Audemars Piguet Replica Watches Audemars Piguet Replica
¿Y cuáles fueron estas consecuencias? La pléyade de satélites que desde
aquel 1957 comenzaron a orbitar la Tierra convirtieron el espacio exterior
en los cimientos de un nuevo edificio sustentado en una variable hasta
entonces —y todavía por mucho tiempo después— apenas percibida como un
factor clave del cambio económico y social: la comunicación. Quizá ayudó a
ello el que, como ha sucedido en toda la historia de la comunicación
moderna, no fue el mercado, el sacrosanto mercado, el factótum de este
alumbramiento. Los satélites, como las redes telemáticas y las tecnologías
de la información que ellos prohijaron, las cuales crearon las condiciones,
entre otras cosas, de Internet en EEUU y la debacle política en la URSS,
fueron el producto de una bipolarización del escenario político mundial en
el que las fuerzas armadas de las dos superpotencias desempeñaron el papel
de discretas parteras.
Las repercusiones de la apropiación del espacio exterior, aunque en un
principio benefició fundamentalmente a las dos superpotencias, fueron
globales. El 11 de julio de 1962 se unieron por primera vez los receptores de
Europa y EEUU en un histórico programa de TV. Gracias al satélite Telstar,
puesto en órbita por EEUU, las imágenes del vicepresidente Johnson y de
funcionarios de la compañía constructora, así como las notas del himno de
EEUU, llegaron nítidamente a los receptores a ambos lados del Atlántico
después de un viaje de 4.800 kilómetros Tierra-satélite-Tierra. Una
estación de escucha en la costa bretona aseguró que las imágenes recibidas
en Francia eran de tal calidad que parecía que la emisora estaba a 40 km.
Dos semanas después, el 29 de julio 1962, a las diez menos cuarto de la
noche, el teniente alcalde de Bilbao, Emilio Ybarra, conversaba por
teléfono con el alcalde de Pittsburgh, la primera vez que se establecía
este tipo de comunicación con EEUU desde España a través del Telstar. Un
par de horas más tarde le tocó el turno al alcalde de Toledo, quien mantuvo
una conversación con su colega del otro Toledo, ciudad de Ohio, EEUU. Digo
esto sólo para mostrar que, aunque seguía en pie la barrera física y
espiritual de los Pirineos, España no era ajena a estos balbuceos de la
mundialización de la sutil mano de las comunicaciones.
Siguiendo la estela del Sputnik, en los 80 nos encontramos con otro
acontecimiento que fue valorado fundamentalmente desde el punto de vista
político, pero cuyo impacto fue demoledor sobre el edificio de la
comunicación: La guerra de las galaxias. EEUU, con Ronald Reagan en el
poder, da una vuelta de tuerca a la guerra fría y, de paso, a su postura
política de los años sesenta y setenta. Para la Casa Blanca (ese lobby integrado por
los sectores más poderosos de la política y la industria civil y bélica,
según Eisenhower, uno de sus presidentes), la cuestión ya no era retener
una cierta capacidad de respuesta a un ataque nuclear (origen del sistema
de telecomunicación que derivó en Internet), sino directamente impedirlo.
La guerra de las galaxias se proponía destruir en vuelo los misiles
nucleares intercontinentales procedentes de la Unión Soviética. Para ello
era necesario desarrollar un mecanismo complejo y multicomando capaz de
detectar el disparo de misiles enemigos, calcular su trayectoria, preparar
la respuesta y lanzarla al espacio, discriminar durante el vuelo los
señuelos de las bombas verdaderas, apuntar hacia los objetivos las armas
especialmente diseñadas para esta tarea (láser, microondas, impacto directo
guiado por radar o sensores de diferentes tipos, etc.) y destruir
absolutamente a todos los proyectiles enemigos en la alta atmósfera. Estas
funciones había que cumplirlas entre el minuto cero y el minuto 7 a 10
desde el momento del disparo en la URSS (o en cualquier punto del océano).
No había más tiempo para detectar, verificar, calcular, disparar,
interceptar, discriminar y destruir el arsenal enemigo antes de que este
cayera sobre las cabezas de los norteamericanos. Dicho en otras palabras,
no había mente humana capaz de procesar en ese tiempo toda la información
necesaria para tomar las decisiones correctas en cada fase. La única salida
era la automatización de cabo a rabo de todo el proceso. Era necesario, por
tanto, crear un dispositivo de comunicación inexistente hasta entonces en
el que se condensara toda la capacidad y poderío alcanzado hasta entonces
por los tres desarrollos vertebrales de la futura sociedad de la
información: satélites, ordenadores y redes de telecomunicación.
La guerra de las galaxias no produjo ni una sola arma digna del apellido
galáctico. Fue una estrepitosa fanfarronada. Pero desde el punto de vista
de la automatización de las telecomunicaciones, de la ampliación de la
capacidad operativa de los satélites y, sobre todo, del funcionamiento y
proliferación de las redes de telecomunicación, su impacto fue definitivo.
Prácticamente, la investigación medular de las guerras de las galaxias se
condujo a través de ArpaNet que, a su vez, se benefició directamente de los
avances que se registraron sobre todo en lo que afectaba a la propia
funcionalidad de las redes telemáticas. ArpaNet canalizó las comunicaciones
entre los centros de investigación e incrementó hasta límites inéditos el
giro de la producción científica y tecnológica. Incluso transmitió la
sensación de que efectivamente los objetivos de la guerra de las galaxias
eran posibles, se podían conseguir. ArpaNet tuvo un impacto decisivo sobre
la economía de EEUU desde mediados de los años ochenta hasta el final de la
década. La URSS trató de mantener el ritmo, pero le fue materialmente
imposible. Un país donde el uso no autorizado de la fotocopiadora podía
acabar con el infractor en la cárcel o el destierro, trataba de parar a su
gigantesco enemigo tirándole garbanzos con la mano. La tensión que impuso
la necesidad de mejorar la comunicación de su propio sistema para no
perderle el paso a EEUU acabó derribándolo. Como anotó Popov, uno de los
asesores más cercanos a Gorbachov en los primeros momentos de la
perestroika, "ni una sola de las estructuras sociales, económicas y
políticas de la URSS estaba preparada para soportar una comunicación más
fluida y mejorar su funcionamiento. Apenas se abría ligeramente la
compuerta, el cambio era tan profundo que la estructura se caía como un
castillo de naipes." Finalmente, casi de un día para otro, lo que se cayó
fue todo el imperio. El proceso de mundialización entraba en una nueva fase
sostenido y vehiculado por las redes de telecomunicación. Desde principios
de los noventa, con el muro de Berlín ya por los suelos, ArpaNet se convirtió en
Internet.
Merece la pena no olvidar que fue precisamente aquel modesto Sputnik de
1957 el que dio el pistoletazo de salida más importantes hacia este mundo
que habitamos hoy. Sin aquel cacharrito emitiendo su bip-bip, hoy, por
ejemplo, no habría cientos de millones de personas cuyas posaderas ya
hormiguean de inquietud por sentarse ante el televisor para ver otra boda
del siglo. La de la tecnología con la comunicación.