Editorial número 68
Quien mucho quiere saltar, de lejos lo ha de tomar
¡Albricias, nuestra única transnacional ya se codea con las grandes!
Telefónica ha metido la cabeza (junto con Portugal Telecom) en el consorcio
Concert, donde British Telecom y MCI comparten 27,3 millones de líneas
telefónicas y una facturación de seis billones de pesetas. Ahora, las
cuatro (mejor no llamarlas hermanas, algunos colectivos se enojarían con
razón) integran el segundo grupo mundial de telecomunicaciones por volumen
de facturación. Apenas se difundió la noticia este fin de semana, dos
avecillas sobrevolaron mi memoria. Una me recordó un desayuno durante
Inet'96 en Montreal hace apenas un año. Vint Cerf, uno de los creadores de
Internet, nos dio una estupenda y divertida conferencia de prensa sobre el
futuro de la Red. Cerf, un verdadero encantador de serpientes, no nos
hablaba sólo como arquitecto del ciberespacio, sino, sobre todo, como
Vicepresidente para Internet de la primera corporación de cable del mundo
y, por aquel entonces, una potencia en construcción en telefonía: MCI. Esta
empresa es, además, una de las columnas vertebrales de la Red pues es suya
una parte de la red troncal de datos de EEUU, el famoso "backbone" de
Internet.
Cerf nos contó que precisamente esa era una de sus preocupaciones:
construir la red troncal mundial de Internet para evitar que todo el mundo
tuviera que pasar necesariamente por EEUU con los problemas asociados que
esto estaba creando para las comunicaciones telefónicas en aquel país. Cerf
se extendió sobre las implicaciones de este "backbone" global, el cual
supondría el principio de la especialización de los servicios dentro de
Internet y, posiblemente, su desglose en tarifas de acuerdo a sus
características. El internauta podría escoger diferentes velocidades, tipos
de actividad (telefonía, vídeo, etc.) e incluso la modalidad de visita a
ciertas webs recargadas con toda la parafernalia del multimedia. En
conclusión, nos dijo Cerf con una amable sonrisa: "Dentro de poco, Internet
será de pago, pero no por la conexión, sino porque cada uno deberá costear
sus servicios preferidos en la Red".
El otro golpe de memoria es mucho más reciente y menos seductor en su
presentación: El decreto del gobierno español del 27 de marzo de 1997 por el que
autorizó a Telefónica a incrementar las tarifas urbanas en un 10%. Nuestros
agudos comentaristas "presenciales" del panorama de las telecomunicaciones
(que, a tenor de sus sesudos análisis, me apuesto lo que sea que no que no
se conectan ni a través de un pariente) se han dedicado los últimas semanas
a divagar sobre las implicaciones de este nuevo aumento tarifario. En casi
ningún lugar he leído una somera referencia a la repercusión que tendrá en
la comunidad cibernauta española. Porque, que nadie lo dude, el nuevo
tarifazo va dirigido fundamentalmente a ella. Las llamadas urbanas
representan el 80% de la facturación total de Telefónica. O sea, que cuando
nuestra compañía más emblemática nos asegura que el uso promedio de cada
línea no supera los 9 minutos por día, se está refiriendo fundamentalmente
al índice de ocupación de estas llamadas. Pues bien, en el último año, este
índice subió a más de 10 minutos, un salto espectacular si tomamos en
cuenta que esto representa, entre otras cosas, que 215.000 usuarios (la
compañía esperaba 42.000) han hecho un total de 36 millones de llamadas
"nuevas" (esperaba 5,4 millones) y un total de 10 millones de horas de
conexión (calculaba 2,2 millones). Estos son los datos oficiales del uso de
Infovía durante su primer año de vida.
Dicho en otras palabras, y para no extenderme demasiado porque, por suerte,
los lectores de esta columna son excelentes entendedores en este tema,
Telefónica consiguió un incremento del coste de las llamadas urbanas con el
ojo puesto en el sector de mayor crecimiento: los usuarios de Internet. Uno
podría pensar que, en el fondo, y como siempre, lo único que pretende la
compañía es rascar al máximo el bolsillo del cliente. Pero, como este es un
supuesto constante en su orientación estratégica, uno, que no está presente
en las reuniones del Consejo de Administración de la empresa y, además,
tiene un cierto placer por las teorías conspiratorias, en general, y por
las de Telefónica, en particular, cree que la medida puede basarse también
otras hipótesis. Por ejemplo, que a Telefónica no le interesa tanto que se
dispare la población internauta del país. O, por lo menos, que no se
dispare tanto en el uso de Internet y que se reconduzca hacia el propio
espacio de Infovía, donde bancos, grandes superficies comerciales, policías
y gobiernos tienen un interés creado por la posibilidad de desarrollar el
prometido comercio electrónico en lo que ellos consideran un "entorno
seguro", donde siempre se sepa quién es quién. Una vez que estos servicios
estén creados y aposentados, se podría hablar de tarifas diferentes para
acceder a Infovía en cuanto red alternativa propietaria o en cuanto vía de
paso hacia Internet, o sea la red troncal del amigo Cerf. Si esta
hipótesis fuera aproximadamente cierta, uno podría entender los bandazos
que da Telefónica, en los que unos pocos días parece dispuesta a preparar
el despegue definitivo del ciberespacio hispano y, todos los demás,
obstruye con medidas irritantes las iniciativas de miles de usuarios que
ven con desesperación cómo pierden tiempo, dinero e imaginación a través de
esas prácticas monopolistas tan finamente ejercidas por la compañía en el
nombre del libre mercado.
Habrá que estar al tanto de lo que sucede ahora en el
próximo Consejo de
Administración donde se sienten el señor Juan Villalonga, presidente de
Telefónica, y el etéreo Vint Cerf. Aunque, me temo, tendremos que
volver a
imaginarnos por qué nos dan el palo que con toda seguridad nos
anunciarán
con la más amistosa de las sonrisas. La diferencia ahora es que toda
América Latina tendrá que mantenerse ojo avizor, porque el nuevo
consorcio
tiene, como dijo un portavoz de Telefónica, una "firme vocación
panamericana". La cuestión es: nosotros, aparte de usar el teléfono
como
psicópatas del auricular, ¿qué les hemos hecho?
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