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Y, sin embargo, el nucleo de la Tierra se mueve más rápido
Autor: Luis Ángel Fernández Hermana 20/8/1996 Fuente de la información: Revista en.red.ando Temáticas:
Prospectiva
Redes
Redes ciudadanas
Internet
Tecnología
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Editorial número 33
Manos frías, corazón ardiente
El fenómeno Internet es tan inasible que cada día nos encontramos
con nuevos punto de referencia que tratan de explicarlo. Internet
parece un bicho, pero también un fascinante cristal en plena fase de
crecimiento. O un juego de números que compendia las teorías
matemáticas más avanzadas, sin olvidar su parentesco con el complejo
comportamiento de los ecosistemas. En los últimos meses, parece que el
biologismo está encontrando suficientes elementos de apoyo para
equiparar el comportamiento de la Red a los procesos naturales que
rigen el desarrollo de los seres vivos, incluyendo evolución,
mutaciones, extinciones y líneas muertas.
Algunas de estas ideas son muy fértiles a la hora de
sugerir las tendencias que pueden estar operando en Internet. James
Moore, por ejemplo, se está inflando a ganar dinero en EEUU con su
libro The Death of Competition,
cuyo subtítulo indica claramente por donde van sus tiros: Liderazgo y
Estrategia en la Era de los Ecosistemas Empresariales (Business
Ecosystems). Moore aplica una óptica biológica para explicar cómo la
creación de redes y la canalización a través de ellas de las relacione
económicas y sociales (y, a corto plazo, las políticas) está
modificando sustancialmente el mundo de los negocios. Este consultor de
algunas de las más importantes corporaciones del Fortune 500
descubre, para su sorpresa, que ahora la cooperación es tan o más
importante que la competencia. No es raro, pues, que una de sus obras
de culto, si no la más adorada, es La diversidad de la vida del
brillante entomólogo Edward O. Wilson.
De todas maneras, aunque la comparación con la teoría de
ecosistemas me parece muy atractiva, en la boca de estos tiburones de
las finanzas tiene las resonancias ancestrales de los grandes
depredadores en las profundidades abisales: una forma, como muchas
otras, de zamparse a los peces pequeños y acumular fuerzas para medirse
con los grandes. De todas maneras, es cierto que nunca como ahora los
peces pequeños han tenido la oportunidad de crear bandas tan bien
urdidas como las que posibilita Internet. Lo que también vale —no hay
que olvidarlo— para los peces grandes.
Personalmente, me parece que la metáfora más elegante y
luminosa de Internet la llevaba el propio planeta en su seno. Y, qué
curioso, sólo ahora ha salido a la luz gracias, entre otras cosas, a la
tecnología digital. Paul Richards, un sismólogo de la Universidad de
Columbia, y Xiaodong Song, del Observatorio Terrestre Lamont-Doherty en
Palisades (ambos en Nueva York), acaban de confirmar una increíble
predicción obtenida por una simulación por ordenador del campo
magnético de la Tierra: el núcleo más íntimo de nuestro planeta es un
cristal de hierro con una masa semejante a la de la Luna que gira
ligeramente más rápido que el resto del planeta. En primer lugar,
descubrir que en el interior de esta vieja roca hay otra que también
está girando ya constituyó una sorpresa mayúscula. Comprobar que,
además, lo hace a mayor velocidad que la "muñeca" externa, se convirtió
en un enigma. Perdonen por la transposición fácil, pero es inevitable
comparar este fenómeno con lo que representa Internet hoy día, esa
gigantesca masa de comunicación y conocimientos que gira a una mayor
velocidad que el recipiente que la contiene y que, por tanto,
dependiendo de su masa en constante crecimiento, comienza a influir
decisivamente sobre la velocidad de la órbita general del cuerpo mayor.
Pero no se acaba ahí el paralelismo. El señor Richards ha
conseguido precisar que el núcleo terrestre móvil tiene unos 2.400
kilómetros de diámetro y forma parte de un gigantesco motor eléctrico.
En la frontera entre ese núcleo sólido y el núcleo fluido que lo
recubre discurren corrientes eléctricas de miles de millones de
amperios, las cuales generan fuerzas poderosísimas que tiran del núcleo
sólido. Gracias a que el núcleo que lo recubre tiene una viscosidad
relativamente baja, el sólido puede girar libremente.
Algo parecido sucede con Internet (¿o no?). La zona de
fricción entre la Red y el exterior, entre el ciberespacio y el mundo
real que lo contiene, está cargado de electricidad, de tensión o, como
diría mi amigo Antonio Farrás, de energía potencial. Esto provoca un
tirón poderoso sobre la propia red, sobre ese núcleo sólido, que la
hace girar libremente. Mejor ni pensar en la catástrofe telúrica que se
produciría si el envoltorio fluido quisiera imponer su propia velocidad —sus propias reglas— al sólido que lleva en sus entrañas! A lo mejor
quedaríamos todos electrocutados.
Fue Galileo quien musitó aquella inmortal frase "Eppure,
si muove". Sin embargo, la Tierra se mueve alrededor del Sol y no es,
por tanto, el centro del Universo, como querían los inquisidores de la
Iglesia Católica que le enjuiciaron para que se desdijera de semejante
"herejía". No sólo se movía, sino que, además, en su interior, se movía
aún más. Al genio de Pisa no le debemos tan sólo sus geniales
descubrimientos astronómicos. En su "Discurso en torno a las cosas que
flotan en el agua", Galileo utilizó el principio de las velocidades
virtuales para demostrar los teoremas más elementales de hidrostática y
deducir las condiciones necesarias para que flotara un cuerpo sólido en
un líquido. Galileo, velocidad virtual, flotación de sólidos, el núcleo
de la Tierra, Internet... Esto le demuestra a Moore que no es necesario
convertir a la ciencia en un prosaico manual de recetas económicas con
el único fin de aconsejarle a las empresas cómo ganar más dinero. La
ciencia nos presta parangones muchos más bellos sobre lo que hoy
estamos haciendo —y nos está ocurriendo— con Internet. Ese núcleo
sólido que gira a más velocidad que el resto del planeta nos está
diciendo cosas muy interesantes. A lo mejor no nos hace económicamente
más ricos. Pero a eso ya estamos acostumbrados. Es nuestra velocidad
natural. |
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