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Los genes de EE.UU
Autor: Luis Ángel Fernández Hermana 17/12/1996 Fuente de la información: Revista en.red.ando Temáticas:
Prospectiva
Historia red
Innovación
Empresa
Internet
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Editorial número 50
(Respuesta a Quim Gil, segunda parte) Primera parte: El imperialismo informativo
Mano besa el hombre que la querría ver cortada
"¿Los Estados Unidos habrán de ser siempre el único punto de referencia de
Internet? No parece que haya ninguna clase de predestinación genética y/o
histórica. ¿Es ineludible esta supremacía? Como mínimo a Bruselas y Tokio
opinan que no." Esta fue una de las preguntas que se quedaron planeando
sobre el anterior número de en.red.ando (Imperialismo informativo),
dedicado a responder un largo artículo de Quim Gil ("Xarxaires o
enxarxats"), publicado en la lista del Grup de Periodistes Digitals. Es, de
hecho, una de las cuestiones más álgidas en la Red. Pero, ya que estamos en
ella, en la Red, quisiera contestarla circunscribiéndome al mundo digital,
aunque todos sabemos que los verdaderos puntos de referencia proceden del
mundo real. Entrar en la historia menuda, como sería examinar —aunque
sucintamente— el papel de EEUU en Internet, permite desbrozar la intuición
sobre el papel que está jugando este país en un plano más general.
Primero una obviedad: Lo que hoy llamamos Internet (palabra que procede de
Inter-networks, o red de redes) se originó en EEUU, donde ingenieros,
científicos y organismos académicos y militares de aquel país, con la
colaboración subordinada de técnicos y universidades de Gran Bretaña,
pusieron a punto la tecnología básica que después se convertiría en
Arpa-Net. Esta red creció, se desarrolló y se diseminó casi exclusivamente
en los centros académicos y de investigación de EE.UU. Durante los años ochenta,
alrededor del TCP-IP —el protocolo básico de comunicación de Arpa-Net— y
de otros protocolos de telecomunicación, emergieron numerosas comunidades
virtuales (los famosos BBS), algunas de las cuales evolucionaron hacia los
primeros servicios online comerciales, como CompuServe. Este último, por
ejemplo, basó su éxito en que la mayoría abrumadora de sus contenidos eran
aportados por sus propios usuarios. El modelo ha tenido varias copias, el
de mayor éxito American On Line (AOL).
Mientras tanto, el resto del mundo seguíamos hablando por teléfono y un
módem era algo que, por la descripción que solían hacer los informáticos
con su típico lenguaje llano y del pueblo, más parecía parte de un
mecanismo asesino de los militares que un pacífico puente para que los
ordenadores se entendieran. EE.UU había comenzado a construir la locomotora
digital y a viajar en ella, mientras que el resto proseguíamos montados en
el carromato analógico (perdona, Quim, por el uso barato de tu barata
analogía). No es raro, pues, que de los 173 millones de ordenadores que hay
hoy en el mundo, 74 millones estén en el país de Clinton. 1 por cada 3
personas.
Esto, para mucha gente es una explicación suficiente de la ventaja que
lleva EE.UU en todos los terrenos de la Red: en infraestructura e
infoestructura, poderío empresarial, avalancha de contenidos, población
conectada, prevalencia cultura, etc. Así, su predominio en lo que antes fue
Arpa-Net y después, a partir de 1990, Internet, aparece como una
consecuencia de su posición dominante en el complejo entramado las redes de
telecomunicación, cuyo primer tejido se remonta a gente como Vint Cerf y
Larry Roberts a principios de los setenta. Pero quienes suelen criticar esta
preeminencia de EE.UU en las redes desde el recurso demagógico al
determinismo biológico o histórico, pasan por alto un hito fundamental.
Ellos, casi invariablemente, no son hijos de Internet, sino del WWW, una de
las plataformas de información que soporta la red de redes. Y aquí la
genética y la historia se les tuerce.
