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Cuerpo invadido (Cuento de Navidad)

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
21/12/1999
Fuente de la información: Revista en.red.ando
Temáticas:  Ciencia  Tecnología  Organización  Redes 
Editorial número 194

Pensar en otra cosa es pensar en lo imposible

Luis Angel Fernández Hermana

J.B. Wrightless, Presidente de EEUU, decía en esos momentos: “En estas fechas, tenemos la obligación de ofrecerle al mundo uno de los acuerdos más importantes de la historia. La humanidad espera que resolvamos nuestras diferencias y caminemos, todos juntos, sin exclusiones de ninguna clase, hacia un futuro mejor. A una comunidad global corresponde una participación global, una comunión de todos con todos en aras de superar nuestras diferencias”. Y se quedó callado. Los 2.700 delegados de 186 países que llenaban el anfiteatro de conferencias de Estocolmo quedaron expectantes, como si se fuera a producir un anuncio trascendental. La cumbre, que celebraba los 20 años del encuentro de Seattle en 1999, llevaba ya 15 días sin encontrar una salida. La Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio, que se celebraba en Suecia, era el séptimo intento de poner en blanco y negro un tratado que resolviera el descalabro creciente del comercio mundial. El globo se había dividido en dos sectores claramente diferenciados. Por una parte, la región del Área Policial, que prosperaba gracias a su férreo control sobre la propiedad de tecnologías de telecomunicación. Por el otro, la región de la Asamblea de Ciudadanos en Red (ACR), que defendía la difusión sin cortapisas de esas tecnologías como un derecho público a la interacción.

Este conflicto había provocado un crecimiento aleatorio de las redes de telecomunicación, así como sucesivas oleadas de invasión de los centros de diseño de redes, la sustracción de códigos fuente y su distribución inmediata a través de redes telemáticas, la intrusión de patrullas de la ACR en cada uno de los avances científicos, cada vez más dependientes de la integración de redes. El derecho a la interacción, recogido en la Carta Magna del Ciudadano en la Sociedad de la Información, había colocado a muchos países en desarrollo en una posición de ventaja gracias a sus redes humanas y algunos, de hecho, ya competían en la “liga de los mayores”. Pero la degradación creciente del medio ambiente erosionaba constantemente sus avances y, a la vez, castigaba sin remisión a la población marginada de los beneficios de la información y el conocimiento, aunque viviera en países infopulentos. El mundo de las redes era un lugar turbulento marcado por las fronteras de la imaginación y el control.

El Presidente seguía inmóvil en el estrado. Cuando alguien se acercó para preguntarle si se sentía bien, el Director de la Oficina de Tecnología y Seguridad de la Casa Blanca le cortó el paso con el rostro lívido. “No lo toque”, casi gritó. Inmediatamente, el Presidente fue rodeado por varias personas de su séquito. El Director dijo en voz baja, pero no lo suficiente como para que no lo recogieran los micrófonos de ambiente: “Han entrado en su cuerpo, no hagamos nada todavía”. Un murmullo se levantó en toda la sala. La noticia corrió como la pólvora por Internet. Había sucedido lo impensable, lo que el Área Policial siempre había temido y constantemente se jactaba de que nunca podría ocurrir: Los sistemas corporales del Presidente de EEUU habían sufrido un ataque de intrusos informáticos, quienes estaban tomando progresivamente el control de sus moletrónicos.

Alrededor del Presidente comenzaron a desplegarse máquinas de todos los tamaños, algunas de las cuales se conectaron delicadamente a su manos y su frente. Tras unos segundos, la telemetría de sus sistemas corporales comenzaron a aparecer en la gigantesca pantalla del anfiteatro. J. B. Wrightless, como tantos ciudadanos de los países ricos, tomaba todas las mañanas su ración de píldoras moletrónicas, las cuales envolvían decenas de nanordenadores que verificaban multitud de parámetros corporales: temperatura de los órganos, estabilidad de la fabricación de hormonas, el estado celular de vísceras vitales, el funcionamiento de la TM (transferencia de memoria del BPEP --Banco Presidencial de Experiencias Pasadas--, sito en un búnker en algún lugar de EEUU) y, sobre todo, el estado del corazón y el cerebro. El denominado Bosque de Sensores Cardíacos (BSC) controlaba desde el ritmo cardíaco hasta los genes artificiales que hacían guardia en espera de ser activados para reparar el tejido muscular en caso de un ataque cardíaco, embolia u otro evento que afectara al corazón. Por la noche, los moletrónicos eran expelidos junto a las heces fecales y reemplazados por otros especializados en regular las funciones durante el sueño.

