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Añoblanco

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
05/2/2008
Fuente de la información: Madrimasd
Organizador:  Madrimasd
Temáticas:  Ciencia  Medio ambiente 
Artículo publicado en Madrimasd
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Veinte años no es nada, pero si nos referimos a la investigación en la Antártida, se nos pone febril la mirada. Hace 20 años, 9 científicos españoles comenzaron a instalar la Base Antártica Española Juan Carlos I. Desde entonces, mucha agua ha discurrido bajo los témpanos que pueblan aquellos parajes. Lo que entonces parecía a algunos una idea descabellada de Antoni Ballester y Josefina Castellví, con los años se ha convertido en un accidente geográfico más de la comunidad científica española, que acude regularmente a su cita veraniega con la investigación antártica desde la base instalada en la Isla Livingston. Como nos cuenta Castellví en un breve y emotivo artículo, la que fuera la primera jefe de la base trabajó al principio con nueve científicos. Con los años, los grupos fueron creciendo hasta el punto que algunos tuvieron –y tienen- que residir en el buque oceanográfico Hespérides por falta de espacio.

best replica watches Aquellos años no están muy lejos cronológicamente hablando, pero parecen pertenecer a la prehistoria desde el punto de vista de las comunicaciones. Tuve la suerte de visitar la base y dar una vuelta por la Antártida en diciembre de 1991, enero de 1992, junto con un grupo de colegas que acompañábamos al entonces ministro de Educación y Ciencia, Javier Solana. Cada día nos tocaba el trago de la errática comunicación vía satélite desde el buque para conectar con nuestros medios y enviar la crónica diaria. El número que debíamos marcar era kilométrico e incierto: frecuentemente no había nada o nadie al otro lado, aunque se suponía que el satélite Inmarsat debería estar esperándonos. Internet, que ya existía, era desconocida todavía en la base e incluso en el buque.

Hoy, tenemos emisiones de radio por la Red y blogs escritos desde la isla Livingston contándonos cómo marchan las cosas por allá. Una de las mejores emisoras musicales del planeta está en la base Amundsen-Scott, en pleno polo Sur, que transmite por Internet una cuidada selección de jazz, soul, country and blues. La Red se ha convertido, como en tantas otras instancias de la vida, en el cordón umbilical que bombea la información necesaria e imprescindible en ambas direcciones para mantener las cosas funcionando en las extremas condiciones antárticas.

Cuando nosotros estuvimos allí, el avance que nos permitía avizorar el mundo que se nos venía encima fue el GPS. El Buque Hespérides fue una de las primeras instalaciones móviles del mundo no estadounidense a la que el Departamento de Defensa de EEUU le permitió usar este sistema prácticamente sin desviación para fijar su posición en el globo. Así pudimos navegar por el Estrecho Antártico de noche para pasar al mar de Weddell prácticamente sin tocar los instrumentos. Entre el GPS y el sonar, iban apareciendo en pantalla las finas agujas de hielo que, si nos hubieran tocado, habrían rasgado el casco del buque como si abriera una lata de sardinas. El Hespérides, en el modo automático, las toreaba con una finura y precisión tal que al final nos fuimos a dormir convencidos de que allí no había aventura.

El buque representó un salto espectacular en las campañas antárticas desde que se echó a navegar en 1991. El navío estaba dotado de modernos laboratorios, lo cual permitía investigar sin bajar a tierra y realizar campañas oceanográficas que, con el paso del tiempo, han inscrito sus resultados en el alud de los trabajos realizados en estos años y que nos están permitiendo conocer y observar la Antártida con una proximidad impensable hace tan sólo dos décadas. Este vuelco ha venido propiciado también por el numeroso contingente de investigadores españoles que se han integrado en proyectos internacionales de ciencias polares, como el actual Año Polar Internacional 2007-2008, centrado en la observación de las zonas polares del planeta (Antártida y Ártico). En este caso se unen la investigación y la divulgación de los resultados en un programa que podría ser paradigmático en otros campos de la ciencia.

De aquella visita a la Antártida, swiss replica watches creo que a todos nos quedó el recuerdo imborrable de la celebración de Año Viejo en el Hespérides, anclado en la amplia bahía frente a la base española. A las 12 de la noche, el capitán retiró el techo y las paredes que cubrían el helipuerto y que habían oficiado de gran salón donde hasta ese momento todo eran risas, música y baile. Ante nosotros apareció la tenue luz de la medianoche antártica bañando a un verdadero ejército de centinelas que rodeaban el barco, vestidos con uniformes que iban desde el blanco resplandeciente hasta el violeta cianótico. Eran los témpanos que se habían ido agrupando a nuestro alrededor como si quisieran intervenir en la fiesta. En medio del silencio sepulcral, a pesar de que entre unos y tripulación éramos más de 150 personas, todos nos acercamos al borde de la cubierta del Hespérides para absorber aquel espectáculo incomparable y que, por mor de la geografía y las condiciones climáticas, posiblemente sería irrepetible para todos nosotros. Por eso siempre digo que, para mi, la Antártida es Nochevieja, Añoblanco. Que lo disfruten quienes ahora están allí, en la BAE Juan Carlos I.

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