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R.U.D.
Autor: Luis Ángel Fernández Hermana 24/9/1996 Fuente de la información: Revista en.red.ando Temáticas:
Participación
Cibercultura
Internet
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Editorial número 38
Cada loco con su tema
En la Red hay mucha basura. Apenas se encuentra información buena. Lo
mayoría de páginas son raspas de pescado, mondas de naranja, restos de
comida, en fin, material que pide a gritos un vertedero digital donde se
descomponga cuanto más pronto mejor. Expresiones de este tipo son cada vez
más frecuentes en los debates sobre Internet y sobre qué tipo de futuro
perfila la Red. Son afirmaciones que brotan con una espontaneidad
preocupante. Provengan de internautas o de "analfabetos digitales", no deja
de asombrarme la frivolidad con que la mayoría del material que hay en la Red es etiquetado urgentemente como R.U.D. (residuos urbanos digitales) a
la espera de que pase el próximo camión de basura para llevárselos a la
incineradora de bits.
En el fondo, este es un debate sobre algo tan polisémico como "la calidad
de la información". ¿Qué significa calidad en este caso? ¿Quién posee la
varita mágica que establece la línea de demarcación entre lo que merece la
pena y lo que no, no sólo para él, sino para toda la comunidad de
internautas? Si hablamos de la información expuesta en un quiosco, en una
librería o en una biblioteca, entendería el debate desde el punto de vista
de las opciones exclusivamente personales. Pero ese es un rincón al que
hemos sido conducidos por la propia evolución de las políticas neoliberales
y el famosos "reajuste estructural". La Red ha dinamitado, en gran medida,
este punto de vista, al colectivizar el quiosco, la librería y la
biblioteca (y muchas otras cosas) y colocarlo en mi ordenador en orden
sucesivo, mezclado o sintetizado mediante el simple click del ratón. A mí,
por ejemplo, no me interesan particularmente los gatos. No tengo nada en
contra, ni a favor, de ellos. No obstante, me asombra la vasta y rica
enciclopedia digital que sobre estos felinos han sido capaces de elaborar
los amantes de los gatos. Una enciclopedia cada vez más compacta, más fácil
de navegar y mejor estructurada, como corresponde, por otra parte, al —aparentemente contradictorio— proceso general de "compactación" de la
información y el conocimiento en la Red a medida que el abanico de
"calidades" se hace más amplio, más variado y más denso.
La inquietud de quienes no cesan de quejarse de la basura que prolifera por
la Red no deja de ser preocupante. ¿Les pica las manos porque no pueden
coger unas tijeras y cortar por lo sano? ¿Tanto les molesta el ruido que
provoca el hecho de que gente de distintas procedencias culturales,
sociales y económicas manifiesten sus puntos de vista y sus intereses, por
más triviales que les parezca a estas mentes iluminadas? Pareciera que, de
pronto, o somos todos unos Aristóteles consumados y urdimos de golpe la
"perfecta polis digital" desde lo más alto del partenón internetiano, o
mejor empaquetamos el ordenador y nos dedicamos a otros menesteres. Lo
curioso es que quienes más vociferan su preocupación por el cariz comercial
que está adquiriendo Internet, son quienes mayor intolerancia muestran para
lo que califican como una red plagada de "excéntricos".
Esta actitud pontificadora sobre la calidad de la información o el
conocimiento, sobre esa gente que nos cuenta tan sólo intrascendencias y
banalidades, me trae a colación un libro fascinante que estoy leyendo estos
días, cuyo título, lógicamente, es Eccentrics, del doctor David Weeks
(Villard, Nueva York, aún no traducido al castellano). Se trata del primer
estudio científico de la excentricidad humana. Y aunque, por supuesto, no
me parece que en el caso de la Red estamos hablando de excentricidades, sí
creo que algunas de los planteamientos del doctor Weeks son pertinentes.
Sobre todo cuando dice: "La mayoría de nosotros hemos hecho las paces con
gente de diferente religión, con los homosexuales, con los altos, los bajos
o los gordos. Pero, admitámoslo o no, es una paz delicada, quebradiza. Hay
algo en lo más profundo de nosotros que puja por asegurarnos que nosotros
somos los "correctos". Y los que son diferentes amenazan ese filamento
conservador, sobre todo cuando no sabemos donde encasillarlos".
Estamos en la era de la estandardización, la homogeneidad, el pensamiento
único. Toda esa gente que trata de ser diferente, de contarnos cosas tan
extrañas (e "inútiles"), nos parecen, como menos, sospechosas. Algo en
nuestras mentes se ha encallecido que nos impide percibir la divertida
rebelión que están perpetrando al desviarse de las normas establecidas de
lo que es información correcta y conocimientos aceptables. Basta mantener
los ojos un poco abiertos y atentos, para apreciar la riqueza de colores de
esta paleta comunitaria con la que miles de personas están "pintando la
cueva digital", como reclamaban los organizadores de la primera Expo
Mundial en Internet. Son estos trazos aparentemente caóticos los que,
finalmente, imprimirán el sentido colectivo de la Red, y no las conocidas
rayas, círculos y figuras geométricas que pueblan el mundo de los
intercambios comerciales.
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