Editorial 235
En queriendo la dama y el pretendiente, aunque no quiera la demás gente
En
el editorial anterior (véase "El
supertutor Virtual") decía que "crear el curriculum de Internet
en la educación es una de las asignaturas pendientes". Pero también
lo es decidir quiénes son los actores principales encargados de
semejante tarea. Antes de responder a esta pregunta, debemos hacernos
cargo de que las redes de ordenadores han colocado en el centro
de nuestras preocupaciones cuestiones sociales de primer orden que,
hasta ahora, no acertábamos a resolver de manera satisfactoria.
Una de ellas, sin duda fundamental, es la necesidad de participar
activamente en todo aquello que nos afecta directamente. Sin las
redes, esta participación estaba determinada, en gran medida, por
las restricciones a las que están sometidas las relaciones en el
mundo real. La aparición de un mundo virtual —en realidad, de una
lógica virtual— ha traído consigo la creación de nuevos espacios
donde esa participación no sólo es posible, sino que se muestra
como el hilo de oro que teje la propia red.
Ahora
bien, participar en este nuevo contexto, donde uno se mueve en el
territorio configurado constantemente por la información y el conocimiento
aportado por miles y miles de personas, colectivos, empresas, instituciones,
organismos y administraciones, adquiere rasgos muy específicos.
En principio, la palabra de uno vale como la de los demás. Esto
significa, para empezar, un ataque en toda regla a las estructuras
jerárquicas que han imperado hasta ahora. El auge del denominado
capital intelectual tiene que ver con esta puja por negociar el
conocimiento de cada uno en un contexto colectivo, de inteligencia
distribuida. En segundo lugar, para determinar el valor relativo
de dicha palabra (su pertinencia respecto al contexto de cada cual)
hay que adquirir una elevada capacidad de interrogación. Nos las
estamos viendo con sistemas de información y conocimiento de nuevo
cuño, ante los que sólo cabe superar la perplejidad que nos causan
para poder desentrañarlos. Esto es así, ahora, fuera y dentro de
las redes. Pero en cualquiera de estos ámbitos, lo nuevo —por decirlo
así— es nuestra posibilidad de participar a partir de la capacidad
de interrogar.
Y
en tercer lugar, esta posibilidad de participar no depende simplemente
de la voluntad o de un cierto grado de "conciencia social".
Esta última la tenemos todos, como se demuestra cada vez
que nos hacen algo "sin tomarnos en cuenta". En este sentido
gozamos de una saludable hipersensibilidad, acuciada en gran medida
por las redes. Pero no basta. Para explotar las posibilidades que
ofrece la participación en red, es necesario diseñar
sistemas de información y conocimiento donde aquella se pueda
ejercer. No basta con la sola presencia de Internet. Los fabricantes
de portales, por ejemplo, estudian a fondo el diseño de sistemas
de información donde sólo tenemos que hacer lo que
ellos nos dicen. Ellos trabajan con sistemas de información
refractarios, donde, como en la televisión, sólo hace
falta consumir con el mando a distancia lo que ellos incluyen en
el menú. De la misma manera, para explotar las oportunidades
que ofrece la participación en red en el ámbito de
la educación es necesario diseñar sistemas de información
y conocimiento cuyo contenido dependa de la actividad de todos los
actores involucrados. Nosotros, desde en.red.ando, hemos
aportado nuestro grano de arena con en.medi@,
un espacio virtual donde es posible, por ejemplo, alcanzar consensos
para tomar decisiones, coordinar acciones complejas en el ámbito
de la educación y hacer crecer el conocimiento compartido
entre todos los participantes hacia objetivos establecidos previamente.
Esta
es, a mi entender, la piedra angular de un sistema de redes y, sobre
todo, de la educación en red. Durante décadas, durante dos siglos
si queremos ser precisos, el destino de la educación correspondía
a un entorno social muy preciso que constituía la "institución de
la educación". Al respecto hay abundante literatura. Esa institución
contemplaba a los educandos, a los alumnos, como los receptáculos
del conocimiento confeccionado por otros. En el ámbito del aula,
ni maestros ni alumnos preguntaban mucho, porque bastaba con lo
que se enseñaba. Hoy, la
lógica virtual ha cambiado el escenario. Al crear espacios donde
es posible participar (y esto vale desde el videojuego hasta multitud
de actividades que recorren como un continuo el ocio, el estudio,
el entretenimiento, las relaciones sociales, etc.), la constante
que mueve este proceso es la capacidad de preguntar para aprender,
de formular demandas en un entorno flexible y compartido donde se
pueden elaborar respuestas.
