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Hogar-Net
Autor: Luis Ángel Fernández Hermana 03/9/1996 Fuente de la información: Revista en.red.ando Temáticas:
Sociología
Ciudad digital
Internet
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Editorial número 35
Por la casa se conoce el dueño
Una de las imprevisiones más clamorosas de la Declaración de de los
Derechos del Hombre fue que no incluyera el teléfono y el televisor
como dos derechos básicos del individuo moderno. Pero la Revolución
Francesa no podía estar en todo. Ni siquiera mencionó el coche, ese
paradigma de la libertad individual que cualquier legislador
posindustrial de una Carta Magna no hubiera dejado ni para más allá del
tercer derecho inalienable. Afortunadamente, la burguesía tomó buena
nota de esas lagunas y confió al capitalismo moderno su debida
reparación. Hoy, todo hogar bendecido por la mano visible del
neoliberalismo disfruta de tantos televisores y teléfonos como miembros
adultos (y adolescentes) componen la familia. La multiplicación de
coches anda por el mismo rumbo en EEUU (alguna enmienda de la
Constitución debe amparar el derecho a ir sobre cuatro ruedas incluso
hasta al retrete), para envidia de otros ricos con menor cobertura
legal y rodada, como Europa y Japón.
¿Sucederá lo mismo con Internet? ¿Tendremos la Red en el
hogar con la suficiente ubicuidad como para cubrir todas las
necesidades posibles, desde las del enano que recién empieza a visitar
el jardín infantil hasta las del abuelo adicto a "Canas-Net"? (alguien
inventará, más pronto que tarde, esta imprescindible versión nuestra de
SeniorNet). Si la entrada de
Internet en el ámbito doméstico es por vía del televisor, como prometen
varios operadores de televisión, por lo menos ya existe un buen parque
de receptores como para evitar las fricciones más previsibles entre los
miembros de la familia por asegurarse una jugosa "cuota de pantalla".
Aún así, todo apunta a que ésta será una solución transitoria. Internet
por TV tardará mucho tiempo en gozar de los rasgos más sobresalientes
que ofrece el ordenador (potencia, diversidad de funciones, memoria,
velocidad de procesamiento, etc.). Y un híbrido televisor-ordenador nos
devolvería a la época de la Declaración de los Derechos del Hombre:
estaríamos a cero kilómetros de nuevo y con la obligación de comprar
tantos aparatos como voraces consumidores integran la familia (y que
nadie se engañe: el televisor-ordenador no será un chisme barato
durante bastantes años).
Si Internet debe entrar en la casa —y parece evidente que
este es un paso ineludible para que la Red desarrolle todo su potencial
social—, por ahora el milagro parece depender de la multiplicación de
los ordenadores. Una familia conectada está abocada a sufrir
embotellamientos peligrosos para la salud colectiva cuando coincidan
las ganas del padre de revisar su correo electrónico, las de los niños
de jugar con el CD-ROM, aprender a navegar por el Web o hacer sus
tareas escolares consultando bases de datos, y las de la madre de
comunicarse con otros miembros de FeminiNet (otra red en busca de un
creador). El pequeño problema es que comprarle un ordenador a cada uno,
a 200.000 pelas por cabeza de media, eleva la broma como mínimo a las
dimensiones de un viaje a Disneylandia (independientemente de la parte
del mundo donde se origine el viaje y del lugar donde se encuentre el
parque de atracciones) para una familia de 4 por una semana. Algo que
no está al alcance ni siquiera de una cifra significativa de hogares de
los países ricos.
La solución parece que vendrá no por el lado de los
aparatos (ordenador o televisor-ordenador), sino del cableado. A
finales de este año comenzará a probarse en EEUU una nueva tecnología
desarrollada por Wyse Technology
consistente en una combinación de cables y cacharritos que convierten a
un PC en múltiples ordenadores, todos interconectados. Cada
dispositivo, aunque no es en realidad un ordenador de sobremesa —pero
dispone de pantalla de colores, lector de CD-ROM y gigabytes de memoria
a un costo de unos 500 dólares— funciona como un segundo, tercero, o
cuarto (hasta diez, por ahora) terminal de Windows, conectados todos a
un único PC, con el que comparten todos los programas, incluida la
conexión a Internet. La triquiñuela está en el cableado que incorpora
los rasgos de los flamantes Ordenadores en Red (Network Computers —NC—). Desde cada terminal se pueden hacer cosas distintas al mismo
tiempo. Y los padres preocupados por lo que hacen sus hijos (que los
hay), siempre podrán echar un vistazo desde el ordenador principal a
las actividades de los pequeños mientras navegan por el Web. Es lo que
los físicos calificarían como una única solución elegante a un múltiple
problema espinoso.
Sin embargo, estos nuevos desarrollos no sólo abren la
puerta del hogar a Internet, sino que también, al mismo tiempo,
jerarquizan de manera discreta, pero poderosa, el mercado de las redes,
mucho más que las cacareadas y, por ahora, temidas intervenciones de
las grandes corporaciones o de los gobiernos. El hogar cableado
representa la pirámide del desarrollo tecnológico no sólo de un país,
sino, sobre todo, de sus sectores sociales con mayores ingresos y
abundancia de recursos de todo tipo. El NC aplicado al ámbito doméstico
puede alumbrar un mercado nuevo, poderoso, que reclame el desarrollo de
aplicaciones propias para satisfacer la multiplicidad de intereses
familiares sujetos a elevados niveles de renta. Si este tipo de
Hogar-Net fructifica, todo indica que durante los años próximos la
"American Family Way of Life" puede dejar una profunda huella en los
contenidos de Internet. Sobre todo en los campos de la educación y el
ocio, los dos sectores de mayor potencial en la Red. Tema en el que las
entidades preocupadas por la dimensión social de Internet tendrán que
invertir una buena parte de su inventiva para proteger la diversidad
cultural de las comunidades internautas.
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