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Solidaridad obligatoria (Cuento de Navidad)

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
23/12/1997
Fuente de la información: Revista en.red.ando
Temáticas:  Prospectiva  Redes  Redes ciudadanas  Tecnología  Medio ambiente 
Editorial número 99

Dar del pan y del palo, para hacer un buen hijo del malo


"Está usted en el modo *Espera*. Llegarán nuevas instrucciones. Firmado: SO". Juan miró perplejo a la pantalla de su libreta electrónica. El mensaje había aparecido de sopetón enmarcado por una ventana con adornos navideños. El navegador parecía congelado en el supermercado donde estaba haciendo sus compras de Navidad de última hora. Las imágenes no se movían y la voz que relataba las virtudes de cada producto se había quedado muda. El cacharro no respondía a ningún comando. Trató de salir del programa, pero tampoco pudo. El ordenador estaba muerto y el mensaje parecía un epitafio. Esperó un rato hasta que advirtió que seguía conectado por el haz de infrarrojos al reflector de la pared. Le puso la cápsula protectora para desactivarlo. Apagó la libreta con el interruptor. Esperó un rato y encendió el ordenador que controlaba la pantalla gigante de la pared y que tenía conexión automática a la Red. Apareció de inmediato la ventanita de marras. No hubo forma de sacarla de en medio. Trató de establecer la conexión mediante el teléfono. Inmediatamente apareció otro mensaje, éste diseñado como un formulario con un campo extra y un cursor invitándole a participar: "No apague el ordenador, le llegarán instrucciones en breve". Juan se decidió a preguntar: "¿Quién eres?". Durante cinco largos minutos no hubo respuesta. Finalmente, tras una breve musiquita de campanas, apareció otra línea: "Está usted conectado a la red mundial Solidaridad Obligatoria".

¿Solidaridad Obligatoria? ¿Qué diablos era eso? En todos sus años de internauta jamás había escuchado nada acerca de esta red. ¿Cómo se habían metido en su ordenador? ¿Cómo habían conseguido detener todas sus funciones? ¿Era un juego? Decidió bromear. Habló: "¿Estoy secuestrado por alguna fuerza maligna?". Hacía tiempo que participaba en varios juegos "online". Pero nunca le habían metido en uno a la fuerza, ni sabía que se pudiera hacer. Tras unos pocos segundos llegó la respuesta: "Todo lo contrario, somos una fuerza benigna. Estamos completando las conexiones. En breve se pondrá en contacto con usted el responsable del área ibérica". A los pocos minutos de silencio volvió a apagar el ordenador. Juan decidió llamar a José Antonio, un vecino del barrio con el que participaba en un taller de telemática urbana. El teléfono de red y el móvil no tenían línea. Silencio absoluto. ¿Qué estaba pasando? Volvió a conectar todo y apareció la ventana de diálogo con un nuevo mensaje: "Por favor, no vuelva a apagar el ordenador y permanezca atento a la pantalla. Firmado: SO".

Juan se quedó hipnotizado. No podía quitar los ojos de esas letras a las que habría añadido con gusto otra S al final. Conmutó la pantalla de pared a la TV. Casi se le cortó la respiración cuando vio el mismo mensaje en el primer canal que apareció. Cambió a la otra parabólica digital. Lo mismo. Esto va en serio, pensó. Encendió la libreta electrónica, decidió dejar la pantalla de pared con la tele y cerró los ojos tratando de pensar qué estaba sucediendo. Al rato le llegó la cortina musical y un mensaje en la libreta: "¿Está pasando usted unas buenas navidades?". Miró al televisor, pero allí seguía la ventana anterior. Habló: "¿Y a tí que te importa?". Musiquita: "Mucho. Millones de personas en el mundo llegan a la Navidad de la mitad de la primera década del siglo XXI sin nada que poner en el plato. En estos momentos, más de 50.000 personas tratan de sobrevivir a la última inundación en Bangladesh. La hambruna en el sudeste y el nordeste asiático y en la región subsahariana se ha cobrado más de 350.000 vidas en las últimas tres semanas. ¿Lo sabías, Juan?". Cielos, tienen mi nombre, se sobresaltó. Tras unos momentos se calmó: Bueno, eso, en el fondo, no es tan difícil, pensó.

