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De genelecciones a nanolecciones

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
23/5/2007
Fuente de la información: Madrimasd
Artículo publicado en Madrimasd
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La nanotecnología va saliendo poco a poco de ese nicho microscópico en el que se ha ido incubando durante los últimos años. Los artículos de divulgación sobre el tema han ido pintando un mundo donde Alicia pasaba el espejo en busca de máquinas y objetos minúsculos y regresaba cada vez con más y más prometedoras promesas. La propia ciencia ficción, sobre todo "La era del diamante" de Neil Stephenson, nos han colocado ya ante un mundo maduro donde los nano productos jugaban en un papel preponderante en todo el arco que va desde el placer hasta el dolor, y la muerte. Mientras tanto, los pequeños saltos cotidianos en la investigación nanotecnológica van desparramando pequeñas secuencias de lo que sin duda nos hará exclamar un día: "¿Cómo era la vida antes de la nanotecnología?"

Antes de llegar a ese punto, la nanotecnología tendrá que pasar por un estrecho cuello de botella: el de la comunicación abierta y transparente con los consumidores contantes y sonantes. Una parte sustancial de esta tecnología tiene -y tendrá cada vez más- aplicaciones relacionadas directamente con productos de gran consumo, desde larga cadena de la producción de alimentos hasta el oscuro territorio de los envases o de muchos otros objetos con los que hoy convivimos "como si fueran naturales". Pero poco sabemos respecto a su posible impacto sobre la salud y el medio ambiente, dos bienes en constante alza y que suelen disparar alarmas con una pasmosa sencillez aún contra el más común de los sentidos comunes. La prueba la tenemos ahí mismo, porque la hemos vivido en la última década y todavía ni hemos resuelto, ni nos hemos repuesto del problema: los organismos modificados genéticamente.

La complejidad de la biotecnología aplicada a la agricultura o a los múltiples procesos de una alimentación industrializada por todos los poros, junto con las reacciones que han generado informaciones cruzadas entre el mundo científico, los intereses corporativos y las organizaciones civiles de corte ecologista o de defensa del consumidor, ha creado un caldo de cultivo donde ya no hay forma de separar los ingredientes. La velocidad de la investigación a veces ha jugado en contra de sus propios intereses. Antes de que se acordaran protocolos que permitieran fundamentar la seguridad de ciertos avances de modificaciones genéticas aplicadas a cultivos o productos, estos pasaban de la experimentación a su despliegue en gran escala sin el necesario debate social que los respaldara. Las consecuencias las conocemos todos: sin la debida información y, sobre todo, transparencia, el campo ha quedado plagado de "razonamientos" que han orientado formulaciones jurídicas dispares. Al final resulta que en vez de la biología o los ecosistemas, lo que parece determinar la seguridad de los organismos modificados genéticamente en este caso es el país donde vive el consumidor.

¿Cometeremos la misma barbaridad en el caso de la nanotecnología? ¿Volveremos a camuflar la información en aras de una mal entendida eficiencia científica o de los intereses corporativos de siempre? ¿Cómo reaccionarán los ciudadanos cuando se les diga que "cositas" que levantan del suelo poco más que la milmillonésima parte del metro van a reducir las calorías de algunos alimentos, o a determinar su sabor y su esencia, cuando no será la promesa de mantenerlos frescos y "naturales" más allá de la caducidad "a la que estamos acostumbrados"? Ya no digamos cuando comencemos a explicar que estas nanotecnologías nos librarán de ejércitos de agentes patógenos, no importa donde se escondan. ¿Que se responderá cuando la multitud de organizaciones que aguarda ahí fuera los espectaculares anuncios del mundo nanotecnológico, comiencen a exigir que se les demuestre que las nanopartículas no traspasarán ciertas barreras naturales, como, por ejemplo, las que protegen el tránsito hacia el cerebro humano?

A la vista de las lecciones todavía frescas procedentes de la biotecnología y de las primeras escaramuzas de la nanotecnología, podemos decir, a fecha de hoy, que las cosas no pintan bien. Las grandes empresas mandan a sus científicos a congresos y a ciertos eventos, escuchan, dicen poco y se cierran en banda cuando son preguntados. La propia Food and Drug Administration (FDA, el ente regulador en la materia en EE.UU.) ha aceptado públicamente que recibe información privada que no puede revelar, lo cual puede ser una tontería pero no tranquiliza los ánimos. Sobre todo cuando Cientifica, la web de referencia del sector, asegura que el mercado actual de productos nanotecnológicos en el mercado alimentario es de unos 400 millones de euros, cifra que se multiplicará por 10 en cinco años según sus estimaciones.

Lo que no nos dice Cientifica es cuanto habrá que gastar cuando haya que explicar los nuevos avances tarde y mal, como ya sucedió con los organismos modificados genéticamente, o cuando se comiencen a exigir ensayos y protocolos de seguridad que actualmente todavía no existen, entre muchas razones porque no se sabe muy bien aún cómo hacer esos ensayos y qué hay que buscar. Pero la confianza de los ciudadanos se gana con buena y oportuna información, con una comunicación fluida de los resultados de la ciencia y con un debate público en el que participen portavoces autorizados de la comunidad científica. Esperemos que esta vez lo hagan a tiempo y no tengan que venir a contarnos que la nanotecnología, también, va a solucionar el hambre en el mundo.

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