Editorial número 351
Las almas grandes nunca se abaten
"El primero
de estos correos electrónicos llegó
hace exactamente diez días, el 14 de diciembre.
Al principio eran dos o tres al días. Después,
a medida que los iba contestando se incrementó
el número y la diversidad de temas. Ahora
sé que no soy el único destinatario.
No sé qué hacer, ni qué está
pasando". Samuel Huntington miraba alternativamente
a la pantalla de su ordenador y a Chris Calvin,
el agente de la CIA enviado por el Departamento
de Alarmas Inmediatas. "¿Y por qué
los responde? ¿Por qué no los borra
o los guarda y los deja para otro día?",
respondió Calvin. La respuesta era obvia,
por algo se encontraba en casa del profesor la
víspera de Navidad: "No puedo. Son
mensajes que me plantean problemas muy serios
desde el punto de vista de lo que he escrito estos
últimos años. Nunca nadie me había
planteado estas cuestiones de esta manera. Es
como si yo estuviera al otro lado discutiendo
conmigo a partir de mis propias lagunas, lagunas
que no había detectado hasta ahora".
A Calvin eso no le pareció suficiente.
No como para que ni siquiera hubiera tenido tiempo
de salir a hacer las compras de Navidad, como
le había explicado un preocupado Huntington.
Lo más extraño de todo es que, en
ese mismo momento, varios compañeros de
Calvin estaban escuchando posiblemente algo muy
parecido, pero en la casa de Francis Fukuyama
y de un puñado de intelectuales estadounidenses
que habían recibido una avalancha semejante
de mensajes. Calvin ya los había reenviado
al cuartel general de la CIA para que los examinaran
y sabía que sus compañeros habían
hecho lo mismo. Pero, ¿por qué había
que responderlos ahora, por qué no dentro
de unos días, o de un mes?
"¿Me muestra de nuevo el primero
de ellos?", pidió el agente. Don Samuel
tecleó nerviosamente y lo puso en pantalla:
"¿Qué respondió usted?"
Huntington se revolvió en el asiento y
explicó brevemente cómo había
expuesto el caso de Rusia tras su caída
y la reconstrucción de formas capitalistas
basadas en el consumo de masas. "Sin embargo,
el siguiente mensaje dejó mi respuesta
en el aire. Eso ha sucedido en casi todos los
casos. Los nuevos mensajes han abierto otros campos
de interrogación, cada vez más profundos,
más exhaustivos, incluso más filosóficos".
Calvin revisó sus notas y se encontró
con aclaraciones parecidas por parte de Fukuyama
y de algunos de sus colegas.
"¿Usted conoce a los firmantes, sabe
si realmente existen?", dijo Calvin sin dejar
de consultar sus papeles. "Bueno, al principio
sólo reconocía las instituciones:
universidades de El Cairo, Casablanca, Islamabab,
Haifa, Ammán... Las personas me eran desconocidas,
pero aparecen en los listados del personal de
esas instituciones. Algunas de sus posturas creí
reconocerlas. Incluso consulté a Edward
Said si él estaba asesorando a algunos
de los firmantes". Calvin le miró
inquisitivamente. "Bueno, me pareció
reconocer algunos de sus argumentos. No entendió
nada de lo que le dije. Me explicó que
estaba a punto de salir de viaje de vacaciones
y que, a la vuelta, le gustaría ver los
mensajes".
De repente llegó otro correo electrónico
marcado como urgente. Huntington lo abrió.
Procedía de la universidad de Teherán.
Los dos leyeron en silencio: "Señor
Huntington, usted sabe que el mundo árabe
no forma un conjunto homogéneo, aunque
sí en lo espiritual. Si ahora se fragmenta,
por ejemplo, entre el Magreb y Oriente Próximo,
o la zona del Golfo, ¿cómo convivirán
civilizaciones que se buscan pero en un marco
político de reordenamiento del poder que
tiende a separarlas? ¿Cuáles serán
las nuevas relaciones que les permitirán
entenderse?"
Calvin miró a Huntington con curiosidad.
