Editorial número 99
Dar del pan y del palo, para hacer un buen hijo del malo
"Está usted en el modo *Espera*. Llegarán nuevas instrucciones. Firmado:
SO". Juan miró perplejo a la pantalla de su libreta electrónica. El mensaje
había aparecido de sopetón enmarcado por una ventana con adornos navideños.
El navegador parecía congelado en el supermercado donde estaba haciendo sus
compras de Navidad de última hora. Las imágenes no se movían y la voz que
relataba las virtudes de cada producto se había quedado muda. El cacharro
no respondía a ningún comando. Trató de salir del programa, pero tampoco
pudo. El ordenador estaba muerto y el mensaje parecía un epitafio. Esperó
un rato hasta que advirtió que seguía conectado por el haz de infrarrojos
al reflector de la pared. Le puso la cápsula protectora para desactivarlo.
Apagó la libreta con el interruptor. Esperó un rato y encendió el ordenador
que controlaba la pantalla gigante de la pared y que tenía conexión automática a la Red. Apareció de inmediato la ventanita de marras. No hubo
forma de sacarla de en medio. Trató de establecer la conexión mediante el
teléfono. Inmediatamente apareció otro mensaje, éste diseñado como un
formulario con un campo extra y un cursor
invitándole a participar: "No apague el ordenador, le llegarán
instrucciones en breve". Juan se decidió a preguntar: "¿Quién eres?".
Durante cinco largos minutos no hubo respuesta. Finalmente, tras una breve
musiquita de campanas, apareció otra línea: "Está usted conectado a la red
mundial Solidaridad Obligatoria".
¿Solidaridad Obligatoria? ¿Qué diablos era eso? En todos sus años de
internauta jamás había escuchado nada acerca de esta red. ¿Cómo se habían
metido en su ordenador? ¿Cómo habían conseguido detener todas sus
funciones? ¿Era un juego? Decidió bromear. Habló: "¿Estoy secuestrado por
alguna fuerza maligna?". Hacía tiempo que participaba en varios juegos
"online". Pero nunca le habían metido en uno a la fuerza, ni sabía que se
pudiera hacer. Tras unos pocos segundos llegó la respuesta: "Todo lo
contrario, somos una fuerza benigna. Estamos completando las conexiones. En
breve se pondrá en contacto con usted el responsable del área ibérica". A
los pocos minutos de silencio volvió a apagar el ordenador. Juan decidió
llamar a José Antonio, un vecino del barrio con el que participaba en un
taller de telemática urbana. El teléfono de red y el móvil no tenían línea.
Silencio absoluto. ¿Qué estaba pasando? Volvió a conectar todo y apareció
la ventana de diálogo con un nuevo mensaje: "Por favor, no vuelva a apagar
el ordenador y permanezca atento a la pantalla. Firmado: SO".
Juan se quedó hipnotizado. No podía quitar los ojos de esas letras a las
que habría añadido con gusto otra S al final. Conmutó la pantalla de pared
a la TV. Casi se le cortó la respiración cuando vio el mismo mensaje en el
primer canal que apareció. Cambió a la otra parabólica digital. Lo mismo.
Esto va en serio, pensó. Encendió la libreta electrónica, decidió dejar la
pantalla de pared con la tele y cerró los ojos tratando de pensar qué
estaba sucediendo. Al rato le llegó la cortina musical y un mensaje en la
libreta: "¿Está pasando usted unas buenas navidades?". Miró al televisor,
pero allí seguía la ventana anterior. Habló: "¿Y a tí que te importa?".
Musiquita: "Mucho. Millones de personas en el mundo llegan a la Navidad de
la mitad de la primera década del siglo XXI sin nada que poner en el plato.
En estos momentos, más de 50.000 personas tratan de sobrevivir a la última
inundación en Bangladesh. La hambruna en el sudeste y el nordeste asiático
y en la región subsahariana se ha cobrado más de 350.000 vidas en las
últimas tres semanas. ¿Lo sabías, Juan?". Cielos, tienen mi nombre, se
sobresaltó. Tras unos momentos se calmó: Bueno, eso, en el fondo, no es tan
difícil, pensó.
