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El oro, para el 2000
Autor: Luis Ángel Fernández Hermana 30/7/1996 Fuente de la información: Revista en.red.ando Temáticas:
Historia red
Innovación
Internet
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Editorial número 30
Piedra movediza, nunca moho la cobija
Vinton Cerf sostiene —y en ello no esta solo— que Internet está provocando una
verdadera fiebre del oro, una carrera desenfrenada tras el metal dorado que
atesora la orografía virtual del ciberespacio. Tal y como sucedió durante el
siglo pasado en varios puntos del planeta (California, Rusia, Australia), los
mineros de hoy excavan vetas digitales o pasan por el cedazo millones de bits en
busca del vil metal. El esfuerzo y la inversión en tiempo y herramientas es
considerable. Los desplazamientos, también. Si bien hoy no tenemos que liarnos
la manta a la cabeza y lanzarnos al monte con un burro cargado de cachivaches,
la búsqueda del remanso mas prometedor nos obliga a escrutar todos los rincones
conectados del planeta para ver si aparece alguna pepita —bit— de oro.
Cerf, uno de los responsables del desarrollo de los protocolos TCP/IP,
gracias a los cuales ahora estás leyendo esta página, nos recuerda que
en la fiebre del oro suscitada por Internet sucederá lo mismo que en la
del siglo pasado: los mineros no serán quienes hagan fortuna (algunos
sí, claro), sino los vendedores de picos y palas, los
banqueros y quienes construyan las carreteras y las ciudades. Es decir,
dos tipos de actividades básicas: tender infraestructuras y poblarlas
de contenidos para que la gente se mueva, el mercado se agite y la vida
se establezca. Cerf se
apunta sin timidez a la primera opcián, la de los "picos y palas". No
en vano es
vicepresidente de MCI para Internet, la primera corporación del mundo
en el sector del cable. El ingeniero más de moda en el ciberespacio no
cree, por supuesto, ni que nos estemos acercando a un colapso de las
comunicaciones por culpa del crecimiento de Internet, ni que la
cacareada lentitud de las conexiones ahuyente a potenciales "mineros".
Su compañía, entre otras, se encargará de esas minucias y tenderá
carreteras y calles por doquier, eso sí, siempre de peaje (ese fue, al
menos, el mensaje que transmitió durante la Inet-96, que se celebro en Montreal el mes pasado).
Quedan los bancos y los barrios, las ciudades y los medios de transporte, la
actividad humana, o sea, los contenidos. Aqui regresamos al tema propuesto en la
anterior edición de en.red.ando:
el idioma como industria y la industria del idioma, es decir, la
representación y presencia cultural de una lengua en el nuevo espacio
creado por las redes telemáticas. La globalización de las
comunicaciones que propone Internet no es sino la escenificación de una
tremendatensión entre, por una parte, la tendencia natural a ocupar
todas las regiones virtuales que abren las redes y, por la otra, la
aspiración de estas regiones a existir con una presencia propia. Dicho
en lenguaje cotidiano, que no vengan otros a contarnos lo que nosotros
mejor sabemos, o que otros nos cuenten tantas cosas de ellos que no
tengamos ni tiempo de saber cuáles son las nuestras. Gran parte del
futuro de la comunidad ciberespacial se dilucidará en este
enfrentamiento. De ahí la extremada importancia que tiene para España y
los paises con una cultura sostenida en una lengua propia el crear
ahora las bases
de una industria basada en el castellano y arraigada en contenidos
propios.
Vista desde el ciberespacio, la polémica europea sobre la penetración y
colonización de la industria cinematográfica estadounidense suena a pelea de
patio de colegio entre niños de diferentes edades y convenientemente supervisada
por los profesores. Las respectivas industrias cinematográficas nacionales
europeas admiten de entrada que están derrotadas por el coloso de EEUU y que
sólo les queda instaurar un regimen excepcional, una especie de estado de sitio
donde la única forma de sobrevivir depende de las cartillas de racionamiento, es
decir, de las cuotas de mercado adjudicadas de antemano. Mientras tanto, en
Internet comienza a reproducirse un estado de cosas similar, sin que las
estructuras políticas, pero sobre todo las industriales, reaccionen a lo que ya
se adivina como una repetición del esquema del cine. El último estudio de la
consultora Forrester
indica que nadie hará dinero poniendo contenidos en Internet hasta, por
lo menos, el año 2000. Según este trabajo de campo, el número de
conectados no llega a conformar todavía la masa crítica necesaria para
hacer despegar económicamente la industria del ciberespacio. A final de
siglo las cosas cambiarán, según Forrester, no sólo porque se
incrementará considerablemente la población internauta, sino porque
ésta, a su vez, se verá estimulada por las ofertas que irán cuajando
durante estos cuatro años. Ese es el tiempo, pues, que tenemos para
preparar un sector vigoroso suministrador de información y conocimiento
en castellano que no se vea vampirizado a las primeras de cambio por
las grandes corporaciones de EEUU.
Detesto la idea de que dentro de cuatro años estaré escribiendo una
edición de en.red.ando dedicada a constatar que los mejores servicios
en castellano en Internet proceden de Texas o Wisconsin, donde
encontraremos informacion pormenorizada sobre la última cosecha de
Rioja y si es la idónea para acompañar al "chili con carne" ( ya sé que
exagero, pero qué diablos, cosas peores recibimos por la tele o el cine
y después nos las comemos y bebemos en el primer
"fast food" que pillamos por el camino). |
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