En
este nuevo paisaje, todos percibimos que la relación entre
educandos y educadores ha cambiado drásticamente. Pero no
sólo entre ellos. También entre padres, administradores,
la industria que acude a tratar de mediar entre los nuevos actores
de la educación y, por supuesto, las administraciones. Sin
embargo, y para no tener que extendernos con ejemplos que todos
conocemos, no existe un foro donde estos protagonistas se sienten
juntos. Y eso que las señales sobre su necesidad llegan constantemente
y con mensajes claros. En contra de lo que prevalece en la opinión
pública (y también en la privada, porque a veces uno
tiene que soportar cada discursito en su círculo de conocidos...),
los estudiantes de educación secundaria de Barcelona, por
ejemplo, reclaman tener más responsabilidad en la vida de
los centros de enseñanza y una mayor implicación del
profesorado en el futuro de los alumnos mediante orientación
académica y profesional.
Estas
fueron dos de las inquietudes planteadas por estudiantes de bachillerato
y de ESO (Educación Secundaria Obligatoria) del último
Consell de Cent (Consejo de Ciento), que convoca el Ayuntamiento
de la ciudad desde hace tres años para conocer la opinión
de los jóvenes sobre temas que les afectan directamente.
Los estudiantes se despacharon a gusto. Total, para una vez que
les preguntaban sobre estos asuntos no era cuestión de desaprovechar
la oportunidad. ¿Y qué pidieron? Un espacio de decisión
compartido que facilite su participación en el funcionamiento
de los centros. No se trata de una solicitud excepcional, sino de
algo que aflora una y otra vez cuando se les pregunta. Y no están
pidiendo Internet, ni más videojuegos. Aunque Internet y
los videojuegos, si se utilizan con estos fines, sí proporcionan
los elementos básicos para crear espacios de decisión
compartidos entre los actores del proceso educativo, desde maestros
y educadores, a técnicos, padres, administradores, industria,
etc.
Hoy
día no hay foro de educación (a los que, por razones misteriosas,
acuden maestros y pedagogos, ¿dónde están los padres, los estudiantes,
las asociaciones de vecinos, los creadores de materiales educativos
en red...?) donde, en algún momento no se cante el estribillo: "los
niños saben más que nosotros y nosotros no sabemos qué hacer en
esta nueva situación". Me parece que si el primer peldaño pertenece
a la pregunta, el segundo es a la forma como se pregunta. La Red
es un espacio en el que uno se encuentra con gente todo el tiempo.
Y hay que aprender a relacionarse con ellos. Este es un territorio
donde el sistema educativo tiene mucho que hacer. Por ejemplo, la
alfabetización en nuestras sociedades es el resultado, en gran medida,
de un sistema de educación obligatoria, gracias al cual aprendimos
a leer, escribir y entender textos. De esta forma adquirimos una
"licencia para leer y escribir". De la misma manera, uno debería
salir de la escuela ahora con una "licencia para funcionar en red",
es decir, digitalmente alfabetizado, con el abecedario aprendido
de lo que significa participar, interactuar y aprender en un entorno
de redes. Con el discernimiento necesario sobre qué tipo de recurso
se está utilizando, cómo lo debe emplear en su beneficio para formarse,
cómo relacionarse con otros —conocidos o no—, en qué contextos
y de qué manera.
Esto
no se consigue sólo con "ordenadores en las aulas y conexión a Internet".
Si no hay un cambio de actitud dirigido hacia la creación de los
contextos —presenciales o virtuales— donde este aprendizaje puede
llevarse a cabo, lo más seguro es que alumnos y profesores acaben
aburridos de las máquinas en el aula, y los unos se busquen la vida
por su cuenta y los otros acaben echando pestes de la "maldita tecnología".
Algo de esto ya está sucediendo ahora. Me parece cada vez más urgente
que todos los protagonistas de la educación en red se sienten en
el mismo espacio y comiencen a exponer públicamente sus respectivas
inquietudes, necesidades, convergencias y divergencias. Y este espacio
debería ser virtual a fin de sistematizar sus progresos en un archivo
común interconectado con todos los otros archivos que este debate
vaya generando. Si la inteligencia está en la red, hay que crear
redes específicas donde la inteligencia se pueda manifestar. Este
es un paso crucial para insuflar la lógica virtual a la educación.
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