"¿Y yo que tengo que ver con todo esto?". Musiquita: "Mucho. Hace años que
venimos diciendo que la forma de vida del primer mundo repercute
directamente en lo que ocurre en el resto del planeta. A pesar de que
vosotros mismos lo confirmáis con las pruebas obtenidas por vuestro inmenso
poderío científico, nada ha cambiado. Vuestras ciudades cada vez están más
contaminadas y, de paso, contamináis al resto del mundo, el consumo sigue
disparado, la producción y el comercio están concentrados cada vez en menos
corporaciones y estas Navidades cuatro países de la OCDE han gastado el
equivalente al PIB de los 70 países más pobres del planeta. Y tú, como
tantos otros, no haces nada, como si el resto no existiera". Sí, ya lo sé,
se confesó Juan, y ¿éstos que quieren que haga? Musiquita: "El 85% del
comercio mundial discurre ahora por las redes. La globalización mercantil
por medios electrónicos está llegando a su punto culminante. Pues bien: se
acabó. En estos momentos, los sistemas de todos los gobiernos de la OCDE y
de cientos de miles de ciudadanos del primer mundo están cerrados. Os
agradecemos, por supuesto, el haber puesto la tecnología a nuestro alcance
para poder hacer esto. Pero lo que no quisisteis hacer por solidaridad
voluntaria, ahora lo negociaremos a través de la solidaridad obligatoria".
Juan miró detrás suyo, al televisor: allí estaba el mensaje que acababa de
leer. De repente no se sintió tan sólo. Alguien en el Palau Sant Jordi, en
la Moncloa, en 10 Downing Street, en la Casa Blanca o en las mansiones de
los grandes magnates de la industria estaban viendo lo mismo que él. La
tele mostraba en esos momentos la lista de sistemas hackeados de todo el
planeta. Prácticamente todas las redes financieras, gubernamentales,
científicas, educativas, comerciales y muchísimas locales. En la parte de
la izquierda, abajo, un contador adornado con motivos navideños iba
mostrando en tiempo real los cientos de millones de dólares que se perdían
a cada segundo.
Habló: "¿Quiénes sois?". Musiquita: "Una coalición mundial de movimientos
sociales, fundamentalmente indígenas. Nos unimos por primera vez a través
de lo que entonces se llamaba Internet a finales de 1997. Nuestra aparición
pública fue en la reunión de la Organización Mundial del Comercio en
Ginebra al año siguiente. Si le echas un vistazo más tarde a nuestro centro
de información en El Gran ArchiWeb verás que entonces
pedíamos que la liberalización del comercio no supusiera la destrucción de
las sociedades rurales y del medio ambiente, que se protegiera la
diversidad cultural y la autodeterminación de nuestros pueblos y que se
establecieran controles sociales sobre las inversiones de las
corporaciones. En otras palabras: que no nos impusieran una única forma de
vivir determinada por el bienestar de los ricos a costa de nuestra
degradación, como ha venido sucediendo desde la revolución industrial. Ya
sabes lo que ha ocurrido en los últimos años: habéis incrementado las
emisiones de CO2 a escalas incontrolables, no queda cubierta verde en
Indonesia, Tailandia y Malasia, las poblaciones indígenas están refugiadas
en reservas electrónicas para preservar los últimos vestigios de su cultura
y habéis convertido a las redes en la cúspide del control policíaco del
mundo a través del comercio digital. Se acabó".
Esta segunda vez, el se acabó chasqueó como un latigazo en la cabeza de
Juan. Aquella reunión con la OMC le sonaba porque se produjo muy poco
después del catastrófico hundimiento de los mercados asiáticos. Había leído
en archivos vetustos, por lo menos de más de cinco años de antigüedad, que
miles de empresas quebraron de la noche a la mañana, millones de personas
se quedaron sin trabajo y la miseria se convirtió en la estampa cotidiana
de los otrora famosos Tigres del Pacífico. Sabía que aquella turbulencia
social estalló en cientos de miniguerras, algunas incluso tribales, que a
punto estuvo de provocar una conflagración más general. Finalmente, Juan
trataba de recordar, la India, China, Japón, EE.UU y Alemania "aplacaron"
los ánimos y emergieron como las grandes potencias del mundo. Los tigres se
convirtieron en sus empobrecidos gatos. Sí, aquello tuvo que haber sido muy
gordo, porque incluso arrastró a partes de América Latina, como México, y
cambió el rumbo de Africa, ya que muchas de sus ciudades alojan ahora a las
fábricas de las grandes corporaciones gracias a su continuo suministro de
mano de obra barata.