El WWW, motor de la explosión demográfica de Internet y transitorio
banderín de enganche de la sociedad de la información, cumple este mes dos
años de vida oficial. En diciembre de 1994 (todavía no existía Netscape),
estuve en el CERN, el Laboratorio Europeo de Física de Partículas, donde se
creó y desarrolló el WWW, para su festiva puesta de largo. La ceremonia
oficial, sin embargo, escondía en realidad un funeral. Tim Berners-Lee, el
ideólogo de la Web, ya había abandonado las instalaciones del CERN en Suiza
para irse al MIT de EEUU. Y dos meses después, en la reunión del G7 sobre
la Sociedad de la Información que se celebró en Bruselas, se concretó el
traslado del WWW al MIT para que fuera gestionado por el Consorcio W3. ¿Qué
había ocurrido? ¿Cómo había permitido Bruselas semejante paso, esa misma
Bruselas que supuestamente opina que no es inevitable la supremacía de EEUU
y que, por cierto, en aquellos días agitaba la bandera francesa contra el
imperialismo cultural estadounidense (claro, que sólo en el cine)?
Según los funcionarios de la UE implicados en esta cesión, que confirmaron
los propios responsables de la Web en el CERN, durante 1994 se hicieron
múltiples intentos de crear una base industrial en Europa que sostuviera el
desarrollo de la Web. Quienes conocían el sistema no tenían ninguna duda
sobre sus enormes posibilidades, pero consideraban que era necesario
nuclear a un amplio abanico de sectores industriales y empresariales para
explotarlas. El primer aviso (la primera "derrota") de lo que se avecinaba
se había producido en 1993, cuando el primer navegador para la Web, el
Mosaic, fue diseñado en la Universidad de Illinois (uno de los chavales
involucrado en ese proyecto, Marc Andreesen, creó al año siguiente una
empresa llamada Netscape.). El segundo sería más amargo: ninguna empresa
europea aceptó el reto de la UE. La Web no les interesaba. Mientras tanto,
el Consorcio W3 en EEUU cobijaba a corporaciones y entidades de todo tipo.
La balanza se inclinó definitivamente hacia el MIT, que amenazó con
proseguir por su cuenta si los europeos se lo seguían pensando. La reunión
mencionada de Bruselas, con la presencia de Al Gore, selló finalmente la
suerte del nuevo sistema. Para evitar males mayores y salvar la cara, la UE
escogió como socio europeo en el W3 a una institución pública, el INRIA, un
centro de investigación francés, excelente en su cometido pero de escaso
peso frente al MIT.
Hasta ahora, estos comienzos parecen haber marcado el desarrollo de la Web y,
en gran medida al quehacer de sus habitantes. Todos las novedades que han
aparecido en los dos últimos años en el WWW proceden casi exclusivamente de
EEUU. Su supremacía en las tecnologías de la información, ya sea en
cacharrería (satélites, cable, hardware), como en contenidos (soft,
programas, infoestructuras, ritmo de innovación, etc) es apabullante en
estos momentos. Y no me refiero sólo ya a Internet, sino al arco vastísimo
de la sociedad digital, desde el ejército al capital financiero, la
industria, el ocio y lo que se tercie: las redes, allí (y por tanto aquí a
través de ellos), son omnipresentes. La única aportación europea realmente
novedosa al WWW procede curiosamente de un empresa multimedia española. OLR
Software ha desarrollado el NetFun, una especie de cubrepantallas que deja
a la vista sólo la parte útil del navegador, donde aparece la información.
Todo el marco de alrededor se convierte en una fiesta multimedia, donde
ocurren historias, aparece publicidad o información, se autoinstalan
juegos, suenan música y mensajes, etc. NetFun se puede convertir en una
plataforma excelente para que las empresas hagan llegar publicidad
solicitada por los usuarios hasta sus pantallas o transmitan en tiempo real
información útil mientras se espera a que llegue la página web solicitada.
Es un mecanismo ingenioso, nuevo y de enormes posibilidades. Uno de esos
productos con los que solemos hinchar el pecho para atribuirlo a la
"creatividad mediterránea". En eso, no nos duelen prendas para propalar que
somos los mejores. Pero OLR Software finalmente ha tenido que llegar a
acuerdos (celebrados con celeridad digital) con empresas de EE.UU para
comercializar el producto. Bruselas, como de costumbre, se lavó las manos.
Para apoyar esta tecnología solicitó revelación de secretos industriales a
otros posibles socios europeos, la participación obligatoria de centros o
empresas de otros países, la presentación de solicitudes en las fechas
acordadas de convocatorias y, como es lógico, un sello de 25 céntimos.
Mientras tanto, Netscape y Microsoft tocaban a la puerta de ORL Software
porque ellos estaban tras un producto semejante y sospechaban que estos
cuatro locos de Barcelona (dicho con cariño, Oscar) ya lo habían
conseguido. Evidentemente no se trata de una cuestión de genética. Ellos
no nacieron con un cromosoma de más, el digital. Somos nosotros los que
estamos viviendo con algo de menos. ¿Podríamos decir que nos falta el gen
que comunique nuestra "congénita" creatividad con una visión industrial de
la vida?.
