Editorial número 299
Si cantas al asno, te responderá a coces
El intenso frío del mediodía se mezclaba
con el aroma del ciervo que se asaba en la puerta
de la cueva. Trinchado en un palo sostenido por
dos horquillas, una mujer le daba vueltas de vez
en cuando. Varios niños correteaban saliendo y
entrando de la cueva, siempre bajo la estrecha
vigilancia de los adultos. Algunos de estos se
separaban de vez en cuando del fuego para husmear
el aire. No había fieras por las cercanías. Sin
dejar de vigilar, regresaban al círculo de los
sentados alrededor del fuego. De repente, todos
se pusieron tensos. Algunos se levantaron con
las lanzas en la mano. Todos miraban al mismo
punto del bosque. Por allí apareció un joven,
resoplando bocanadas de vapor blanco por la boca
y cargando un fardo a sus espaldas. Se acercó
al grupo y uno de los adultos le preguntó:
.--¿Qué traes ahí, Anul?
.--Cazuelas.
.--¿Caqué?
"Cazuelas", volvió a repetir el joven mientras
abría las pieles y esparcía unas cuantas cazuelas
ante la mirada asombrada de los habitantes de
la cueva.
"¿De dónde las has sacado? ¿Para qué sirven?
¿Para qué las quieres?", le preguntó la mujer
que seguía a cargo del ciervo, mientras Anul las
ordenaba sobre la piel extendida. Cinco cazuelas,
de distintos tamaños, tres de ellas con una tapa.
Un par estaban pintadas con una raya en zig-zag
de color amarillo apagado. "Sirven para hacer
comida", dijo Anul, mientras permanecía en cuclillas
al lado de los extraños objetos sin dejar de mirar
a la cara a los que le rodeaban. El más viejo,
un hombre de unos 38 años, fornido a pesar de
encontrarse ya en un estado avanzado de decrepitud
como reflejaba los pocos dientes que le quedaban,
se agachó lentamente al lado de Anul y calmó el
alboroto que habían causado las últimas palabras
del joven.
"Anul, ¿de dónde has sacado estas... cazuelas?
¿quién te las ha dado?". Anul miró al anciano,
elevó la vista hasta su padre que le observaba
expectante y volvió a enfrentar la mirada intensa
de quien, de hecho, oficiaba de jefe del clan.
"Los otros. Me las han regalado los otros." Un
silencio profundo invadió la escena. El ligero
silbido del viento, el crepitar de los troncos
y la agitada respiración de los presentes era
lo único que se escuchaba. Hasta los niños callaron.
"Hoy celebran una fiesta, me han dicho. Me regalaron
estas cazuelas para que preparáramos comidas como
ellos y nos uniéramos a la celebración. También
me dieron esto y me explicaron cómo cocinarlo".
Anul sacó otro fajo enrollado que llevaba atado
a la cintura en la espalda. Lo abrió y mostró
diversas hortalizas, setas, manojos de hierbas,
bayas y frutas.
El viejo y varios de los adultos no podían reprimir
su sorpresa. Pero en sus rostros también se dibujaba
el gesto de un suceso esperado: "Ha llegado el
momento". El viejo, sin retirar la mirada de los
alimentos, preguntó despacito: "¿Y qué celebran,
Anul?" El joven esperaba la reprimenda por haber
entablado relaciones con los otros, no este súbito
interés por lo que hacían o dejaban de hacer.
"Dicen que hoy nace el Sol otra vez y la tierra
se abre como en un parto. Eso es lo que dicen.
¿Qué significa eso?". "Eso no significa nada,
hijo, sólo que quieren atraerte con historias.
Te hablan de fiestas, te regalan cazuelas y esas
cosas que ellos comen y, encima, nos las traes
a nosotros". El viejo parecía contenido, aunque
se le notaba que la ira iba subiendo en intensidad.
Anul no parecía impresionado. "Ellos cocinan
en estas cazuelas. Ponen esas cosas adentro con
agua. Las dejan bastante rato al fuego. Y todo
huele diferente. Después guardan las cazuelas
con lo que no llegan a comer y tienen comida para
todo el día o para varios días. Muchas veces las
llevan cuando se van de caza y sólo tienen que
encender el fuego y tienen la comida lista enseguida,
aunque no hayan cazado nada todavía. Nosotros
no podemos hacer esto. Sólo comemos la carne que
cazamos y la tenemos que comer en el momento y
siempre trinchada sobre el fuego". Anul jugaba
con un par de tapas de las cazuelas mientras esperaba
el chaparrón.
"Siempre hemos comido así y no nos hemos muerto
por eso. Tú, yo, tus antepasados y los antepasados
de nuestros antepasados. ¿Qué ha pasado para que
ahora tengamos que usar estas cosas que, además,
no son nuestras y no sabemos con qué intenciones
te las han dado?". Anul miró a su padre, que era
quien había hablado. "Hoy celebran una fiesta
y me han regalado las cazuelas sin pedirme nada.