Este masculló en voz baja: "La verdad
es que se trata de gente muy inteligente y conocen
muy bien lo que pensamos. Quizá mejor que
nosotros mismos". "Parece que le sorprende,
profesor". "Sí, la verdad es
que sí. ¿Dónde han estado
hasta ahora? Estos no son los líderes religiosos
que hemos conocido en estos países. Además,
¿cómo pueden coordinarse de esta
manera y lanzar preguntas de este calado a tanta
gente al mismo tiempo y desde lugares tan apartados
entre sí? ¿Nos están queriendo
plantear algo más que un mero debate intelectual?".
Calvin estuvo a punto de decir "Internet
tiene estas cosas", pero se guardó
el comentario para mejor ocasión.
"Lo que me parece más interesante
es que hayan decidido atacar, si me permite el
término, justo en Navidad. Aquí
están ustedes, los portavoces de un estilo
de vida, convertidos en prisioneros de ese mismo
estilo de vida. Internet es la celda y los pensamientos
son los guardianes. Pensamientos que ustedes no
saben muy bien cómo tratar o cómo
responder. ¿No le parece curioso este choque
de civilizaciones?". Huntington pasó
por alto la ironía, que no esperaba de
un agente de la CIA, aunque ya había pensado
en ello varias veces, sobre todo cuando tuvo que
discutir con casi toda la familia al decirles
que todavía tenía trabajo y no podría
salir con ellos a hacer las compras navideñas.
Como si le adivinara el pensamiento, Calvin le
dijo que, si le servía de consuelo, la
cúpula del Departamento de Defensa, desde
Rumsfeld hasta Paul Wolfowitz, pasando por algunos
de sus asesores, estaban en la misma situación.
"Y, además, informando a la Casa Blanca
de cada nuevo mensaje que recibe usted y los otros
profesores. O sea, que allí también
hay gente sin vacaciones". Era evidente que
a Calvin le divertía la situación,
aunque trataba de mantener la seriedad por si
el asunto de escapaba de las manos. Algunos de
sus jefes consideraban que podría ser un
aviso cifrado de un ataque y habían clasificado
el caso como alta prioridad y estrictamente confidencial.
En la casa de cada uno de los receptores de los
mensajes había un agente de la CIA y una
patrulla policial en los alrededores.
Mientras el profesor comenzaba a redactar una
respuesta al último mensaje, Calvin recibió
una llamada por el móvil. Se fue a la habitación
contigua desde donde se escuchaba el murmullo
de su conversación. Cuando regresó
miró fijamente al profesor, quien aguardó
expectante. "¿Cómo sabe usted
que se trata de seres humanos?". Huntington
esperaba cualquier cosa menos semejante pregunta.
"No le entiendo". Calvin miró
al ordenador y le preguntó: "¿Conoce
usted el enigma de Touring?". Antes de que
pudiera responder, el agente le explicó
que Alan Touring, uno de los padres de la computación
moderna, había formulado hace 50 años
el principio por el que se podía decir
que una máquina pensaba si el interrogador
humano no podía distinguirla de otro humano.
"Señor Huntington, todo apunta a
que estamos ante el caso más avanzado de
este tipo de máquinas, máquinas
que piensan. Al parecer, alguien ha creado un
programa alimentado con ideas suyas y de sus propios
colegas. La máquina ha elaborado rompecabezas
con esas ideas y ha generado las preguntas que,
al parecer, ni ustedes mismos habían sido
capaces de hacerse. Incluso, según usted
mismo me ha confesado, en algunos casos ha logrado
poner en cuestión las premisas básicas
sobre las que se asientan sus propias concepciones,
¿no? Bien, esto es lo que me han dicho
que está pasando. Lo cual no elimina la
cuestión de fondo: ¿Quién
ha hecho esto, gente de "nuestra civilización"
o de las "otras civilizaciones"? Ya
sé que, para usted, esto no es quizá
lo más importante. Pero seguro que será
lo único que los jefes querrán saber.
Respecto a usted, sólo le puedo decir que
espero con mucho interés su próximo
libro. Que pase unas buenas fiestas".
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