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La máquina de la civilización (Cuento de Navidad)

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
24/12/2002
Fuente de la información: Revista en.red.ando
Temáticas:  Conflictos  Tecnología 
Editorial número 351

Las almas grandes nunca se abaten



"El primero de estos correos electrónicos llegó hace exactamente diez días, el 14 de diciembre. Al principio eran dos o tres al días. Después, a medida que los iba contestando se incrementó el número y la diversidad de temas. Ahora sé que no soy el único destinatario. No sé qué hacer, ni qué está pasando". Samuel Huntington miraba alternativamente a la pantalla de su ordenador y a Chris Calvin, el agente de la CIA enviado por el Departamento de Alarmas Inmediatas. "¿Y por qué los responde? ¿Por qué no los borra o los guarda y los deja para otro día?", respondió Calvin. La respuesta era obvia, por algo se encontraba en casa del profesor la víspera de Navidad: "No puedo. Son mensajes que me plantean problemas muy serios desde el punto de vista de lo que he escrito estos últimos años. Nunca nadie me había planteado estas cuestiones de esta manera. Es como si yo estuviera al otro lado discutiendo conmigo a partir de mis propias lagunas, lagunas que no había detectado hasta ahora".

A Calvin eso no le pareció suficiente. No como para que ni siquiera hubiera tenido tiempo de salir a hacer las compras de Navidad, como le había explicado un preocupado Huntington. Lo más extraño de todo es que, en ese mismo momento, varios compañeros de Calvin estaban escuchando posiblemente algo muy parecido, pero en la casa de Francis Fukuyama y de un puñado de intelectuales estadounidenses que habían recibido una avalancha semejante de mensajes. Calvin ya los había reenviado al cuartel general de la CIA para que los examinaran y sabía que sus compañeros habían hecho lo mismo. Pero, ¿por qué había que responderlos ahora, por qué no dentro de unos días, o de un mes?

"¿Me muestra de nuevo el primero de ellos?", pidió el agente. Don Samuel tecleó nerviosamente y lo puso en pantalla: "¿Qué respondió usted?" Huntington se revolvió en el asiento y explicó brevemente cómo había expuesto el caso de Rusia tras su caída y la reconstrucción de formas capitalistas basadas en el consumo de masas. "Sin embargo, el siguiente mensaje dejó mi respuesta en el aire. Eso ha sucedido en casi todos los casos. Los nuevos mensajes han abierto otros campos de interrogación, cada vez más profundos, más exhaustivos, incluso más filosóficos". Calvin revisó sus notas y se encontró con aclaraciones parecidas por parte de Fukuyama y de algunos de sus colegas.

"¿Usted conoce a los firmantes, sabe si realmente existen?", dijo Calvin sin dejar de consultar sus papeles. "Bueno, al principio sólo reconocía las instituciones: universidades de El Cairo, Casablanca, Islamabab, Haifa, Ammán... Las personas me eran desconocidas, pero aparecen en los listados del personal de esas instituciones. Algunas de sus posturas creí reconocerlas. Incluso consulté a Edward Said si él estaba asesorando a algunos de los firmantes". Calvin le miró inquisitivamente. "Bueno, me pareció reconocer algunos de sus argumentos. No entendió nada de lo que le dije. Me explicó que estaba a punto de salir de viaje de vacaciones y que, a la vuelta, le gustaría ver los mensajes".

De repente llegó otro correo electrónico marcado como urgente. Huntington lo abrió. Procedía de la universidad de Teherán. Los dos leyeron en silencio: "Señor Huntington, usted sabe que el mundo árabe no forma un conjunto homogéneo, aunque sí en lo espiritual. Si ahora se fragmenta, por ejemplo, entre el Magreb y Oriente Próximo, o la zona del Golfo, ¿cómo convivirán civilizaciones que se buscan pero en un marco político de reordenamiento del poder que tiende a separarlas? ¿Cuáles serán las nuevas relaciones que les permitirán entenderse?"