Visto desde España, está claro que en esta coyuntura nuestra principal arma
debería ser la lengua. La lengua como un recurso industrial, capaz de
canalizar nuestra tradicional inventiva traducida en contenidos y
apuntalada por estructuras empresariales que garanticen su continuidad y
crecimiento. Esta es, hoy por hoy, nuestra gran debilidad. Nuestra
industria (ya sea de bienes o de servicios, con excepciones en el sector
financiero), no se ha caracterizado en nuestro país por asumir los riesgos
de la innovación tecnológica y, por tanto, de las inversiones que lleva
aparejadas. Carecemos de un tejido social que sostenga el surgimiento de
iniciativas potentes y sostenibles. No obstante, ahora nos encontramos en
un momento histórico donde esta es debilidad es mucho más visible y, la
vez, donde la nueva situación ofrece la posibilidad de darle una vuelta a
la tortilla. Las telecomunicaciones crecen en España a un 5% anual (el
doble que la economía) y se prevé que estas tasas se mantendrán por lo
menos durante 5 años. En el corazón de este empuje fenomenal del sector que
está actuando como locomotora de la economía se encuentran las tecnología
de la información. ¿Surgirán empresas con la audacia suficiente como para
invertir en el desarrollo de contenidos propios, afincados en nuestra
realidad social? ¿Seremos capaces de construir las internets locales
necesarias —ya sean VilaWebs, áreas de transacciones comerciales, de
corretaje de información, de mercados específicos donde se encuentren la
demanda y la oferta, de ocio y entretenimiento, etc.— como para crear un
tejido industrial vigoroso que resista el inevitable reto que llegará,
tarde o temprano desde EEUU? Por ahora, lo que vemos es claramente
insuficiente.
En la reciente reunión de Sevilla del W3 dedicada nada más y nada menos que
al multilingüismo en la Red, apenas habían un par de españoles y muy pocos
europeos, la mayoría de los asistentes eran de EE.UU. Y ellos, los
norteamericanos, no tienen un problema de multilingüismo en la Red, tienen
un problema de multilingüismo en el mercado de la Red. En mayo del año
pasado, American On Line me hizo llegar una propuesta para ser el editor en
España del servicio en castellano que iban a lanzar: Hispanic On Line.
Afortunadamente, en aquellos momentos tenían la boca llena con más alimento
del que podían masticar y la iniciativa no progresó a la escala proyectada,
quedó reducida a unos cuantos productos para el mercado hispano en EE.UU. No
obstante, el proyecto de comenzar a traducir y elaborar contenidos en
castellano para distribuirlos en España y América Latina sigue siendo una
prioridad estratégica de la empresa. Lo mismo harán unos cuantos gigantes
del ramo (ya estamos viendo algunos ejemplos en el Web). Y aunque siempre
nos quedará el consuelo de que habrá huecos que ellos no podrán llenar
porque nosotros los conoceremos mejor, la balanza económica se habrá vuelto
a inclinar hacia el mismo lado de siempre.
Por eso me parece nimio (por no usar calificativos mayores) plantearse iniciativas
periodísticas en la Red que traten de copiar o replicar el esquema del
"poderío cultural, económico y tecnológico de EE.UU", por más que estén
aderezadas con un poco de ensalada mediterránea y cuatro promesas vagas y
demagógicas del apoyo de Bruselas. A menos que una política de este estilo
la lleven adelante grupos multimedia consolidados y de un cierto tamaño,
las nuevas empresas periodísticas en la Red (los nuevos periodistas)
tendrán que estrujarse las meninges para descubrir productos innovadores
contando, sobre todo, con el desarrollo local de la Red y el tipo de cambio
social que produzca a todas las escalas a su alrededor: desde la industrial
hasta la personal, desde la generación de nuevos bienes y servicios hasta
la reorganización empresarial por mor del nuevo modelo de comunicación. A
lo mejor, por este camino, descubrimos que nosotros también tenemos unos
genes hermosos para hacer estas cosas, además de las otras que se indican
en la etiqueta: el goce con los placeres de la vida, el buen vino, la buena
comida y el sexo con el cielo azul como techo. Lástima que las etiquetas
se estén quedando cada vez más en un simple mensaje publicitario.
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