Editorial número 147
Pues todo lo sabéis vos, y yo nada, diréisme loque soñaba esta mañana
Carlos llegó a casa justo a tiempo. En pocos minutos comenzaba otro toque
de queda por alerta radiactiva. Ajustó los sensores para el cierre
hermético de la casa. Poco a poco empezó a desaparecer el calor húmedo que
se colaba por las ventanas. Los acondicionadores crearon rápidamente un
ambiente agradable. Cuando salió de la ducha se puso un pantalón corto e
inició los preparativos de la cena de Navidad. Hacía tiempo que no veía a
su familia y había quedado para celebrar la fecha juntos, aunque padres,
hermanos e invitados estaban repartidos por el globo. De hecho, algunos ya
habrían cenado y otros lo harían más tarde. Pero todos se reunirían en el
ciberespacio en uno de los típicos banquetes de estas fechas. Carlos
comenzó a ajustar los parámetros de su procesador cuántico, capaz de
controlar a los 160 agentes inteligentes (AI) internos y externos
especialmente programados para este tipo de ocasiones. Mientras hacía los
preparativos, se tomó un par de cápsulas: dos minúsculos conos huecos de
cristal que en quince minutos se instalarían en el córtex de su cerebro.
Una hora más tarde ya estaría listo para la gran fiesta.
Los conos estaban fabricados con sustancias químicas neurotrópicas
extraídas de su propio sistema nervioso. A la media hora comenzó a sentir
el típico cosquilleo interior cerca del cogote. Tenía que estar atento al
lugar preciso donde se producía esa especie de hormigueo porque allí tenía
que aplicar el par de electrodos que entrarían en contacto con sus
neuronas. Los conos actuarían como un transmisor/receptor situado dentro
del cráneo que intercambiaría señales con el ordenador. Mientras manipulaba
cuidadosamente un juego de electrodos, Carlos leyó en el cristal de la
ventana el último boletín informativo. Se había roto otro eslabón del
"holocausto burocrático": un nuevo depósito de armas nucleares, éste de más
de 70 años de antigüedad, había explotado cerca de la desembocadura del río
Colorado. La pluma radioactiva comenzaba a moverse hacia el océano.
Tardaría 16 horas en llegar a Japón y entraría en el continente asiático
por el norte de China. "Más solos y más juntos que nunca", se dijo. Ahora
que los cuerpos eran atacados por la radiación, las mentes interconectadas
eran capaces de trabajar colectivamente, en algunos casos sin depender de
su soporte físico, en un espacio neuronal compartido donde las experiencias
de cada uno alimentaban al resto. "Qué ironía", musitó.
Veinte minutos más tarde, Carlos ya se había aplicado los electrodos de la
cabeza y los del resto del cuerpo, distribuidos estos estratégicamente por
las terminaciones musculares. Repasó una vez más el estado de los AI,
muchos de los cuales eran complejos sistemas nerviosos artificiales
fabricados con material biológico. Algunos de los que tenía dentro del
cuerpo portaban procesadores nanoelectrónicos confeccionados con trazas de
su propio código genético para interactuar con los genes y estimular la
producción controlada de ciertas hormonas. Prestó especial atención a dos
de ellos, Glenas (interno) y Auges (externo), los más expertos, a cuya
preparación y entrenamiento había dedicado mucho tiempo. Ellos eran los
encargados de supervisar y orientar el trabajo del resto de agentes. Auges
era su agente favorito. Conocía perfectamente sus sueños y fantasías.
Cuando lo lanzaba a la Red a capturar sensaciones, no había otro agente
igual en esta tarea y en la maestría con que después las administraba a sus
neuronas. Auges era lo más parecido que había conocido a los ancianos de la
tribu que describían los libros de antropología.
Una vez instalado cómodamente en el sillón, Carlos conectó el concentrador
de electrodos al ordenador. A partir de ese momento, toda la casa quedó
bajo el control de su mente y de su cuerpo. La cuestión ahora era extender
el radio de acción fuera de la vivienda. Ordenó a los sensores de la
habitación que apagaran todas las luces. Los primeros AI comenzaron a
trabajar. Carlos abrió mentalmente la conexión con Internet y pidió la
activación del CRY, el pigmento criptocromo que regula el ritmo circadiano
del organismo relacionado con la luz y que estimula las facultades
intelectuales, imaginativas y emocionales. Un AI se encargó de excitar la
glándula correspondiente mediante la emisión de un ligerísimo pulso. El
cerebro se bañó lentamente de una suave luz azul. Carlos la vio como si
tuviera los ojos abiertos y fuera la habitación la que se había iluminado.
Ahora venía la parte que siempre le deparaba un particular placer físico:
el "encendido" de la percepción subliminal, que le permitiría una
recuperación activa del funcionamiento subsconciente del cerebro para
acelerar la identificación neuronal de imágenes, sensaciones y movimientos
musculares que ni él mismo sabía que habitaban en su cabeza. Además, se
abrirían las conexiones necesarias para interactuar con los sueños y
fantasías que los AI irían extrayendo de su infoteca personal Alpha y así
ampliar el rango de su memoria.
Durante unos minutos tuvo la sensación de que alguien "peinaba" sus
neuronas con un delicado cepillo. Los AI comenzaban a "dialogar" con los
neurotransmisores. Lo sintió físicamente en la parte trasera de su cabeza.
