Yo estoy por el cruce y la hibridación de conocimientos. Es más, creo que este es el signo más evidente de nuestro tiempo, promovido en gran medida por la Red, que pone en contacto disciplinas que hasta ahora apenas se tocaban y hace emerger conocimientos nuevos en áreas sorprendentes. Esto, como escuchamos con creciente insistencia, nos plantea la necesidad de disponer de gente preparada en esta nuevas regiones deltaicas donde los saberes pierden sus fronteras tradicionales y se funden con corrientes que les infunden una nueva personalidad, nuevas metodologías, nuevas metas, otras visiones. Éste es un territorio, ¿como diríamos? sí, merengado, donde las cosas a veces tiemblan como flanes y se nota que están pidiendo el tiempo y la experiencia necesaria para vestir un buen y robusto esqueleto, desarrollar musculatura y construir un cuerpo con una cabeza bien amueblada. Pero, claro, no estamos en la era de la paciencia, como ha reclamado más de uno, sino del vértigo. Y entonces pasa lo que pasa.
Las consecuencias de esta velocidad las tenemos por doquier. Vamos a tomar una de las más recientes que ha vertido ríos de tinta en los medios de comunicación y en las revistas científicas: ¿está preparado nuestro cerebro para realizar diferentes tareas simultáneamente sin sufrir bloqueos patológicos –y peligrosos- por el camino? El planteamiento de partida es sencillo: cada vez tenemos más botones, pantallas, ventanas informáticas, dispositivos manuales, etc., aparte de los ajetreos propios de la vida cotidiana, todo lo cual nos invita a realizar diversas actividades simultáneamente. ¿Está nuestro cerebro preparado para disparar a diferentes blancos al mismo tiempo sin pegarse un tiro en el pie? Por ejemplo (y este es un “case study” paradigmático de este campo de la investigación), ¿podemos hablar por el móvil y conducir un coche a 60 km. por hora o más, sin perderle el ojo al GPS y a las incidencias que puedan ocurrir a nuestro alrededor? ¿Cuál de todas estas tareas comienza a resentirse por causa de la acumulación, es decir, de las multitareas? Bueno, este es el punto de partida. Lo sorprendente son los puntos de llegada y los caminos que nos están llevando hasta allí.
Para muchos, el origen de la multitarea como problema hay que buscarlo en el ordenador y en su creciente potencia, la cual permite mantener diversas aplicaciones abiertas en sus respectivas ventanas. Ahí se ha ido asentando la sensación de que hacer muchas cosas al mismo tiempo es posible. Pero, claro, no es lo mismo hacer varias cosas sentado frente a un ordenador, incluyendo atender a la inesperada intromisión del móvil, que realizar algunas de esas tareas mientras se tiene un volante entre las manos o se compagina con alguna actividad de cierto riesgo.
De todas maneras, muchos otros sospechamos que esta especie de frenesí por hacer siete cosas al mismo tiempo, a toda pastilla y, supuestamente, bien, no procede del ordenador, sino que es algo mucho más insidioso. En realidad, se trata de una transposición cultural diseminada sobre todo por el cine de EEUU en el que lo importante es que sucedan cosas, no importa cuales, ni para qué, y contra más concentradas estén en un sola persona, mejor, ella es clara y distintivamente el héroe. Lo fantástico tiene que ver con lo insólito y, cada vez mas frecuentemente, lo insólito tiene que ver con lo imposible. Ese es el reino de la multitarea.
Y así vemos con frecuencia, por ejemplo, cómo el detective llega a la oficina, llama por teléfono a su novia y deciden qué van a hacer el fin de semana mientras él se come una hamburguesa, se limpia la mayonesa que le cae sobre los pantalones, consulta una base de datos superconfidencial para ver si las huellas del asesino están registradas y, lógicamente, saluda a todos los que pasan a menos de 19 metros de su mesa y les pregunta por sus vicisitudes personales: “Hi, John, ¿que tal el partido de anoche? Williams fenomenal ¿eh?”, “Hola, Cathy ¿fuiste al Tacos Bell que te recomendé?”. La multitarea es un subproducto de la cultura americana del “infotainment”, el híbrido de la
information y el
entertainment trasladado al espacio virtual, donde se ha aposentado la ilusión de que podemos hacer un montón de cosas con diez dedos y dos ojos, o incluso con muchos menos de todo ello.
O no, según nos asegura
René Marois, un psicólogo de la Vanderbilt University que ha iniciado una especialización en el prometedor campo de la psicología computacional. Marois ha llegado a la desoladora conclusión de que el cerebro humano no está en realidad preparado para la multitarea. Por ejemplo, si se nos presentan tres elementos en unas pocas décimas de segundo, lo más probable es que no logremos reconocerlos, a ninguno de las tres. Mientras uno trata de reconocer al primer elemento, lo más seguro es que no vea al segundo. Esta deficiencia ya tiene nombre propio: “el pestañeo de la atención”. No hay fármaco todavía para este desorden neuronal. Más que nada porque la comunidad científica no sabe qué es ni qué causa el pestañeo de la atención. Dejemos aquí este asunto al que regresaremos otro día, porque merece la pena.