"¿Y yo que tengo que ver con todo esto?". Musiquita: "Mucho. Hace años que venimos diciendo que la forma de vida del primer mundo repercute directamente en lo que ocurre en el resto del planeta. A pesar de que vosotros mismos lo confirmáis con las pruebas obtenidas por vuestro inmenso poderío científico, nada ha cambiado. Vuestras ciudades cada vez están más contaminadas y, de paso, contamináis al resto del mundo, el consumo sigue disparado, la producción y el comercio están concentrados cada vez en menos corporaciones y estas Navidades cuatro países de la OCDE han gastado el equivalente al PIB de los 70 países más pobres del planeta. Y tú, como tantos otros, no haces nada, como si el resto no existiera". Sí, ya lo sé, se confesó Juan, y ¿éstos que quieren que haga? Musiquita: "El 85% del comercio mundial discurre ahora por las redes. La globalización mercantil por medios electrónicos está llegando a su punto culminante. Pues bien: se acabó. En estos momentos, los sistemas de todos los gobiernos de la OCDE y de cientos de miles de ciudadanos del primer mundo están cerrados. Os agradecemos, por supuesto, el haber puesto la tecnología a nuestro alcance para poder hacer esto. Pero lo que no quisisteis hacer por solidaridad voluntaria, ahora lo negociaremos a través de la solidaridad obligatoria".

Juan miró detrás suyo, al televisor: allí estaba el mensaje que acababa de leer. De repente no se sintió tan sólo. Alguien en el Palau Sant Jordi, en la Moncloa, en 10 Downing Street, en la Casa Blanca o en las mansiones de los grandes magnates de la industria estaban viendo lo mismo que él. La tele mostraba en esos momentos la lista de sistemas hackeados de todo el planeta. Prácticamente todas las redes financieras, gubernamentales, científicas, educativas, comerciales y muchísimas locales. En la parte de la izquierda, abajo, un contador adornado con motivos navideños iba mostrando en tiempo real los cientos de millones de dólares que se perdían a cada segundo.

Habló: "¿Quiénes sois?". Musiquita: "Una coalición mundial de movimientos sociales, fundamentalmente indígenas. Nos unimos por primera vez a través de lo que entonces se llamaba Internet a finales de 1997. Nuestra aparición pública fue en la reunión de la Organización Mundial del Comercio en Ginebra al año siguiente. Si le echas un vistazo más tarde a nuestro centro de información en El Gran ArchiWeb verás que entonces pedíamos que la liberalización del comercio no supusiera la destrucción de las sociedades rurales y del medio ambiente, que se protegiera la diversidad cultural y la autodeterminación de nuestros pueblos y que se establecieran controles sociales sobre las inversiones de las corporaciones. En otras palabras: que no nos impusieran una única forma de vivir determinada por el bienestar de los ricos a costa de nuestra degradación, como ha venido sucediendo desde la revolución industrial. Ya sabes lo que ha ocurrido en los últimos años: habéis incrementado las emisiones de CO2 a escalas incontrolables, no queda cubierta verde en Indonesia, Tailandia y Malasia, las poblaciones indígenas están refugiadas en reservas electrónicas para preservar los últimos vestigios de su cultura y habéis convertido a las redes en la cúspide del control policíaco del mundo a través del comercio digital. Se acabó".

Esta segunda vez, el se acabó chasqueó como un latigazo en la cabeza de Juan. Aquella reunión con la OMC le sonaba porque se produjo muy poco después del catastrófico hundimiento de los mercados asiáticos. Había leído en archivos vetustos, por lo menos de más de cinco años de antigüedad, que miles de empresas quebraron de la noche a la mañana, millones de personas se quedaron sin trabajo y la miseria se convirtió en la estampa cotidiana de los otrora famosos Tigres del Pacífico. Sabía que aquella turbulencia social estalló en cientos de miniguerras, algunas incluso tribales, que a punto estuvo de provocar una conflagración más general. Finalmente, Juan trataba de recordar, la India, China, Japón, EE.UU y Alemania "aplacaron" los ánimos y emergieron como las grandes potencias del mundo. Los tigres se convirtieron en sus empobrecidos gatos. Sí, aquello tuvo que haber sido muy gordo, porque incluso arrastró a partes de América Latina, como México, y cambió el rumbo de Africa, ya que muchas de sus ciudades alojan ahora a las fábricas de las grandes corporaciones gracias a su continuo suministro de mano de obra barata.