Calvin miró a Huntington con curiosidad. Este masculló en voz baja: "La verdad es que se trata de gente muy inteligente y conocen muy bien lo que pensamos. Quizá mejor que nosotros mismos". "Parece que le sorprende, profesor". "Sí, la verdad es que sí. ¿Dónde han estado hasta ahora? Estos no son los líderes religiosos que hemos conocido en estos países. Además, ¿cómo pueden coordinarse de esta manera y lanzar preguntas de este calado a tanta gente al mismo tiempo y desde lugares tan apartados entre sí? ¿Nos están queriendo plantear algo más que un mero debate intelectual?". Calvin estuvo a punto de decir "Internet tiene estas cosas", pero se guardó el comentario para mejor ocasión.

"Lo que me parece más interesante es que hayan decidido atacar, si me permite el término, justo en Navidad. Aquí están ustedes, los portavoces de un estilo de vida, convertidos en prisioneros de ese mismo estilo de vida. Internet es la celda y los pensamientos son los guardianes. Pensamientos que ustedes no saben muy bien cómo tratar o cómo responder. ¿No le parece curioso este choque de civilizaciones?". Huntington pasó por alto la ironía, que no esperaba de un agente de la CIA, aunque ya había pensado en ello varias veces, sobre todo cuando tuvo que discutir con casi toda la familia al decirles que todavía tenía trabajo y no podría salir con ellos a hacer las compras navideñas.

Como si le adivinara el pensamiento, Calvin le dijo que, si le servía de consuelo, la cúpula del Departamento de Defensa, desde Rumsfeld hasta Paul Wolfowitz, pasando por algunos de sus asesores, estaban en la misma situación. "Y, además, informando a la Casa Blanca de cada nuevo mensaje que recibe usted y los otros profesores. O sea, que allí también hay gente sin vacaciones". Era evidente que a Calvin le divertía la situación, aunque trataba de mantener la seriedad por si el asunto de escapaba de las manos. Algunos de sus jefes consideraban que podría ser un aviso cifrado de un ataque y habían clasificado el caso como alta prioridad y estrictamente confidencial. En la casa de cada uno de los receptores de los mensajes había un agente de la CIA y una patrulla policial en los alrededores.

Mientras el profesor comenzaba a redactar una respuesta al último mensaje, Calvin recibió una llamada por el móvil. Se fue a la habitación contigua desde donde se escuchaba el murmullo de su conversación. Cuando regresó miró fijamente al profesor, quien aguardó expectante. "¿Cómo sabe usted que se trata de seres humanos?". Huntington esperaba cualquier cosa menos semejante pregunta. "No le entiendo". Calvin miró al ordenador y le preguntó: "¿Conoce usted el enigma de Touring?". Antes de que pudiera responder, el agente le explicó que Alan Touring, uno de los padres de la computación moderna, había formulado hace 50 años el principio por el que se podía decir que una máquina pensaba si el interrogador humano no podía distinguirla de otro humano.

"Señor Huntington, todo apunta a que estamos ante el caso más avanzado de este tipo de máquinas, máquinas que piensan. Al parecer, alguien ha creado un programa alimentado con ideas suyas y de sus propios colegas. La máquina ha elaborado rompecabezas con esas ideas y ha generado las preguntas que, al parecer, ni ustedes mismos habían sido capaces de hacerse. Incluso, según usted mismo me ha confesado, en algunos casos ha logrado poner en cuestión las premisas básicas sobre las que se asientan sus propias concepciones, ¿no? Bien, esto es lo que me han dicho que está pasando. Lo cual no elimina la cuestión de fondo: ¿Quién ha hecho esto, gente de "nuestra civilización" o de las "otras civilizaciones"? Ya sé que, para usted, esto no es quizá lo más importante. Pero seguro que será lo único que los jefes querrán saber. Respecto a usted, sólo le puedo decir que espero con mucho interés su próximo libro. Que pase unas buenas fiestas".


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