No pudo evitar que la boca se le hiciera agua en anticipación de lo que le
esperaba. Había llegado la hora de la cena. Tragó la saliva y se hundió
aún más en el sillón. Desde algún lugar de su mente surgió lo que parecía
un mapa topográfico cuyo acusado relieve le era familiar. Rápidamente
percibió el encuentro con mentes conocidas. Su cuerpo se fue llenando de
sensaciones físicas, de palmadas, besos, caricias. El mismo las prodigaba
sin moverse. Escuchaba las risas y los saludos. Las imágenes comenzaban a
llegar a su cerebro claras, nítidas, como un torrente. El mapa se
desplegaba, se retorcía y formaba figuras bellísimas a medida que el
encuentro progresaba. Los AI gastrónomos comenzaron a actuar. Sintió que su
boca se llenaba de un líquido burbujeante. Las papilas gustativas se
recreaban en el champán. Los impulsos nerviosos fueron avanzando
físicamente hacia la garganta, mientras el cerebro recibía la balsámica
sensación del mosto. Se le escapó una sonrisa que vio viajar inmediatamente
hacia el mapa del encuentro.
Poco a poco, comenzó a embargarle la experiencia del primer plato: un
pastel de ensaladilla rociado con mayonesa. Los sabores invadían la boca y
se desplegaban por todo su cuerpo, distribuidos sabiamente a través de los
neurotransmisores. Apenas percibió que le faltaba un poco de sal y un AI ya
había modificado ligeramente el sabor para acomodarlo a la petición. Una
parte del mapa estaba constituida por una gigantesca infoteca de
nutrientes, sabores, olores y sensaciones, todos ellos electrónicos. Carlos
veía como los AI entraban en ella, seleccionaban rápidamente la información
pertinente, la procesaban y la convertían en pulsos electromagnéticos que
administraban en las porciones adecuadas. En el segundo plato, carne
guisada con arroz y plátano frito, le brotó una ausencia. Había comido
aquel plato muchas veces en su casa y, aunque ahora hacía años que no lo
había probado, algo chirriaba en alguna parte del cerebro. ¡Picante, le
faltaba picante! Apenas expresó esta imagen, un AI acudió al sector de los
condimentos y extrajo un amplio repertorio de ajíes cuya esencia calibró
rápidamente con la identificación de sensaciones subliminales del cerebro
de Carlos. En un par de segundos, sus terminaciones nerviosas recibieron el
añorado pellizco caliente del picante pimiento rojo.
De repente le llegó el murmullo de la música. Un murmullo mezclado con
voces. Estas comenzaron a imponerse. Carlos sintió que algo en su cabeza se
abría como una caja y dejaba escapar el eco lejano de una discusión. No le
gustaba la sensación que comenzó a inundarle. Pero ni Glenas ni Auges
intervinieron para cancelarla. Estaban entrenados para dejar que la memoria
trabajara libremente, sobre todo cuando recibía estímulos que desenterraban
imágenes olvidadas o subsconcientes. Carlos se revolvió ligeramente en el
sillón y bebió un buen trago de vino. Las voces se convirtieron en gritos.
Los sintió en su pecho, resonando con una furia inusitada. Era él
discutiendo con su padre. Otra vez. Algo que no había sucedido durante
muchos años. Las imágenes restallaban en su mente.
Trató de apaciguarse a pesar de la ira. El cerebro resplandecía y sintió
que perdía el control de algunas de sus partes. Llegaban impulsos desde
diferentes zonas que se convertían en imágenes familiares, reconocibles.
Hermanos y amigos trataban de calmarle. Bebió más vino. No encontró el
aroma afrutado de la primera cata. "Se me están obnubilando las neuronas",
pensó. Percibió que el AI "sommelier" cambiaba de vino y excitaba sus
terminaciones nerviosas con un sabor a tierra muy antiguo, vagamente
familiar. Una mano le acariciaba el hombro. Era su querida hermana Clara.
Comenzó a llorar. Un AI la había rescatado de la infoteca familiar, a pesar
de que había fallecido hacía tres años. Los ánimos se serenaron
paulatinamente. Escuchó claramente el mensaje que Auges le depositó en el
nervio auditivo: "La vida es un río sin fin, sólo cambia el cauce". Le
estaba parafraseando. Carlos sonrió levemente y sintió que se recuperaba
del mal trago. Auges y el vino estaban haciéndole efecto.
Tras los postres, se sintió muy cansado. Desde hacía un rato estaba
recibiendo una señal colateral que no quería procesar. Finalmente se
despidió de sus familiares. Estaba molido. Y bebido. Para una cena
celebrada sólo con la mente no estaba mal. Los AI comenzaron a
desconectarle lentamente de la Red y de sus propios centros neuronales. El
cerebro fue perdiendo el tono azulado. Sintió de nuevo el delicado cepillo
que acariciaba sus neuronas. La desconexión estaba cerca. El cansancio
comenzó a apoderarse de todos sus músculos. Tenía unas ganas locas de
dormir. Cada vez se sentía más borracho, pero era una cogorza bien
distribuida por sus AI. Mientras se quitaba los sensores y los electrodos
llegó a ver como algunos de los agentes grababan información en su
genoteca. Mañana le echaría un vistazo.
Al levantarse, leyó el mensaje en el cristal de la ventana: "No abra, el
toque de queda se ha prolongado. Soplan fuertes vientos del sudeste". Sabía
lo que significaba. Nubes cargadas de radioactividad y otros contaminantes
cruzarían la región. Posiblemente no podría salir de la casa durante cinco
días. "Bien, trabajaré desde aquí", se dijo. Se fue tambaleando hasta su
habitación. La señal de la infoteca de los sueños estaba parpadeando.
Carlos se metió en la cama, se puso un electrodo emisor en la sien y lo
sintonizó con el aparatito que parecía anticipar una noche prolífica. Al
poco tiempo de dormirse, las luces de la infoteca Alpha comenzaron a
destellar. El primer sueño estaba llegando al módulo registrador.
(*) Todos los dispositivos que se mencionan en este artículo ya existen,
así como las funciones que desempeñan en el cerebro y otras partes del
organismo. Pero no están integrados en red. Todavía.
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