Artículo publicado en el suplemento
Dinero del periódico
La Vanguardia
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La repentina prosperidad experimentada en la lucha contra la malaria mantiene perplejos incluso a los propios protagonistas de la historia. Hasta hace unos pocos años, teníamos un puñado de científicos que se las veían y deseaban para mantener su investigación con escasos recursos financieros y sin ni siquiera conseguir el reconocimiento de sus colegas.
Hoy en día, la malaria atrae dinero, mucho dinero, frecuentemente envuelto en grandes nombres, y que ha bendecido a algunos incluso con fama de tintes rosáceos. ¿Qué ha sucedido para que ahora se empiece a hablar de la economía de la malaria, no sólo por el innegable y tremendo impacto de esta enfermedad en la economía mundial, sino por esa redescubierta capacidad para atraer dólares y euros donde antes se pagaba tributo a la cultura de la escasez?
Las cifras de esta enfermedad sólo han variado ligeramente hacia arriba en la última década. Se estima que cada día unos 2.000 niños mueren de malaria en África. Y la OMS mantiene que esta plaga se lleva por delante entre un millón y un millón y medio de personas al año y afecta a otros quinientos millones, dependiendo de las vicisitudes de la estación de las lluvias, cuando abunda el mosquito anófeles, transmisor del parásito p. falciparum causante de la enfermedad. Los números de la malaria no tienen comparación con ninguna otra plaga. A pesar de la magnitud del desastre, los recursos dedicados a combatir este parásito apenas ha rozado, en sus mejores épocas, el 2% del total del gasto mundial en salud dedicado a la investigación y al desarrollo de estrategias terapéuticas. Hasta que llegó Bill Gates.
La
Fundación Bill&Melinda Gates (FB&MG) decidió hace pocos años dedicar parte de sus recursos a la lucha contra las enfermedades infecciosas, en particular el sida, la malaria y la tuberculosis. La fundación del hombre de Seattle ha puesto sobre la mesa más dinero que el gobierno de Estados Unidos y la UE para sus respectivos programas de la malaria. Hace un mes, la FB&MG entregó 72,9 millones de euros, parte de una donación de 119,9 millones, para el estudio de la malaria y de estrategias terapéuticas. Si pensamos que el programa de la vacuna de la malaria del ejército de Estados Unidos casi nunca sobrepasó los 34 millones de euros anuales, se comprenderá que el sector se haya vuelto altamente competitivo, afloren las proclamaciones de descubrimientos antes de ver tierra y los investigadores no se anden con miramientos en la puja por conseguir fondos.
En este contexto, la estrella es la vacuna de la malaria. La FB&MG ha apostado por la vacuna RTS,S de
GlaxoSmithKline (GSK), una molécula recombinante que ha sido sometida a numerosos ensayos en los últimos 20 años, todos fracasados, generalmente bajo la dirección del entonces teniente coronel Ripley Ballou del ejército de Estados Unidos, actualmente director científico de GSK. ¿Cuál es la diferencia ahora? Que la vacuna se suministra con un adyuvante, un potenciador del sistema inmunológico, que parece haber obrado el milagro de conseguir un nivel de protección interesante.
La fundación también le ha donado 68,2 millones de euros a
Medicines for Malaria Venture para que trabaje con entidades públicas y privadas en nuevos fármacos para tratar la malaria. Hace cinco años, la estantería estaba vacía. Hoy hay cinco fármacos en fase de ensayos clínicos. Por otra parte, desde hace tiempo se sabe que las mosquiteras impregnadas con algún desinfectante son muy eficaces para evitar las picaduras del mosquito durante la noche, cuando más abundan, además de baratas como arma contra la malaria. El
Innovative Vector Control Consortium de Liverpool ha recibido 34 millones de euros para investigar el mejoramiento de insecticidas y mosquiteras.
El
Banco Mundial no se ha querido quedar fuera de este torrente de recursos hacia las enfermedades infecciosas. Hace dos años prestó 122,7 millones de euros a Nigeria y otros países africanos para diseñar e implementar estrategias contra la malaria. Esta cifra es el doble de lo que había desembolsado hasta entonces con este fin. La UE, por su parte, dotó al programa de enfermedades infecciosas con 1.000 millones de euros durante el periodo 2003-2006, es decir, cuatro veces los recursos comprometidos entre los años 1994 y 2002. A principios del 2007, la UE destinó 2,5 millones de euros a una red de investigación para que pusiera a punto una vacuna contra la malaria. Todavía no hemos escuchado nada respecto a los resultados de la fase preclínica.
En el otro extremo podríamos situar a casos como el del
Instituto de Inmunología de Colombia, dirigido por Manuel E. Patarroyo, que ha invertido en I+D un total de 27,3 millones de euros en 30 años. Durante ese periodo, el centro fue el protagonista de eventos tan dispares como la resurrección del interés mundial por la malaria gracias a su vacuna Spf66,la única que hasta ahora ha dado una protección significativa en América Latina y África, aunque no en niños menores de dos años, y el cierre del instituto al quebrar el Hospital San Juan de Dios, que lo acogía.
Hace cinco años volvió a abrir sus puertas como la
Fundación Instituto de Inmunología de Colombia (Fidic) y empezó prácticamente desde cero. A pesar de estas dificultades, la Fidic ha publicado más de 250 artículos en revistas científicas. En estos momentos, según Patarroyo, no tiene asegurada la dotación económica para el año 2008. El Gobierno de Colombia, su única fuente de financiación, sólo dispone de 10,2 millones de euros para ciencias biomédicas y hay otros competidores colombianos que también postularán por una parte de este pequeño pastel. Hay también, pues, una malaria rica y una malaria pobre.