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Educar a los educadores

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
23/9/1997
Fuente de la información: Revista en.red.ando
Temáticas:  Educación  Tecnología 
Editorial número 86

No queremos saber lo que le enseñaron, sino lo que usted averiguó
(El Roto)


Apenas ha empezado el curso escolar 1997-98 y ya existe una sensación de que se llega tarde a algo. Mientras en las aulas se reproduce el tradicional rito del maestro que enseña y desmenuza lecciones, las cuales se hayan encerradas en libros, enciclopedias y otros formatos de papel, miles y miles de alumnos pertenecen ya a una generación cuyo mundo no encuentra su representación genuina en la escuela: el de los videojuegos, de los entornos multimedia, del ordenador casado con el CD-ROM, de la sociedad interconectada y participativa. Estamos asistiendo, de manera inadvertida para padres y educadores, a un rápido trastocamiento del universo educativo en el que los roles, los métodos y, casi seguramente, los fines del proceso de aprendizaje están sometidos a una profunda revisión. Quizá en pocas ocasiones se haya vivido un divorcio tan palmario entre lo que sucede en las aulas y el entorno vital en que se desenvuelven los alumnos. Los puentes entre unos (el sistema educativo) y otros (el proceso real de aprendizaje) no se salda tendiendo simplemente lianas tecnológicas: más informática en las escuelas; una fórmula que por repetida —y no cumplida— ya comienza a oler bastante mal.

La reivindicación de "ordenadores para todos en todas las aulas" (que, a la marcha que lleva, dentro de poco alcanzará estatus de Derecho Fundamental del Hombre) no debe despistarnos sobre dónde se halla el meollo del asunto: la formación de maestros y alumnos para desempeñarse en el entorno del ciberespacio y, por consiguiente, la puesta en marcha de una metodología propia de la educación en red. Ésta pone patas arriba lo que teníamos hasta ahora. Y nunca deberíamos perder de vista de que estamos hablando de un sector estratégico. La locomotora de la revolución industrial estuvo alimentada en todo momento por un sistema educativo diseñado por el poder con el fin de mantener preparada a una fuerza laboral suficiente. El traslado de la industrialización a otros países —excepto en aquellos adonde emigraron los propios protagonistas de dicha revolución— siempre careció de la red de seguridad de una educación adaptada a las nuevas circunstancias. Hasta el día de hoy, la mayor parte de países de la comunidad internacional sufre las consecuencias de esta inmensa laguna, hasta el punto que su dependencia cognoscitiva respecto a los países industrializados le ha dado su particular textura a los acontecimientos de este siglo. Ahora nos encontramos en un momento similar, con sus propias peculiaridades, pero en el que vuelven a dirimirse cuestiones antiguas: dónde y cómo se desarrollará la estructura educativa que nos preparará para la Sociedad de la Información. De este proceso depende en gran medida el papel que cada cual jugará en un futuro bastante cercano.

En nuestros países (España y América Latina, pero hasta cierto punto Europa también) se escucha con mayor frecuencia una frase que cada vez gana más terreno, sobre todo a medida que la vida cotidiana se ve sustancialmente alterada por la sociedad interconectada: los maestros no trabajan con los ordenadores porque les tienen miedo y, también, porque los alumnos se manejan de manera natural con las máquinas y pareciera que ellos son los profesores (este es un problema que también está presente en EEUU, pero allí lo están abordando de otra manera, tema que trataremos otro día). Con los matices de cada caso, la tecnofobia del maestro y la tecnofilia del alumno evidentemente forman parte de este paisaje cambiante, pero no es un dato casual ni accidental, ni se trata de una repentina epidemia que se cure a base de pastillazos digitales. Se trata precisamente del síntoma más claro de lo que está sucediendo y de las nuevas necesidades que están emergiendo en el proceso de formación. La educación en el ciberespacio borra la otrora nítida frontera entre el "enseñante" y el "enseñado" y coloca esta relación en un entorno mucho más dinámico, flexible, participativo e interactivo de lo que hubiera imaginado el sistema educativo más progresista. En otras palabras, la vieja cuestión del poder en las aulas, que durante siglos ha permanecido incuestionado salvo algunas honrosas excepciones que han hecho historia, se plantea ahora como el nudo gordiano que una parte de la ecuación —los alumnos— comienza a resolver de manera natural mediante un espadazo tecnológico. Pero si nos quedamos ahí, nos quedaremos en las apariencias. En este gesto subyace toda una forma nueva de plantearse la cuestión de la enseñanza.

Los alumnos ya no aprenden hoy "formalmente" en la escuela. Las nuevas tecnologías, en particular las redes y los formatos electrónicos diseñados para empaquetar conocimientos, proyectan el aprendizaje mucho más allá de las cuatro paredes de un colegio. De hecho, éstas caen y las aulas se acomodan a las dimensiones de un mundo apenas cartografiado por las interconexiones en red. Supone, a la vez, el salto sutil y fundamental de "enseñar" a "aprender". Mientras lo primero ocurre en el aula, lo segundo ocurre en una especie de tienda abierta las 24 horas los siete días de la semana, cuyas estanterías están repletas de conocimientos empaquetados en multitud de formas y en la que coinciden estudiantes conectados de cualquier rincón del globo. La primera consecuencia es que el orden jerárquico tan propio del sistema educativo queda en entredicho y se convierte en un terreno conflictivo. La verticalidad de la "cadena de mando" chirría ante la horizontalidad del aprendizaje. Allí donde esto sucede (y de ello hay múltiples ejemplos: basta echar un vistazo a la conferencia celebrada en Callús el pasado mes de julio), la educación se convierte en un proceso cooperativo entre profesores y alumnos, donde ambos, en particular estos últimos, asumen una mayor responsabilidad individual y colectiva. Al no estar los conocimientos en un lugar determinado (desde luego, no en un libro del que se extraen los conocimientos impartidos por quien lo conoce previamente), sino distribuidos fundamentalmente en redes, todos deben aprender a buscarlos, apropiárselos, elaborarlos y aprovecharlos. En otras palabras, la educación se convierte en un proyecto continuo diseñado para las particularidades de cada cual. Lo cual, en principio, tiende una línea que enlaza la escuela, la formación superior y la requerida para adecuarse a un mercado laboral cambiate.

Moverse en este entorno dinámico, sumamente flexible y con un elevado grado de eficacia, no resulta fácil y, de hecho, cada vez supondrá un mayor esfuerzo para todos los implicados. La educación está pidiendo a gritos, pues, un cambio metodológico de la adquisición de conocimientos, algo a lo que todavía las autoridades públicas apenas hacen referencia. Supongo que el galimatías de las infraestructuras les obnubila el campo de las decisiones, pero si alguna vez lo llegan a resolver a satisfacción (cosa materialmente imposible), entonces se encontrarán con que tendrán que afrontar la verdadera agenda, la que se refiere al propio contenido del proceso educativo, al que apenas están prestando la debida atención. Mientras tanto, y quizá este es otro rasgo del cambio, las iniciativas de ciertas escuelas y organismos no gubernamentales ya están marcando el paso en este terreno. Las experiencias de estos colectivos comienzan a arrojar luz sobre el contenido de la reivindicación "hace falta formar a los maestros", aspecto éste que será materia de los próximos editoriales.


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