|
 |
Juicio digital
Autor: Luis Ángel Fernández Hermana 18/6/1996 Fuente de la información: Revista en.red.ando Temáticas:
Internet
Historia red
Política
Ciberderechos
|
 |
Editorial número 24
Quien mal siembra, mal cosecha
El 12 de junio de 1996 será celebrado durante mucho tiempo como una especie de cumpleaños de Internet. La sentencia
emitida ese día por el tribunal de Filadelfia en la que declaraba
inconstitucional la ley de Decencia en las Comunicaciones (CDA), no
solamente es el primer dictamen de esta envergadura sobre el intento de
un gobierno de censurar los contenidos de la Red, sino que su texto
debería ser materia de lectura obligatoria por igual para cibernautas y
analfabetos digitales. Los tres jueces —Dolores K. Sloviter, Stewart
Dalzell y Ronald Buckwalter— pertenecían a este último grupo cuando
les llegó la demanda presentada por más de 50 organizaciones defensoras
de la libertad de expresión contra la llamada "Ley Clinton". En menos
de dos meses, los magistrados se convirtieron no sólo en avezados
cibernautas, sino que comprendieron con meridiana claridad las reglas
del juego y el complejo entramado del planeta virtual. Aunque el
gobierno de EEUU ya ha anunciado que apelará ante el Tribunal Supremo,
éste tendrá que atenerse a la fundamentación elaborada por la corte de
Filadelfia y después decidir si en base a ella acepta o modifica el
veredicto.
La sentencia ha dejado caer —en medio del debate sobre
qué es y para qué sirve Internet— una poderosa carga de profundidad
que, sin lugar a dudas, irá explosionando a través de millones de
ordenadores durante mucho tiempo. En un momento en que la manta de la
economía amenaza con envolver a Internet como un sudario y los nuevos
tiburones del ciberespacio exhiben con orgullo sus resplandecientes
fauces repletas de dólares, los jueces le han sacado brillo a las
implicaciones sociales y políticas de la Red para encontrar allí las
razones de su defensa. Sin despreciar las connotaciones comerciales de
Internet (!cómo iban a cometer semejante pecado en EEUU!), los jueces
ponen en el centro de su análisis lo que estiman es el mayor valor que
aporta este nuevo sistema de comunicación: la creación de una plaza
universal donde todo el mundo puede hablar o escuchar. La palabra es la
gran protagonista de la sentencia, y no sólo porque la demanda judicial
tuviera como objetivo la defensa de la libertad de expresión. Sino
porque los jueces descubren que Internet alumbra a formas democráticas
de comunicación y participación que no existen —ni en la forma ni en
la esencia— en el mundo real.
Curiosamente, mientras por un lado la sentencia establece
el carácter universal de Internet y, por tanto, la dificultad de
aplicar una censura a países que no están bajo la Constitución de EEUU
(más de uno en el Departamento de Defensa debe haber pensado: estos
jueceeees...), por el otro, reconoce los beneficios de esta
universalidad que permite extender el ejercicio de derechos
democráticos más allá de las propias fronteras.
Por ahora, sería tanto como pedirle peras al olmo recomendarle a
nuestros gobernantes que se leyeran la sentencia de Filadelfia con
atención.
Posiblemente del texto puro y desnudo tan sólo sacarían la
conclusión de que esto de las redes electrónicas es mucho más serio de
lo que pensaban y que deben encontrar medios más contundentes para
controlarla. Esta tentación no quedará diluida, desde luego, por la
minuciosa fundamentación elaborada por los jueces de EEUU sobre la
ilegalidad y futilidad del intento. Por tanto, volverán a la carga.
Como dijo Herbert I. Schiller durante su reciente visita a Barcelona,
la gran cuestión sobre el futuro de Internet será si habrá suficiente
gente dentro del sistema con la voluntad de mantenerlo libre.
Afirmación que tiene más valor al venir de una persona que, según
confesión propia, no se conecta y que está firmemente convencida de
que, al final, la Red será controlada por las grandes corporaciones. A
él, con cariño, también le recomiendo que lea la sentencia, porque
nunca en la historia de las comunicaciones a través de los medios
tradicionales (escritos y audiovisuales), que él tanto conoce, se había
producido un análisis político tan minucioso de un nuevo medio. Y
nunca, por supuesto, ese nuevo medio comprometía de tal manera, como lo
hace la Red, a la estructura de poder que trata de controlarla.
|
|
 |
 |
 |
|  |
Búsqueda avanzada |
 |
|