¿Y este estado de cosas lo querían cambiar con un simple hackeo de las
redes mundiales? El método le parecía pueril. Habló: "Os van a despedazar.
Os encontrarán uno a uno, os acusarán con la nueva figura delictiva
consagrada por la ONU de atentado a la seguridad y bienestar del planeta y
os meterán en la cárcel per secula seculorum. Y el siglo está empezando".
Se sintió un poco aliviado. Musiquita: "Nosotros somos ellos, Juan. Ya no
hay forma de separar el polvo de la paja. Nosotros no estamos hackeando el
sistema. El sistema se está hackeando a sí mismo. Esto lo aprendimos hace
mucho tiempo. A tí te debe sonar porque empezó en tu país. En 1997 hubo un
asesinato en España cometido por aquella organización que se llamaba ETA.
Indignados, miles de internautas bombardearon los servidores que tenían las
páginas de un sistema de información que apoyaba a ETA. Fue la primera vez
que vimos claramente el poder que tenían los internautas por el hecho de
funcionar en red y perseguir determinados objetivos. Lo que pasa es que
siempre que habéis hecho algo así era porque había cosas que os dolían a
vosotros, os hartaban a vosotros. Además, a los 10 minutos ya estabais tan
sepultados en nuevas descargas de informaciones que os olvidabais de todo y
volvíais a lo mismo de siempre: cuanto más capacidad de consumo, menos
pensabais en los demás. Nosotros hemos aprendido mucho desde entonces.
Ahora lo único que hacemos es poner en marcha los programas necesarios y
contar con la colaboración —advertida o no— de miles de internautas de
todo el mundo, como tú, para que sepáis que existimos, que estamos
habitando el mismo solar y que nos estáis condenando a vivir como
desgraciados todos los días".
¿Como yo?, saltó Juan. "¿Como yo?", casi gritó. Musiquita: "Tú tienes todos
los servicios de red para evitar los bombardeos de mensajes electrónicos.
¿Adónde crees que van esos mensajes si no llegan a ninguno de tus
terminales? Los bits se redirigen automáticamente a basureros digitales que
absorben sus impulsos electrónicos. Estamos conectados a ellos a través
tuyo. Todo lo que hacemos contigo y con miles de otros internautas es un
bombardeo masivo que automáticamente repercute de nuevo por toda la Red.
Cogemos entonces la numeración de cada usuario rechazado, personalizamos
nuestro diálogo y encabezamos otro nuevo bombardeo. Nosotros vivimos, como
siempre, en el basurero y del basurero, pero ahora es digital. Gracias a la
opulencia de tus recursos podemos reciclar una parte de tu riqueza y
taponar el sistema global. En tu caso, eres un internauta que ejerce la
Solidaridad Obligatoria con los desfavorecidos del mundo, como el
Presidente del Gobierno y sus ministerios. Otros lo hacen voluntariamente.
Pero no hay forma de saber de dónde viene el ataque, porque todos
participáis".
Una voz le hizo volver la cabeza. En la tele había un indígena, quizá de
Chiapas o de australasia, no sabría decirlo. Hablaba en castellano aunque,
evidentemente, se trataba de una traducción automática simultánea.
Solicitaba una reunión de los pueblos agrupados en la SO con la OMC, las 40
corporaciones que controlaban el 77% del comercio del planeta,
representantes de la Unión Mundial de Ciudades y los del Consorcio Global
para un Desarrollo Sostenible integrado por miles de pequeñas empresas de
todo el mundo. Las redes quedarían liberadas en 10 minutos. Si los países
ricos decidían que no podían hacer nada por el resto del planeta, salvo
seguir expoliándolo con la complacencia de sus propios ciudadanos, la
economía mundial se detendría definitivamente en la siguiente acción. "No
se preocupen, nosotros todavía sabemos cómo trabajar la tierra y organizar
mercados en el centro de las ciudades. Hemos guardado nuestros
conocimientos en las redes y los volveremos a usar para alimentarles",
concluyó su mensaje el indígena.
Juan todavía miraba a la televisión cuando su libreta electrónica le alertó
de que podía seguir recorriendo el supermercado electrónico.
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