Editorial número 307
No puede ser que no se mueva campana que se tañe El Foro Social Mundial (FSM) de Porto Alegre comienza a configurarse como una pieza fija del calendario de la globalización. La variedad de los debates que se celebraron en la ciudad brasileña y, sobre todo, la multiplicidad de colores políticos y culturales de los asistentes, descubre tan sólo la punta de un iceberg de enormes dimensiones. Pedir consensos globales o líneas claras de acción en estas circunstancias sería tan sólo un signo de impaciencia. Porto Alegre es una gran olla donde se está cocinando una parte importante del menú que la comunidad internacional tendrá que degustar en los próximos años. Sin embargo, en esta ocasión sí se llegó al menos a un acuerdo básico para reivindicar lo que se denominó el "derecho a la comunicación". Curiosa reivindicación ésta para ser la primera que toma forma en el foro, pues ha sido gracias a los formidables medios de comunicación de que hoy disponemos lo que ha hecho posible movilizaciones como las de Porto Alegre, y antes Seattle, Washington, Praga, Barcelona o Génova. Y estos mismos medios -que lógicamente no son los medios de comunicación tradicionales- están jugando hoy un papel muy importante en las actuales protestas contra la situación que se vive en Argentina. Me estoy refiriendo, claro está, a la Red y a su plasticidad para configurarse como múltiples redes de comunicación. En esta reivindicación al "derecho a la comunicación" subyacen varias líneas de pensamiento, no necesariamente compatibles entre ellas y que apuntan a diferentes (y, en algunos casos) confusas dianas. Para simplificar, podríamos describirlas así: 1.- Una crítica al "status quo" representado por los medios de comunicación tradicionales. 2.- Un intento de reelaboración del papel del periodista, en particular, y del periodismo, en general. 3.- Una notable distancia conceptual sobre lo que realmente representa Internet -y el trabajo en red- como plataforma de comunicación en esta fase de la globalización.
Como era de esperar, y a partir de estas premisas, en Porto Alegre se discutió mucho -antes, durante y después del evento- sobre los conglomerados mediáticos, en particular sobre el carácter perverso de periódicos y cadenas de TV que se dedican a distorsionar sistemáticamente "la realidad" en aras de intereses espúreos. De hecho, en el "derecho a la comunicación" hay una fuerte componente de presión social para que estos grupos "informen adecuada y correctamente" de la situación actual del mundo. Pero, en realidad, ¿qué se espera de ellos? ¿en virtud de qué milagro los medios de comunicación tradicionales de los países ricos se tendrían que poner del lado de los oprimidos, de los hambrientos, de los desposeídos o de los marginados por políticas económicas desplegadas con un devastador espíritu bélico: contra más víctimas, mejor? Y, sobre todo, ¿cómo tendrían que hacerlo para poder satisfacernos? ¿dedicando las 80 páginas diarias a examinar y analizar en profundidad las atrocidades que cometen las corporaciones y los gobiernos en todo el mundo, corporaciones que, por otra parte, son las que sostienen, promueven y dinamizan el proceso de concentración que convierten a esos medios en arte y parte de su política? Concentrar los cañones de la crítica en la actuación de los medios de comunicación habría tenido sentido hace 10, incluso hace 5 años. Pero no ahora. Porque ahora, el paisaje ha cambiado sustancialmente. No es gracias a los medios de comunicación tradicionales que existe Porto Alegre (aunque hayan contribuido en parte y, en algunos casos, mucho más de lo que ellos hubieran querido), sino a la enorme capacidad de comunicación que hemos adquirido en este último decenio de mano de la Red y al talento desplegado para tender redes a través de ella. Por eso ahora podemos hablar de medios de comunicación tradicionales, de lo contrario no habrían necesitado un apellido para categorizarlos: medios de comunicación y punto, porque no había nada más. Y por eso, también, ahora es posible ver lo que sucede en la olla mediática desde otra perspectiva, porque poseemos una propia adquirida a través de la Red, donde la comunicación -que no sólo la transmisión de información- es la forma cotidiana de relacionarse. Sin que nadie nos conceda ese derecho, ni tengamos que exigírselo a nadie. Por más que muchos se empeñen en tratar de aposentarse en la Red con sus vastas ofertas informativas, es la comunicación, en primer lugar, entre dos polos bidireccionales, y la interacción, en segundo lugar, entre dichos polos y todos los que acceden a él, lo que está modificando de pies a cabeza el paradigma del modelo de comunicación de la sociedad industrial. Nuestra perspectiva hoy es radicalmente diferente (debería ser radicalmente diferente) a la de quienes criticaron el "poder mediático" en los años ochenta y parte de los noventa del siglo XX. La Red ha reelaborado todo el paisaje de la comunicación y nos ha ofrecido una perspectiva única: no sólo la de la crítica conceptual, sino la de la acción alternativa al modelo consagrado por medios estructurados organizativamente de manera vertical y ofertadores de una información jerarquizada por criterios ajenos a los de la audiencia a la que se dirigen. Mantener la crítica en la astilla de dichos medios es no ver la viga en nuestro propio ojo. Dicho de otra manera, los derechos de la Sociedad de la Información no son los que emergen de la descomposición de la sociedad industrial, como sería el "derecho a la comunicación", sino de las nuevas relaciones sociales basadas en los bienes que cada uno posee y mueve a través de las redes: información y conocimiento. Y este proceso no está en manos de los medios de comunicación (en realidad, medios de información) tradicionales. Todo lo contrario, está orientado, dirigido y protagonizado por decenas de miles de colectivos, organizaciones, empresas, administraciones locales y millones de individuos, quienes se comunican entre sí y con una audiencia mucha más vasta de la estrictamente conectada, sin necesidad de reclamar ningún derecho particular. Habrá problemas de acceso, de infraestructuras, o de otro tipo, pero no de comunicación. Mientras que, en el modelo industrial de la mal denominada comunicación, el problema es que ésta brillaba por su ausencia y, para recuperarla, era necesario realizar inversiones absolutamente prohibitivas para cualquier habitante del planeta, menos para unos poquitos. En la Red, en principio todos podemos publicar y comunicarnos. Ahora bien, el hecho de que cualquiera pueda publicar en la web no quiere decir que cualquiera sea un periodista. Y el hecho de que haya periodistas publicando en la web no quiere decir que sean periodistas de la Red o ejerzan el periodismo de la Red. Muchos, muchísimos están en la Red, y ejercen el periodismo en la Red, como podrían estar (o ejercerlo) en cualquier otra plataforma ofertadora de información, ya sea de papel, audiovisual o lo que queramos imaginar. Su relación con los demás, incluso aunque ensalcen la bidireccionalidad de las relaciones en el entorno virtual, reproducen con bastante fidelidad las esencias del modelo industrial de comunicación: una organización vertical para ofrecer información jerarquizada a una audiencia que no tiene ni voz ni voto en el producto, ni por tanto en la línea editorial o en los objetivos que ésta se proponga alcanzar. Es a partir de la modificación de esta relación, una modificación que afecta sustancialmente, entre otras cosas, al papel que desempeña el periodista y lo que entendemos como periodismo, que están emergiendo los derechos específicos relacionados con la comunicación en la Sociedad del Conocimiento. A ello dedicaremos el siguiente editorial. |