¿Y este estado de cosas lo querían cambiar con un simple hackeo de las redes mundiales? El método le parecía pueril. Habló: "Os van a despedazar. Os encontrarán uno a uno, os acusarán con la nueva figura delictiva consagrada por la ONU de atentado a la seguridad y bienestar del planeta y os meterán en la cárcel per secula seculorum. Y el siglo está empezando". Se sintió un poco aliviado. Musiquita: "Nosotros somos ellos, Juan. Ya no hay forma de separar el polvo de la paja. Nosotros no estamos hackeando el sistema. El sistema se está hackeando a sí mismo. Esto lo aprendimos hace mucho tiempo. A tí te debe sonar porque empezó en tu país. En 1997 hubo un asesinato en España cometido por aquella organización que se llamaba ETA. Indignados, miles de internautas bombardearon los servidores que tenían las páginas de un sistema de información que apoyaba a ETA. Fue la primera vez que vimos claramente el poder que tenían los internautas por el hecho de funcionar en red y perseguir determinados objetivos. Lo que pasa es que siempre que habéis hecho algo así era porque había cosas que os dolían a vosotros, os hartaban a vosotros. Además, a los 10 minutos ya estabais tan sepultados en nuevas descargas de informaciones que os olvidabais de todo y volvíais a lo mismo de siempre: cuanto más capacidad de consumo, menos pensabais en los demás. Nosotros hemos aprendido mucho desde entonces. Ahora lo único que hacemos es poner en marcha los programas necesarios y contar con la colaboración —advertida o no— de miles de internautas de todo el mundo, como tú, para que sepáis que existimos, que estamos habitando el mismo solar y que nos estáis condenando a vivir como desgraciados todos los días".

¿Como yo?, saltó Juan. "¿Como yo?", casi gritó. Musiquita: "Tú tienes todos los servicios de red para evitar los bombardeos de mensajes electrónicos. ¿Adónde crees que van esos mensajes si no llegan a ninguno de tus terminales? Los bits se redirigen automáticamente a basureros digitales que absorben sus impulsos electrónicos. Estamos conectados a ellos a través tuyo. Todo lo que hacemos contigo y con miles de otros internautas es un bombardeo masivo que automáticamente repercute de nuevo por toda la Red. Cogemos entonces la numeración de cada usuario rechazado, personalizamos nuestro diálogo y encabezamos otro nuevo bombardeo. Nosotros vivimos, como siempre, en el basurero y del basurero, pero ahora es digital. Gracias a la opulencia de tus recursos podemos reciclar una parte de tu riqueza y taponar el sistema global. En tu caso, eres un internauta que ejerce la Solidaridad Obligatoria con los desfavorecidos del mundo, como el Presidente del Gobierno y sus ministerios. Otros lo hacen voluntariamente. Pero no hay forma de saber de dónde viene el ataque, porque todos participáis".

Una voz le hizo volver la cabeza. En la tele había un indígena, quizá de Chiapas o de australasia, no sabría decirlo. Hablaba en castellano aunque, evidentemente, se trataba de una traducción automática simultánea. Solicitaba una reunión de los pueblos agrupados en la SO con la OMC, las 40 corporaciones que controlaban el 77% del comercio del planeta, representantes de la Unión Mundial de Ciudades y los del Consorcio Global para un Desarrollo Sostenible integrado por miles de pequeñas empresas de todo el mundo. Las redes quedarían liberadas en 10 minutos. Si los países ricos decidían que no podían hacer nada por el resto del planeta, salvo seguir expoliándolo con la complacencia de sus propios ciudadanos, la economía mundial se detendría definitivamente en la siguiente acción. "No se preocupen, nosotros todavía sabemos cómo trabajar la tierra y organizar mercados en el centro de las ciudades. Hemos guardado nuestros conocimientos en las redes y los volveremos a usar para alimentarles", concluyó su mensaje el indígena.

Juan todavía miraba a la televisión cuando su libreta electrónica le alertó de que podía seguir recorriendo el supermercado electrónico.


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