglones-, basta un equipo de buzos bien preparado y logísticamente bien pertrechado para ejecutar una acción de “ida y vuelta”: el corte de unos pocos cables con efectos tanto o más devastadores que una explosión nuclear y, al reparar los desperfectos, aprovechar el apagón para colocar dispositivos de escucha que permitan vigilar la información que discurre por los cables y, por tanto, por la parte discreta y confidencial de las redes financieras, por sacarle punta a una de las tantas interpretaciones a que ha dado lugar esta plaga de cables submarinos seccionados.

En tercer lugar tenemos el quién y cómo lo ha hecho. Sobre esto seguro que vamos a escuchar mucho, porque si la Red ha conseguido algo ha sido multiplicar el número de escribidores más que todos los premios literarios juntos. Ante el silencio de las fuentes involucradas, EEUU e Israel se llevan la palma en el quién. Y sobre el cómo han aparecido en escena desde anclas bailarinas y picaronas que recorren los mares cortando cables (la hipótesis del “accidente concomitante”), hasta submarinos dedicados a bloquear las comunicaciones del “enemigo” mediante acciones de sabotaje. Pero, como era previsible, los militares no dicen este cable es mío. De todas maneras, la noticia de fondo es, desde luego, que un evento de este tipo no haya sido una noticia destacada y preocupante ni siquiera en los centros de poder directamente afectados en Occidente. Lo cual es excelente para las teorías conspirativas. Pero no para el ciudadano de a pie.
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