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La Tierruca
Autor: Luis Ángel Fernández Hermana 04/7/1996 Fuente de la información: Revista en.red.ando Temáticas:
Internet
Historia red
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Editorial número 26
Lo que en la leche se mama, en la mortaja se derrama
Una hora antes de salir de Montreal, donde asistí a la Sexta
Conferencia Internacional de la Internet Society, me llegó la noticia
del fallecimiento de mi madre en Madrid. Este artículo, que empiezo a
escribir con un bolígrafo en un cuaderno de anillas mientras cruzo el
Atlántico, se lo dedico a ella. Seguro que no lo terminaré hasta que
hayan pasado los días ajetreados que me aguardan en Madrid. Por esta
razón, por primera vez, en.red.ando saldrá a la Red con un par de días de atraso. Aunque la ocasión bien merece este pequeño e insignificante hito.
Mi madre murió a los 86 años sin saber qué era Internet,
ni siquiera sospechar su existencia. Hacía un tiempo que había perdido
la memoria. Pero estoy casi seguro de que si hubiera tenido la ocasión
de comprender lo que eran las redes, Mercedes habría revivido
inmediatamente uno de los pasajes más felices de su vida, que le
acompañó hasta el umbral mismo de la oscuridad: los años en que regentó
junto con mi padre una papelería en Alar del Rey (Palencia) después de
la guerra civil. "La Tierruca" surtía a los niños del pueblo de
lápices, lapiceras, minas de repuesto, palillos y plumas, alguna que
otra estilográfica, tinta a granel o en frasquito, hojas secantes,
gomas de borrar, sacapuntas, plumieres, pizarras, tizas, cuadernos de
renglones o cuadriculados, de caligrafía, de dibujo (muchos de ellos
con las tablas de multiplicar en la contratapa), reglas, tiralíneas,
escuadras, compases de lápiz y tinta, cartabones, mapas físicos y
políticos de España, Europa y los otros continentes, Mapa Mundi,
guardapolvos, carteras y un largo etcétera.
Todos estos instrumentos imprescindibles en la educación
escolar tenían, además, un olor inconfundible. Su aroma inmediatamente
evocaba aulas repletas de niños, las tablas de multiplicar cantadas,
los ríos de lugares insólitos aprendidos de memoria o el momento en que
la escritura en los cuadernos de caligrafía llenaba la clase con el
perfume indeleble de la tinta. El mundo era entonces un lugar mucho más
imaginado que real, más cercano a la literatura que a la experiencia
personal. Los límites de la geografía física y espiritual de cada
individuo casi se podía tocar con la punta de los dedos. Las cartas, el
correo postal, eran el eje de redes de comunicación que transportaban
ecos de lugares y personajes que retaban a la imaginación por cercanos
que fueran.
Yo nací en 1946, cuando mis padres ya habían dejado Alar
del Rey (y "La Tierruca") para trasladarse a Málaga. Aquel año, el
ENIAC, el primer computador digital de la historia, entraba en acción.
Sin embargo, pasaron casi 40 años antes de que comenzaran a caer las
murallas de la ciencia-ficción o de los relatos de conquistas
tecnológicas lejanas y apareciera en mi mesa un ordenador personal, un
Macintosh 512K. Hoy me muevo con un "palm-top", un cacharrito que entra
en la palma de la mano, con la misma memoria que aquel Mac (que todavía
funciona) y un disco tipo tarjeta de 1Mb. Cuando le contaba a mi madre
las cosas que hacía con el ordenador, sobre todo cómo enviaba mis
artículos a El Periódico a través de la línea telefónica, me miraba
desde una distancia insondable y, sin saber muy bien cómo, siempre
terminábamos hablando de "La Tierruca", de aquellos niños que venían a
comprar cuadernos, mapas o tablas de multiplicar. Niños que tardaban
muchos años en derribar las paredes de la escuela para encontrarse cara
a cara con el mundo circundante, el que empezaba más allá del tiro de
una piedra.
Pero dentro de ese círculo delimitado por el alcance de la
mano, sucedían muchas cosas, surgían muchas emociones y fructificaban
experiencias que han consolidado a los individuos, instituciones y
sociedad en la que hemos crecido y madurado. Ahora, la mano está
rompiendo definitivamente su propia frontera ayudada, sobre todo, por
Internet. Y, ahora que te has ido para siempre, querida Mercedes,
vuelvo a recordar lo que me dijiste una vez: "A lo mejor todo tiempo
pasado no fue siempre mejor, pero hubo cosas que nos hicieron disfrutar
muchísimo". Y todas ellas tenían que ver, casi invariablemente, con la
cercanía de las experiencias, de los acontecimientos y las personas
asociadas a ellos. Preservar esta inmediatez es el desafío que tenemos
planteado en los albores de un mundo que estamos edificando sobre una
de las rupturas más drásticas que jamás hemos perpetrado con respecto a
nuestra historia inmediata anterior.
Mercedes, nunca olvidaré todo lo que me contabas acerca de
lo que sucedía en "La Tierruca", aquel almacén de memoria y
conocimiento que entrelazaba tantas redes humanas. Y nunca te olvidaré.
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