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En el árbol estábamos mejor

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
11/6/1996
Fuente de la información: Revista en.red.ando
Temáticas:  Cibercultura  Innovación  Internet  Tecnología 
Editorial número 23

Hacer un hoyo para tapar otro


En noviembre de 1974, Isaac Asimov contó a una audiencia de estudiantes de la Escuela de Ingeniería de Newark el tema de la primera historia que vendió a John Campbell, la cual apareció en Astounding Science Fiction en julio de 1939. Asimov apenas tenía entonces 19 años. Aquel cuento se llamaba Tendencias y, según él, era la primera vez que se contaba un viaje de ida y vuelta a la Luna. Lo que cautivó el avezado ojo del editor, sin embargo, no era que aquel chaval hubiera imaginado semejante aventura, sino que postulaba la resistencia popular a los vuelos espaciales. En la narración aparecía toda una organización de terrícolas que defendía el derecho y la obligación que teníamos de quedarnos tranquilos donde estábamos. Cualquier intento de salir a echar un vistazo a lo que había por ahí afuera los ponía furiosos y... los volvía peligrosos. Como aseguraba el propio Asimov, era la primera vez que alguien proponía la resistencia activa a la carrera espacial, que por otra parte, no volvió a aparecer en la literatura hasta que ocurrió en la realidad.

¿De dónde obtuvo semejante idea el futuro profeta de la ciencia ficción? Según cuenta él mismo, en aquellos años acabó, por razones alimenticias, como secretario de un sociólogo que escribía una tesis sobre De la resistencia social al cambio tecnológico. Asimov le ayudaba en la búsqueda de referencias y así descubrió un hecho que para él fue toda una revelación: la historia del ser humano estaba cosida por el resistente hilo del cambio tecnológico y por su reverso: la oposición tenaz, amarga, exagerada, feroz en instancias, a ese cambio y sus consecuencias. Como explica Asimov, esta resistencia procedía generalmente de los grupos más susceptibles de perder influencia o poder social, político o económico como consecuencia de la innovación. Sin embargo, nunca aparecían estas razones como el motivo fundamental de su oposición (hubo cambios tecnológicos que abrazaron inmediatamente con la fe de los conversos: los enriquecía). Todo lo contrario. En lo que podríamos llamar "La ley de hierro del árbol" —Nunca estuvimos mejor que antes del bipedalismo—, estos grupos siempre basaron sus posturas en una defensa "incondicional" del bienestar de la humanidad. Unas veces era su salud física, otras su salud mental, casi siempre su salud espiritual, cuando el paquete no abarcaba a todas si el grado de oposición al cambio tecnológico así lo exigía.

Llegados aquí, creo que todos sabemos exactamente de qué estamos hablando. A fin de cuentas, el medio que utilizo para contar esto no es inocente con respecto a su contenido. Pero sí merece la pena resaltar algunos puntos. Hoy, la humanidad, por primera vez es toda la humanidad. Por tanto, los defensores de la integridad espiritual de la humanidad ante el peligroso asalto del cambio tecnológico que nos invade no hablan sólo en el nombre de los pedazos de ella a los que alcanza su mano, como ocurría hasta hace poco. Ahora tienen en mente todo el planeta. O sea, son más peligrosos que nunca. Su tecnofobia fundamentalista y oportunista nunca había tenido semejante posibilidad de convertirse en una poderosa corriente cultural universal edificada única y exclusivamente para proteger intereses jamás explicitados abiertamente. Este es tan sólo un peldaño dentro del movimiento de resistencia. Estos grupos mueven potentísimos resortes culturales. A través de ellos, solidifican a su feligresía en el credo elemental de nuestra era: sí, pertenecemos a una sociedad de base tecnológica, pero dentro de un orden. O sea, por una parte, se cultiva la pasión por la innovación como motor ilusorio del bienestar, por la otra, se introduce el miedo, el conservadurismo más reaccionario y, por ende, la necesidad de la obediencia debida ante los riesgos que comportan los desarrollos "no controlados" de dichas innovaciones. Para decirlo más claro, a los desarrollos no controlados por ellos. Este objetivo, que en muchos otros momentos de la Historia han conseguido disimular tras palabrería saturada de altruismo, quedan descarnadamente al descubierto al referirse a Internet, el penúltimo salto evolutivo en el cambio tecnológico. Ahora son millones de seres de esa humanidad tan defendida por los otros los que participan y controlan, modulan, disfrutan y aprovechan este salto evolutivo. El movimiento de resistencia tendrá que cambiar de táctica (está cambiando de táctica), aunque nunca renunciará a la diseminación de tecnofobia como el primer anzuelo de reclutamiento. Y frente a su prédica del miedo, la reacción y el árbol atávico, ya sabemos lo que tenemos que oponer.

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