Editorial número 69
Quien comenta, inventa
El 90% asegura que conoce un idioma extranjero (el inglés en el 94% de los
casos), el 28% accede a Internet y el 37% suele leer un periódico
diariamente. Estas son algunas de las cifras de la encuesta entre los
universitarios realizada por el diario El País, que fue publicada la semana
pasada. Ya sabemos que las encuestas son una de las historias de desamor
más frecuentes de este final de siglo: suelen decir más de lo que expresan
los números y menos de lo que uno quisiera leer en ellos. Tomando en cuenta
este secreto inmanente de la cifra, resultan ilustrativos algunos de los
resultados comentados y otros que les acompañaban para verificar la
cultura general de los encuestados. Así, a vuelapluma, cuando se les
preguntó por los personajes vivos que más admiraban, los siguientes fueron
mencionados al menos por el 1% de los universitarios interrogados: Teresa
de Calcuta, el Rey Juan Carlos, Indurain, Felipe González, Gabriel García
Márquez, Nelson Mandela, Adolfo Suárez y Stephen Hawking. No rebasó esa
frontera el señor Bill Gates: ¿un caso típico de disparidad entre la
idolatría mediática y la penetración del mensaje? ¿o simplemente el
resultado premonitorio de la transición desde la adolescencia Sega a la
madurez Microsoft?
Cuando se les planteó seis preguntas de cultura general, desde la típica de
quién es el actual presidente de EEUU a quien formuló la teoría de la
relatividad, la única que versaba sobre fútbol fue la que menos respuestas
acertadas recibió (quién ganó el campeonato español el año pasado) ¿otro
agujero negro en las prioridades del interés nacional según la rancia
definición de nuestros gobernantes?
La encuesta trata de dilucidar la forma como los estudiantes se informan.
Les pregunta por sus hábitos a la hora de leer periódicos y, por otra
parte, por la utilización media del ordenador para acceder a Internet. La
primera, la lectura de diarios, es una cuestión habitual en estas muestras.
La segunda es la primera vez que aparece en este tipo de trabajos de campo
con el sector universitario, también por razones lógicas: es ahora cuando
Internet despunta como un posible competidor de los medios de comunicación
tradicionales a la hora de proveer información y conocimiento. De todas
maneras, este fenómeno es tan reciente que los autores de la encuesta ni
siquiera intentan cruzar los datos. Y, si lo hubieran hecho, tengo la
impresión de que los resultados se habrían visto seriamente afectados por
los prejuicios que todavía acompañan al análisis de las redes.
Puestos a examinar su negocio, El País traza un panorama optimista porque
el 37% de los entrevistados confiesa que suele leer los periódicos (dos
puntos más que en 1995), aunque menos del 21% lo compra. Por otra parte (o
por la misma parte), un 36% dedica dos horas diarias a ver televisión y un
21% tres horas o más. En el reverso de la moneda, el dato que me parece
significativo es el grado de preparación para entrar en la era dela
sociedad de la información: un 65% confiesa que utiliza el ordenador como
un procesador de textos, un 31% para diseño de gráficos, un 41% como banco
de datos y un 28% para acceder a Internet (a pesar de las escasas
facilidades que muchas universidades ofrecen a sus estudiantes para que
naveguen con una dirección electrónica propia).
Estos datos, como sucede siempre con toda encuesta, se pueden leer de mil
maneras e interpretarlos a gusto de cada uno. He aquí el mío: estamos cada
vez más cerca del punto de convergencia entre el descenso constante de la
lectura de periódicos en los sectores que van a tomar decisiones en este
país y, por la otra parte, la adopción de Internet como una vía habitual de
procurarse información y conocimiento. Los medios tradicionales (esto no
hace falta que nos lo descubra ninguna encuesta, pero de todas maneras,
sale como un dato constante en casi todas ellas) cada vez informan menos de
lo que le interesa a la población. Sobre todo, han perdido la capacidad de
estimular nuestra curiosidad, de proponernos un vistazo inteligente a los
acontecimientos del mundo que enriquezca nuestra cultura y nuestra forma de
desenvolvernos en él. Por otra parte, el tipo de escenario propuesto por
las redes (todos somos emisores y receptores) desencadena procesos
múltiples y muy complejos de retroalimentación de la información y el
conocimiento que cada vez se van aposentando con una mayor carga de
cotidianeidad. Para decirlo de otra manera, estamos en la fase en que los
cajeros automáticos proliferaban por doquier y, a pesar de sus promesas de
"dinero fácil" al alcance de la yema de los dedos, seguíamos yendo al
mostrador del banco para solicitar las operaciones habituales. Hoy, me lo
confiesan los amigos a los que les consulto y las señoras del barrio cuando
nos vemos en el mercado, hace mucho tiempo que no le ven la cara a la
persona al otro lado de la ventanilla: la tarjeta de crédito nos ha
enredado en la zona financiera del ciberespacio casi sin que nos hayamos
dado cuenta.
La encuesta de los universitarios plantea un escenario semejante. Nos
encontramos en la transición hacia la "rutina telemática". Pero este camino
está salpicado de dificultades y obstáculos. El salto hacia la
proliferación de "cajeros de la sociedad de la información" no vendrá de la
mano solamente de los bancos (aunque estos siguen jugando un papel de
primer orden en este juego), sino también de nuestra capacidad para generar
contenidos cada vez más ricos, más útiles, más diversos. Si este proceso
despega —y nada asegura que finalmente despegue a tiempo, es decir, antes
que se impongan las contratendencias que auspician corporaciones, centros
financieros y grandes centrales de compra— las encuestas futuras tendrán
que encontrar la fórmula para poder desentrañar el complejo proceso a
través del cual cada uno se procura no ya la información, sino los
ingredientes necesarios para tomar decisiones en una sociedad atrapada
definitivamente en los flujos comunicativos del ciberespacio. Esto es algo
que los medios tradicionales todavía ni siquiera se plantean, pues ellos
dan por descontado que la inteligencia de sus lectores debe acercarse al
promedio de la inteligencia de sus historias actuales. Eso es mucho
presumir y, si es cierto ahora, quizá nunca más vuelva a ser así gracias a
Internet.
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