Editorial número 70
Cada gallo canta en su muladar
A medida que el ruido social de Internet crece, pareciera que
toda una serie de marmotas (dicho con todo el cariño que uno le tiene a
esta especie) comienza a desperezarse y a contemplar, no sin sorpresa,
que el entorno se lo están cambiando sin que nadie les haya pedido
permiso. Esto, como sabemos, suele ser muy molesto, sobre todo para el
afectado. La historia de los seres vivos está repleta de conflictos
generados por la dificultad de compartir los espacios vecinos. Muchas
veces esto ha dado lugar a legítimas protestas, reclamos y acciones
directas en defensa del territorio propio y, en otras, estamos
simplemente ante el derecho al pataleo de quien se ve desprovisto de
repente de su juguete favorito. Algo de esto está pasando con gran
parte de la discusión sobre "qué es Internet", "adónde nos lleva", "qué
tipo de mundo prefigura", "cuál es su modelo de sociedad", etc.
En este caso particular, una parte importante de lo que
sin duda es una polémica de actualidad rabiosa, a veces no viene
potenciada por argumentos de fondo, sino simplemente por el hecho
deslumbrante del crecimiento vertiginoso de Internet, como si esto
fuera un valor en sí mismo suficiente para edificar sobre él todo el
armazón de un modelo maduro del futuro (o de su rechazo). En esta
trampa caen tirios y troyanos y, me parece, que hay razones para ello:
a diferencia de otros modelos autoevidentes, en el caso de Internet el
punto de observación determina en gran medida el análisis del fenómeno.
Se puede discutir sobre la proyección de la Red desde fuera (sin
conectarse) o desde dentro (viviendo en el ciberespacio). Nuestros
intelectuales no son ajenos a esta pleitesía a lo que podríamos
denominar el "síndrome del farero".
No creo necesario validar (o descalificar) la discusión
sobre Internet por las apelaciones coyunturales de algunos gurús al
reino de los milenarismos o las utopías. El papel de la tecnología en
la historia de la humanidad tiene suficiente entidad como para discutir
sus implicaciones culturales sin necesidad de echar mano a referencias
colaterales. Es cierto, como dice Lucien Sfez, que a veces este tipo de
mitologías (que, por otra parte, nos han acompañado a lo largo de la
historia) pueden armar a los gobernantes y estimular la obediencia de
los gobernados. Pero no podemos olvidar que la mejor receta para
conseguir ambos efectos es precisamente la desesperanza, un producto
que el poder consigue fabricar y comercializar con extremada facilidad,
como lo demuestra su manejo de los desequilibrios sociales en su
ventaja. El paradigma de esto podría ser la denominada relación
Norte-Sur, en cuanto metáfora de la concentración de la riqueza en
manos de unos pocos y del discurso sobre la imposibilidad de modificar
semejante circunstancia.
No hace falta recalcar que la discusión de en.re.dando
sobre Internet se realiza desde "dentro": para mí, el crecimiento
exponencial de la Red tiene desde luego una gran importancia, pero
totalmente supeditada a la actividad que se desarrolla en ella y a la
forma como ésta modifica a la propia tecnología: o sea, estamos
hablando de un proceso cultural elaborado por todos los que participan
en la Red. Esta es, de partida, la gran salvedad a la que muchos
intelectuales debieran referirse cuando examinan el "fenómeno Internet"
en vez de encuadrarlo con tanta premura en la historia de los medios de
comunicación (o de las tecnologías de la información) y de sus más
recientes innovaciones, como la televisión. Internet supone la apertura
de una rama evolutiva diferente, porque por primera vez su contenido
(su contenido cultural) no está determinado sólo por la composición
corporativa de los grandes emisores de mensajes, es decir, por la forma
como se articula verticalmente el poder, sino que existe una
horizontalidad sin precedentes entre los usuarios, incluso aunque se
produzca dentro de un orden o en medio del desorden generalizado (sobre
gustos, ya se sabe...).
Internet, nos guste o no, ha modificado el paisaje de la
relación entre la tecnología y la cultura (un paisaje, por cierto, que
nunca se está quieto). Si hace 20 años ya se planteaba que el principal
caudal de la clase gobernante del capitalismo era el conocimiento, hoy
también lo es, pero en circunstancias bastante diferentes. Solo la
transformación de los sistemas educativos a través de las redes, con la
potenciación de una —todavía incipiente— relación simbiótica entre
alumnos y profesores, plantea la cuestión de la generación, adquisición
y síntesis del conocimiento sobre planos sin precedentes históricos, a
menos que nos remontemos a relatos antropológicos relacionados con la
tribu (y unas ciertas dimensiones de las poblaciones). Por otra parte,
la conquista de la voz por millones de seres (cosa que no sucedía con
los medios de comunicación basados en el modelo "uno emite y los demás
escuchan") comienza a modificar también el propio paradigma de las
tecnologías de la información al uso. No se puede meter en un mismo
saco lo que desde este punto de vista representa socialmente Internet,
con los intentos de corporaciones y gobiernos de recuperar su poder
sobre el conocimiento a través de TV digitales, cables y toda la
parafernalia en la que la infraestructura —la institución social
vertical— predomina por sobre la actividad generada por los
ciudadanos. En esta tensión se sustenta la crítica potencial del
"status quo" y se proyectan posibles salidas.
Stelarc, en la entrevista del mes de mayo
que publica en.red.ando, y que todo internauta debería leer, sostiene
que Internet nos permite trabajar con lo que él denomina futuros
debatibles, todo lo contrario de soluciones ciertas deducidas de una
agenda ideológica o académica. Los gurús son los que plantean las
desembocaduras preconcebidas a túneles todavía no excavados.. Pero,
quienes trabajamos con la Red para hacer cosas que ya no podíamos hacer
en nuestro mundo real y que, además, mantenemos completamente difusa la
frontera entre el espacio real y el virtual (es decir, no hemos
cancelado la susceptibilidad a la experimentación), estos futuros
debatibles no son entelequias fantasmales, sino el producto de la
tensión con la situación actual que, recordémoslo, está forjada por el
liberalismo salvaje impuesto por gobiernos y corporaciones.
En muchas de las discusiones acerca de Internet se
percibe que el "pensamiento" se ha desplazado hacia una zona demasiado
poblada para el gusto de filósofos y otros celadores del fuego sagrado
del conocimiento. Quizá ellos tienen razón al alertar de que Internet
es mucho ruido y pocas nueces. Pero el mundo que tenemos hoy es también
producto del poco ruido que ellos provocaron y las muchas nueces que
rompió el poder con su silencio cómplice. En este sentido, me interesa
más el manifiesto del Foment d'Arts Decoratives (FAD) recientemente
hecho público en Barcelona, que concluye así: "Afirmamos que los
hackers, los okupas, los artistas multimedia, los disc-jokeys y otra
gente que busca los límites, están más cerca del activismo cultural que
nuestros intelectuales". El mismo documento pregunta a estos de qué nos
ha servido la democratización de la cultura si la hemos utilizado para
vaciarla de contenido al convertirla en un proceso teledirigido desde
el poder.
En Internet, basta conectarse para comprobarlo, se está
produciendo una reformulación cultural que plantea con una fuerza
desconocida bajo el capitalismo la cuestión de múltiples futuros
debatibles, todos ellos cargados de riesgos nuevos, actuales y
antiguos. Puede ser que a nuestros intelectuales les ponga nerviosos
esta complejidad de nuestro destino asumido por millones de personas
ajenas a los ámbitos de la academia. Aunque sólo fuera por esto, el
fenómeno ya merece algo más un simple vistazo o el despacharlo con dos
plumazos.
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