El problema anterior empeora cuando resulta que tenemos memoria visual de corto plazo, que la ciencia ha bautizado como “ceguera al cambio”. Los experimentos conducidos por Marois muestran que podemos mantener a raya a cuatro eventos diferentes, no al borde de la perfección, pero con una cierta solvencia. Sin embargo, en dos escenas idénticas, puede ser que nos quiten un elemento esencial en una de ellas y no nos demos cuenta de la diferencia. Es como cuando hay que localizar los siete errores entre dos dibujos y se nos escapa precisamente el más evidente. Eso es ceguera al cambio. Esta patología es particularmente grave cuando estamos en el modo multitarea porque puede inducirnos a que funcionemos en escenarios diferentes como si fueran los mismos de siempre, sin advertir, por ejemplo, que la señora de la derecha no estaba antes y además es nuestra madre, de ahí que no le hagamos ni pizca de caso mientras hablamos por el móvil y conducimos el coche, lo cual entraña serios riesgos.
Finalmente llegamos al asunto más peliagudo, siempre según Marois y toda la escuela que sigue sus investigaciones. Es cuando hay que escoger una respuesta a un estímulo. Por ejemplo, alguien de repente por la calle me insulta gravemente sin venir a cuento. ¿Qué hago? ¿Cruzo el semáforo como si no hubiera escuchado nada? ¿Regreso a pegarle un guantazo? ¿Enrollo el periódico para fabricarme un buen garrote a pesar de que aún no he tomado una decisión? La multitarea puede plantear opciones muy tramposas para las que nuestro cerebro no siempre está preparado. Y en estos casos el problema es el tiempo de respuesta y el desgaste que supone la susodicha respuesta. Por ejemplo, en el caso mencionado, si sigo caminando mientras observo al insultador, no puedo perder de vista las luces del semáforo, ni a los otros peatones. Si encima sufro de “pestañeo de la atención”, malo. La cosa se puede complicar enormemente y desencadenar una especie de parálisis momentánea, con el grave riesgo de que nunca llegaré a saber por qué fui insultado tan ferozmente por una aparente desconocido. Es lo que tiene la multitarea, que a veces frustra más que recompensa.
La falta de respuesta adecuada y a tiempo es lo que trata “la teoría del cuello de botella en la sección de respuesta.”. Se formuló por primera vez en 1952, cuando los únicos que sufrían de multitarea eran los trabajadores fabriles y las amas de casa, por eso la sociedad tardó tanto en enterarse del problema.
Marois y sus colegas ahora han revisado el estado de la cuestión y han descubierto que la teoría del cuello de botella se refiere en realidad a dos partes diferentes del cerebro. Lo fascinante es que ambas áreas, no conectadas entre sí, se encargan de seleccionar respuestas y dejarlas en la cola cuando se van amontonando, como si se tratara de una impresora. O sea, que cuando llega la multitarea por acumulación de tareas, simplemente ponen las tareas una detrás de la otra y dejan que alguien o algo decida. En esas circunstancias, imposible que la multitarea salga bien, porque lo secuencial y lo simultáneo son dos entidades radicalmente diferentes. Una cosa es hablar por el móvil y después conducir, y otra cosa es conducir y hablar por el móvil al mismo tiempo, así de simple. Nuestro cerebro no está preparado para semejante contingencia. Y si encima aparece el peatón insultador o la señora madre en el asiento de al lado, entonces el bloqueo puede crear un contexto altamente peligroso.
No obstante,
David Meyer mantiene una postura crítica en el debate del cuello de botella. Este psicólogo de la Universidad de Michigan y director del "Brain, Cognition and Action Laboratory", sostiene que si se entrena a una persona para que ejecute dos tareas simultáneamente unas 2000 veces, a la 2001 lo consigue (
Psycological science, vol.12, p101). Claro que, por razones que ni Meyer es capaz de dilucidar, el ensayo no siempre funciona y hay gente que muestra una inexplicable (y, yo añadiría, maligna) resistencia a cumplir dos tareas al mismo tiempo al límite de su competencia. Para Meyer esto es porque el procesador cerebral encargado de administrar las multitareas, unas veces es cauto y otras audaz. Interesante y fértil idea. Lástima que no explique qué experimento le permitió llegar a esta conclusión.
De todas maneras, lógicamente Marois no está de acuerdo con Meyer sobre cómo el cerebro hace esto. Mientras este último se refiere a un procesador de multitareas que nadie ha visto todavía, Marois se refiere a circuitos que de repente utilizamos para decidir simultáneamente dejar una cuchara de lado y asir un tenedor mientras no perdemos el hilo de la conversación con nuestro contertulio y, al mismo tiempo, comenzamos a servirnos un montón de esa ensalada tan apetitosa. Finalmente, más que nada porque no me queda espacio, no querría concluir este examen de la investigación de la multitarea sin traer a colación a
Art Kramer, de la universidad de Urbana, Illinois, quien sostiene, no se sabe muy bien contra quien, que nuestra capacidad para la multitarea decae con la edad. Sí, ya se, se podrían decir unas cuantas cosas en este punto. Pero dejémoslo donde el propio Kramer se encuentra ahora. Según sus investigaciones más recientes, parece que este decaimiento se nota sobre todo a partir de los 55. Sobre si hay diferencias de género, no se ha pronunciado.
Lo único claro de todo esto es que evidentemente la ciencia no ha dicho aún la última palabra sobre la multitarea.
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La investigación de René Marois y Jason Ivanoff se puede consultar en Trends in Cognitive Sciences, número 9, p. 296, y se titula “
Erratum: Capacity limits of information processing in the brain”.