El Presidente seguía inmóvil mientras la excitación crecía a su alrededor. “No toquéis nada hasta que sepamos exactamente qué está sucediendo”. En la pantalla todo parecía normal, excepto por unos mensajes que intermitentemente se colaban entre las columnas de números: “Controlado”. A medida que pasaban los minutos, estos mensajes eran más frecuentes. “Señor Director, se están creando circuitos nuevos en las redes todo el tiempo. Los atacantes no mantienen la conexión más de 45 segundos y la pasan a otra red. Ya hemos detectado más de 6.500. No hay un centro, hay miles de lugares desde donde se está manteniendo la invasión”. En ese momento apareció un contador en una esquina de la pantalla cuya progresión numérica ascendía y descendía constantemente: 7.250, 8.100, 7.820, 8.910, 9.340...

De repente, todos los números desaparecieron de la pantalla y fueron sustituidos por una imagen borrosa que se fue aclarando poco a poco. En medio de un silencio profundo se pudo escuchar claramente las palabras del Director: “Están controlando los videosensores, estos hijos de puta van a mostrarnos el cuerpo del Presidente por dentro. No hagáis nada, cualquier intento de quitarles la conexión podría suponer que los moletrónicos quedaran fuera de control por unos segundos y eso sería suficiente para...”. No terminó la frase. Un sudor frío le caía por la frente. La imagen en la pantalla era ahora nítida. Una minúscula lucecita comenzó a parpadear sobre lo que parecía un órgano palpitando. Poco a poco aparecieron otras luces, hasta que dibujaron nítidamente un árbol de Navidad e iluminaron claramente un hígado en pleno funcionamiento.

No sólo la sala de conferencias, sino cientos de millones de personas alrededor del mundo seguían atentamente toda la ceremonia a través de las redes. Y todos pudieron escuchar una especie de carraspeo que no se correspondía con el del Director, el único que hasta ahora había impartido órdenes. “Señor”, le dijo uno de sus ayudantes mientras escrutaba atentamente su cuaderno electrónico, “registramos una concentración de actividad en los moletrónicos sónicos de la tráquea”. No había concluido la frase cuando se escuchó un segundo carraspeo, que convirtió al recinto en un mausoleo, seguido de una voz parecida a la del presidente, aunque con una resonancia más suave que su, a veces, áspero acento.

Hemos aceptado la invitación del Presidente de EEUU para participar en una comunión de todos con todos en aras de superar nuestras diferencias. Y hemos traído a este acto a los presidentes de las “Tres Hermanas”, la señora Crawford de EEUU, el señor Rao de la India y el señor Li de China, respectivamente, que encabezan los consorcios mundiales de software, tecnologías estratégicas y redes de satélites. No os preocupéis por ellos: estarán perfectamente alimentados todo el tiempo y los dos norteamericanos disfrutarán de su comida navideña. Sus corpus-net funcionan impecablemente, hasta ahora. Es casi una experiencia mística participar del cuerpo y el alma de estas personas, de su presente y del pasado almacenado en sus respectivos Bancos de Experiencias. Bien, sólo queremos deciros un par de cosas. En primer lugar, la única forma de “superar nuestras diferencias”, como decía el Presidente, es aceptando que, como dice la Carta Magna del Ciudadano de la Sociedad de la Información, el derecho a la interacción supone la distribución pública sin restricciones de ningún tipo para nadie de tecnologías estratégicas de comunicación. Mientras os lo seguís pensando, nosotros continuaremos capturándolas y transfiriéndolas a las partes del mundo que habéis dejado en el camino, incluyendo a quienes en vuestras propias sociedades opulentas ya ni tan siquiera poseen las herramientas esenciales para adaptarse a eventos rutinarios como los cambios climáticos. En segundo lugar, tratar de evitar esta transferencia es una batalla perdida que tan sólo hará la vida cada vez más difícil para todos, sobre todo para quienes su corpus-net ya enlaza hasta con su dotación genética, como es el caso de nuestros cuatro invitados. Os quedan tres días para llegar a un acuerdo. Esperamos que la parte del mundo que celebra las Navidades pase unas buenas fiestas. Y no os preocupéis por nada: el último de nosotros en marcharse apagará las luces del arbolito”.

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