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El corresponsal del conocimiento
Autor: Luis Ángel Fernández Hermana 19/11/1996 Fuente de la información: Revista en.red.ando Temáticas:
Historia red
Comunicación digital
Periodismo digital
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Editorial número 46
(Octavo artículo de nueve sobre periodismo digital)
En busca del periodista digital (1-10-1996) De la dictadura de los técnicos... (8-10-1996) ... a la perplejidad de las masas (15-10-1996) El nacimiento del "poder suave" (22-10-1996) El cartero llama miles de veces (30-10-1996) Cómo escaparse del quiosco y no morir en el intento (5-11-1996) La universidad flotante (12-11-1996) Periodismo de disco duro (26-11-1996)
Quien tiempo tiene y tiempo espera, tiempo viene que se arrepienta
Las listas de distribución dedicadas a reflexionar sobre el mundo de la
comunicación y los nuevos medios (algunas de las cuales ya han cumplido más
de un lustro tanto en Internet como CompuServe) están repletas de dudas
existenciales que afloran persistentemente en este profuso debate: ¿cómo
será el periodista del futuro? (no en el sentido morfológico, claro), ¿cuál
será su cometido en los sistemas digitales de comunicación? ¿qué lugar
ocupará en la sociedad de la información? Sin duda, se trata de algunas de
las cuestiones más apasionantes que plantea Internet, pues se dirigen al
núcleo de este sistema en cuanto medio de comunicación. La Red ha
transformado —ha puesto de cabeza— el modelo imperante de comunicación
consolidado, sobre todo, desde la Segunda Guerra Mundial. Y los primeros
tocados por esta convulsión están siendo (y cada vez lo serán más) quienes
se dedican al negocio de la comunicación: las empresas periodísticas y los
periodistas, tanto los que trabajan en ellas como los que lo hacen por
libre o están en el paro. El nuevo modelo les coloca ante el peaje
ineludible del "reciclaje digital". La cuestión estriba en la orientación y
los fundamentos de dicho reciclaje.
Internet ha generado, entre otras cosas, dos fenómenos de una importancia
crucial que, a la vez, se retroalimentan en un vertiginoso proceso de
innovación tecnológica y social. Por una parte, ha ensanchado
extraordinariamente el mundo de la comunicación. Por la otra, ha disgregado
ese mundo en un colectivo heterogéneo, cuyo rasgo más sobresaliente es la
extinción de la frontera entre el comunicador y el receptor al ofrecer a
cada uno las condiciones necesarias para convertirse al mismo tiempo en el
otro. El resultado es evidente: hay más comunicadores, hay más comunicación
y, por tanto, aumenta la necesidad de más comunicación. El nuevo paisaje no
es un sereno valle de postal, sino que se asemeja más a un precipicio sin
fin al que basta asomar la cabeza para sufrir los típicos síntomas del
vértigo de la saturación informativa o el "estrés del conocimiento". ¿Cómo
podemos mantenernos al tanto no ya de lo que ocurre, sino sólo de aquello
que nos interesa, cuando sea lo que esto sea cada vez se torna más complejo
y poliédrico, más denso y pleno de interacciones?
Si tomamos a la música contemporánea como ejemplo, en la era "pre-red" este
universo se reducía, de hecho, a un pequeño segmento geográfico e
imaginario del planeta, tan cerrado y completo en sí mismo como para
satisfacer el gusto, las ansias informativas y la puesta al día de un
mercado de consumidores de contornos bastante definidos. Pero las
tecnologías de la información y el fenómeno asociado de mundialización que
conllevan han convertido a las fronteras —tanto las geográficas como las
de la imaginación— en sustancias elásticas e inabarcables. Hoy, la música
es un fenómeno sumamente complejo y cada vez más denso gracias
fundamentalmente a la comunicación. Basta un somero recorrido por el
planeta de la música en el ciberespacio para que lo que debiera ser un
paseo placentero se transforme en una carrera desenfrenada por un espeso
entramado sin fondo. La información se fragmenta en todos sus componentes
básicos —texto, audio, imágenes fijas o en movimiento— y sus respectivas
asociaciones reguladas por el comunicador-internauta. El resultado es una
multitud de productos que convierten a la adquisición de conocimiento en un
proceso mercurial: inevitablemente se nos escapa por entre los dedos. Si
llevamos este análisis al campo de la política, la economía, la ciencia, el
deporte, el medio ambiente, el asociacionismo, etc., la sensación de
navegar en un océano batido por constantes maremotos informativos es
todavía mayor.
Sólo en su balsa digital, el internauta no puede reprimir una patética
sensación de náufrago en busca del clavo ardiendo que le rescate del sofoco
final por atragantamiento de bits: ¿Dónde estará el archipiélago salvador
en el que abundan los ríos no de leche y miel, sino de la información de
calidad que le "salve"? ¿Cuál será el recorrido fiable que transforme a la
información en conocimiento? Esta serán algunas de las cuestiones que
tendrán que resolver tanto quienes acometan la empresa de la comunicación,
como los periodistas del futuro (el futuro digital, para entendernos, es
hoy).
Aunque sea someramente, vamos a examinar las respuestas que comienzan
aparecer en la Red. Esta ni es una enumeración exhustiva, ni siquiera un
análisis de fondo, algo que dejaremos para otra entrega de en.red.ando. Tan
sólo quiero ejemplificar en tres puntos el golpe de timón que se está
produciendo.
Tan sólo estos tres puntos —que, lógicamente, apenas constituyen la punta
del iceberg— permiten apreciar la modificación profunda que comportan de
la labor del periodista como la entendemos hoy. Algunas empresas —farmacéuticas, de material deportivo, auditorías, etc., o sea, no
estrictamente periodísticas— están creando un puesto de trabajo nuevo
cuyo ámbito de actuación es la Red: el "responsable del conocimiento", la
persona encargada de dirigir los procesos de captura, distribución y
utilización eficiente de la información dentro de la organización y de
orientar sobre su diseminación externa. En esta actividad quizá ya estamos
viendo algunos de los rasgos del periodismo digital, un periodismo que,
bajo sus nuevo presupuestos, se puede ejercer tanto desde los medios
actuales de comunicación en la medida que estos evolucionen hacia
verdaderas publicaciones electrónicas, o desde nuevas empresas o colectivos
que surjan para satisfacer necesidades específicas en la Red. Se trata, por
tanto, de un tipo de periodismo que no está atado a ninguna pretensión
corporativa ni a una historia previa. Se fragua en los sistemas digitales y
allí encontrará sus fundamentos. En principio, los profesionales de la
comunicación disponen de toda la ventaja que les otorga la experiencia en
el ejercicio de su oficio. Pero nada indica que esto sea una condición
suficiente para desempeñar el papel que la sociedad de la información
demandará a los nuevos comunicadores.
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