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El año de la Eurocracia
Autor: Luis Ángel Fernández Hermana 31/12/1996 Fuente de la información: La Vanguardia Temáticas:
Historia red
Política
Historia red
Administración pública
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Editorial número 52
El río por donde suena se vadea
La encuesta de la tercera ola del Estudio General de Medios asegura que en
España se ha cumplido la "ley de hierro" de Internet: la población de
internautas se ha doblado en 1996. Ahora somos unos 800.000, con un 11% de
error de más o de menos y sin contar a todos los que les han regalado un
billete para el ciberespacio con motivo de las fiestas navideñas. Nos
estamos acercando a ese punto mágico que la ciencia define como masa
crítica, el misterioso conglomerado capaz de hacer que las cosas sucedan.
En este caso, estas cosas podrían traducirse en la consolidación de nuestra
presencia en la Red con personalidad propia o, por el contrario, en nuestra
conversión en una estación terminal de eventos que suceden en otra parte
del mundo. No creo que 1997 marque todavía el punto de inflexión, pero sí
me parece que se abrirá la oportunidad más clara de dejar una huella en el
ciberespacio con el genuino aroma mediterráneo. Las dificultades, empero,
serán enormes y no todas procederán de lo que hagamos o dejemos de hacer en
las redes.
Había un dicho en los sesenta que proclamaba: "Justo cuando 200 millones de
soviéticos se encaminaban gozosamente hacia el comunismo, apareció Stalin".
Parafraseando, podríamos decir que justo cuando el sector de las
telecomunicaciones y de la tecnología de la información vive una época de
extraordinaria bonanza, aparece en lontananza la sombra de Maastrich.
Durante 1997, los gobiernos europeos tendrán que aplicar severos paquetes
de medidas económicas y sociales para reducir la inflación y el déficit
presupuestario. Es la contrapartida que exige el nuevo becerro de la
economía, la moneda única, el Euro. El impacto político y social de estas
medidas constituyen un verdadero Expediente X para nuestra clase
gobernante. Nadie sabe a ciencia cierta cómo responderá la población, en
general, y la industria, en particular, al duro período que se avecina de
construcción de Europa por el tejado. Ni siquiera Helmut Khol, el único que
debiera tenerlo claro, se atreve a vaticinar los resultados, aunque el
papel preponderante de Alemania en la Europa del Euro es, por ahora,
indiscutible y ella es la que marca el paso.
Mientras tanto, la cacareada Sociedad de la Información no aparece por
ningún lado como un proyecto viable para los eurócratas. Esta otra Europa,
que sólo puede construirse desde sus cimientos, sólo vive en algunos
proyectos y programas a los que acceden sólo cierto tipo de ciudadanos. Los
eurócratas siguen empeñados en imponer un ritmo autoritario a la
construcción de la Unión Europea, determinado por los grandes parámetros
económicos que sólo tienen sentido si se los administra desde los
ministerios de Economía o Hacienda. Pero el mercado del ciberespacio abre
otras posibilidades que ponen en cuestión, precisamente, a esa dinámica del
cada vez más senil poder político. El proyecto de este poder, como el de
la mayoría de las empresas sobre el que derrama su autoridad, está
obsoleto, se corresponde a un modelo cada vez más anticuado y no tiene
forma de mantener la necesaria cohesión social al hacer depender todos los
factores más importantes (empleo, seguridad social, pensiones, salud) de
ejes completamente alejados del poder de la sociedad civil.
El mercado del ciberespacio, que otros apellidan el mercado multimedia,
abre un territorio nuevo donde esta visión se pone de cabeza. Su
importancia cotidiana se corresponde con su enorme potencial para crear
empleo, nuevos empleos. Actualmente, los productos y servicios multimedia
facturan cerca de 1,4 billones de pesetas al año en el mundo. Dado su
carácter multifacético, cada vez resulta más difícil, definir con una
simple receta cuál es su contenido exacto, pero ahí reside precisamente su
riqueza. En el centro de esta nueva industria está la publicación
electrónica, cada vez más incrustada en una extraordinaria variedad de
sectores: educación, formación, creación de nuevos ámbitos de intercambio
de información y conocimiento, comunicación entre el cliente y el propio
proceso de producción atravesando todas las áreas intermedias (vendedores,
distribución, administración, gestión de sistemas empresariales, etc.),
salud, ocio... Las perspectivas son fenomenales, pero la red de apoyo, el
tejido social que las alimente, debería estar a la altura del desafío. Y
debería permear centros escolares y de formación, universidades, cámaras de
comercio, organizaciones empresariales, colectivos sociales,
administraciones públicas y privadas. El reto es sin duda ciclópeo, pero
tampoco se adivinan muchas otras salidas de la mano de quienes nos han
metido en el grave atolladero en que nos encontramos ahora. La gran
industria y toda su red de conchabeos políticos, económicos y militares han
llevado a Europa al punto en que se encuentra ahora. Su receta para salir
de este callejón es más de lo mismo con dosis crecientes de aceite de
ricino para poder asimilarlo. Si no se construyen alternativas desde abajo,
sólo quedará el aceite de ricino. José Ignacio López de Arriortua,
"Superlópez", decía en una reciente entrevista: "Acabo de leer en los
periódicos que para 73 puestos de trabajo que ofrece el nuevo Museo de Arte
Moderno Guggenheim, de Bilbao, se han presentado nada menos que 70.000
personas, en números redondos. A esas personas hay que decirles, y yo les
digo, que dejen de mirar a otros para que les den empleos y que creen sus
propias empresas". Es cierto, pero quienes tienen los recursos son los que
deben invertir en la generación de las condiciones mínimas imprescindibles
para poder crear esas empresas. Y éste será, tengo la impresión, el gran
desafío que nos presenta el año 1997. Si en el camino la Web desaparece o
se potencia, los PC se venden como churros o acumulan polvo en las tiendas
o los cables-modem y el Java finalmente se convierten en algo tan usual
como el bolígrafo, serán elementos importantes, pero no tan decisivos. Lo
que está en juego es si Internet conseguirá el suficiente empuje este año
97 para sentar las bases de un nuevo tipo de mercado, de una sociedad
organizada de acuerdo a otros criterios económicos.
De todas maneras, todo apunta a que el próximo año volveremos a doblar la
población en la Red y que, además, tendremos muchas más cosas que hacer. No
cabe menos, pues, que desearnos un 1997 lleno de venturas digitales
sorprendentes y rentables. Yo, por mi parte, aprovecharé que la semana que
viene esta publicación cumplirá su primer año de vida para introducir
algunos cambios que explicaré detalladamente en el próximo número.
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