Sus cuevas huelen diferente a las nuestras, su
fuego siempre tiene seis o siete cazuelas con
comidas distintas dentro. Además, como se pueden
llevar la comida con ellos no salen todos los
adultos a cazar y algunos se quedan en la cueva
haciendo otras cosas". "¿Como qué?", preguntó
con curiosidad su padre. "Vigilan, pintan, buscan
hierbas y frutas para poner en las cazuelas, fabrican
cosas, cosas diferentes a las nuestras. Tienen
piedras y huesos que cortan por las dos caras".
Los adultos se miraron entre ellos. Una mujer
preguntó: "¿Y quién vigila todas esas cazuelas?
Porque yo me paso todo el día cuidando que la
carne no se queme. Si dices que ponen seis o siete
cazuelas al fuego, ¿cuánta gente está atenta para
que no se queme lo que hay dentro?". "Yo sólo
veo a uno o dos que remueven lo que hay en cada
cazuela. No sé, deben saber cuánto tiempo pueden
estar al fuego, no sé." Anul estaba cada vez más
inquieto. El silencio del viejo le preocupaba.
"Anul", dijo por fin el anciano. "Nosotros hemos
comido nuestra caza de esta manera desde la noche
de los tiempos. Estamos hechos así: para cazar
y comer la carne de lo que cazamos. Si tuviéramos
que comer otras cosas y de otras maneras, nuestros
antepasados nos lo habrían legado, como nos legaron
la lanza. Nosotros somos diferentes y no necesitamos...
cazuelas para hacer lo que los otros llaman comidas".
Anul se lo pensó unos segundos antes de contestar.
"¿Y por qué los otros tienen más herramientas
que nosotros? Tienen cosas que llaman arpones,
ganchos, armas para cazar animales pequeños o
peces...". "¿Y eso que tiene que ver con las cazuelas,
Anul? ¿Qué tiene que ver con nosotros? ¿Qué te
crees, que los objetos lo es todo, ya sean estas
cazuelas o eso que llamas arpones? La vida no
se reduce a tener arpones".
"¿A qué se reduce entonces?" La pregunta de
Anul flotó demasiado tiempo en el aire. "A mantenernos
juntos", dijo por fin el viejo. "¿Nosotros sólos
o con los otros también?". Anul no quería ahora
soltar la presa. Era la primera vez que hablaba
cara cara con el viejo y con los adultos de estas
cosas. Miraba a las cazuelas como si en ellas
se encerrara un gran misterio que tenía que revelársele
en ese momento, antes de sentirse atrapado como
un cervatillo. "No nos hacen falta los otros.
Nosotros somos más fuertes que ellos, mucho más
fuertes, y eso que no tenemos cazuelas", replicó
el viejo con cierta sorna en la voz.
Anul le miró a la cara: "Nosotros somos más
fuertes, pero ellos tienen más adultos que nosotros.
¿Por qué? Dicen que los más mayores nacieron antes
que tu padre". "Te cuentan unas historias muy
bonitas, Anul. Nosotros morimos cuando tenemos
que morir. Ni antes, ni después. No entiendo adónde
quieres llegar", le respondió el padre. Anul tampoco.
No sabía adónde quería llegar. Pero las cazuelas
y el aroma que emanaba de ellas en la cueva de
los otros le tenían fascinado. "A lo mejor viven
más porque comen más cosas que nosotros", dijo
sin mucha convicción.
"¡Ya estamos con las cazuelas otras vez! ¿Qué
tienen que ver las cazuelas en todo esto? ¿Ellos
tienen más adultos porque tienen cazuelas? ¿Porque
comen esa porquería de hierbas con agua, como
tú dices?". El viejo se había puesto de pie. Anul
musitó: "Tú tampoco lo sabes. Puede ser que sí,
puede ser que no". Todos los adultos miraron al
anciano. "¿Crees que ellos son más felices porque
tienen comidas distintas?", bramó el jefe del
clan. Anul no se esperaba este argumento. No estaba
preparado para contestar algo así, de sopetón.
El viejo lo percibió de inmediato. "¡Dime! ¿Crees
que porque cazan otras cosas o los adultos, según
ellos, viven más tiempo, crees que por eso son
más felices?". Anul soltó lo único que se le ocurrió
en esos momentos: "Hoy, al menos, celebran una
fiesta y parece que están todos muy contentos".
"Además", prosiguió rápidamente, "yo sólo quería
que probáramos otras cosas. Si cada vez que descubramos
algo nuevo nos vamos a poner así...". El viejo
dio dos pasos hacia el tesoro de Anul. "¡No me
vengas con cuentos! Por supuesto que cada vez
que inventemos tonterías nos meteremos en estas
discusiones, pero no porque inventemos, sino porque
son tonterías, como estas cazuelas que se pueden
ir a la mierda".
Dicho y hecho. De una patada las cazuelas volaron
por los aires hechas añicos, mientras todos seguían
atentamente la inesperada lluvia de trocitos de
barro. Nadie vio el avión que surcaba el cielo
en aquel momento, a 40.000 años de altura, justo
cuando a los otros se les servía la comida. El
menú incluía, excepcionalmente y debido a la fecha,
asado de ciervo con arroz y verduras hervidas.
|