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La larga noche de las agendas

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
15/1/2002
Fuente de la información: Revista en.red.ando
Organizador:  Enredando.com, S.L
Temáticas:  Política  Comunidades virtuales 
Editorial número 302


Donde fuego se hace, humo sale

La situación de Argentina es, sin duda, uno de los temas de más actualidad y mayor interés en el mundo hispano, y así lo está reflejando la Internet en castellano. En menos de dos meses se ha disparado el número de foros y listas de discusión sobre los eventos en el Cono Sur. Cada día, los medios tradicionales y una amplia variedad de servicios electrónicos nos sirven una nutrida ración de análisis y artículos de opinión sobre la crisis argentina. La vasta mayoría de estos materiales, sin embargo, tratan de contarnos la historia reciente de Argentina mediante una especie de cuidada cronología de lo que ha sucedido en los últimos 30 años. Al no categorizar los hechos más allá de una pulida -e interesada- descripción, no nos cuentan coyunturas cruciales y la "calidad" de algunos eventos, todavía no suficientemente explicados ni en el país, ni a escala internacional. El primero de ellos es el de la represión peronista, primero, y militar, después, desde mediados de los años 70 hasta principios de los años 80. La naturaleza de esa represión y el momento en que tuvo lugar explica muchas más cosas que el manido recurso a las políticas fiscales de los sucesivos gobiernos desde Alfonsín hasta hoy.

La represión argentina, que se cobró más de 30.000 víctimas, se concentró sobre sectores populares y, sobre todo, sectores profesionales y dirigentes del país. La clase media alta fue particularmente castigada en una operación sistemática de búsqueda y desaparición que liquidó a varias generaciones de clases dirigentes o, como se dice hoy, el capital social y humano del país. La persecución a través de las agendas de los detenidos se mostró como un método perverso y muy eficaz para atacar indiscriminadamente a empresas, colectivos profesionales, el sector de la investigación y el de la educación, por mencionar tan sólo a algunos de los ámbitos más castigados durante la "guerra sucia". A los muertos y desaparecidos hay que añadir los que debieron buscar refugio en otros países. Miles de personas que se insertaron laboralmente en EEUU, España y muchos países de América Latina, profesionales de todo tipo que quedaron desgajados definitivamente de su hábitat económico natural: la sociedad argentina. Nunca, en el siglo XX, se había producido tal descabezamiento de una clase potencialmente dirigente de un país capitalista. Fue una masacre, además, cometida "inter pares": los que mataban eran de la misma extracción social que las víctimas.

Cuando aquella pesadilla acabó, el trauma era de tales proporciones, el desbarajuste político tan profundo, que nadie asumió el riesgo de hacer las preguntas pertinentes. ¿Quién planeó semejante liquidación del sistema productivo y social del país? ¿había gente que sabía el destino de semejante baño de sangre? ¿fue tan sólo la tradicional "liquidación de la izquierda" por parte de una patrulla de militares matarifes, de cuyos episodios América Latina ha vivido unos cuantos en el siglo XX (Brasil, Uruguay, Chile, etc.) ? ¿o había algo más que el dolor y el horror impidió que saliera a la luz? Fuera lo que fuese, no sólo no salió a la luz, sino que Argentina se encontró a principios de los años 80 en una posición sumamente delicada que sus dirigentes políticos o no supieron ver, o no quisieron ver para no poner en riesgo la teta del poder.

Descabezada, exhausta, con dos o tres generaciones de dirigentes de empresas y de actividades profesionales machacadas o exiliadas, una hiperinflación galopante proyectada sobre el telón de la última aventura militar en las Malvinas, Argentina no pudo (o no la dejaron) discutir cuál era su posición en un mundo en el que EEUU, Europa y Japón iniciaban el reparto del comercio internacional. Argentina emergía de la peor pesadilla sin una clase política capaz de afrontar la transición. No estaba, la habían exterminado física y espiritualmente. Por eso no hubo transición política, sino continuidad justo en una coyuntura en que el debate social debiera haber discurrido por otros cánones. La clase dirigente del país, en esas circunstancias, no logró definir un modelo socio-económico y los aliados nacionales e internacionales para llevarlo a cabo. Desde entonces, el descenso hacia las categorías estadísticas del Tercer Mundo ha sido imparable.

La emergencia del mercado supranacional de la Unión Europea, por una parte, la creciente competencia de Japón respecto a EEUU, por la otra, y la inacabada ronda del GATT junto con el empuje de Reagan contra la URSS, pintaban un escenario internacional sumamente delicado para Argentina. En el mercado agroalimentario, la pieza clave de su modelo productivo y, por ende, de su presencia en el comercio mundial, EEUU tenía tres competidores nítidos fuera de control: Argentina, la URSS y China. Los otros estaban protegidos por "fraternidades" de distinto signo: la Commonwealth (Canadá, Australia, Sudáfrica y Nueva Zelanda, entre otros) o el grupo francófono.

España, presionada para que ingresara en la Comunidad Europea sin "lastres históricos", no tenía en aquellos momentos (ni ahora) ni el peso político, ni la voluntad suficiente para ejercer de cabeza de puente de América Latina, en particular de Argentina, menos cuando Gran Bretaña jugaba sus cartas más duras en relación con las cargas históricas de la UE. Y Gran Bretaña, utilizando, entre otras, la Guerra de las Malvinas como justificación, se lanzaba en aquellos momentos -mediados de los años 80- al diseño de una política agraria que, al hacerla suya en gran parte la Unión Europea, le cerraría a Argentina las puertas del mercado europeo.

A principios de los años 90, EEUU y Europa se encontraron con un escenario donde dos de sus grandes competidores en productos agropecuarios y alimentarios prácticamente habían desaparecido del escenario: Argentina y la ex-URSS. En pie sólo quedaba (y queda) China. El destrozo del sistema productivo argentino durante los años noventa, la ausencia de un plan coherente que le permitiera acceder a mercados viables en América Latina y el mundo, el boicot activo por parte de Europa y EEUU, abocó a su clase política a una espiral ineluctable en pos de la "limosna financiera". Ya fuera golpeando a las puertas de las entidades financieras internacionales, como el FMI o el Banco Interamericano de Desarrollo, o liquidando las empresas públicas para incrementar el flujo monetario aunque las pérdidas en cada operación fueran descomunales, todas las recetas acababan retroalimentando una corrupción oficial que socavaba, aún más, el maltrecho aparato productivo del país.

Ya sé que ésta no es toda la explicación de lo que sucede en Argentina (hay otras excelentes, como la de transnationale.org). Pero, me parece, que es mucha más explicación de la que se nos está ofreciendo estos días. Hay momentos en que un país no obtiene crédito sólo de sus potenciales recursos o de las glorias de un pasado particularmente esplendoroso (casi siempre, por cierto, ligado al papel de suministrador de productos agroalimentarios al mercado internacional en coyunturas muy favorables, como las dos guerras mundiales). Como podemos comprobar en muchos de los foros que están apareciendo ahora en Internet, la sociedad argentina posiblemente se enfrenta ahora a un dilema para el que ninguna sociedad capitalista avanzada está particularmente preparada: la clase política la ha desertado, su implicación con la corrupción a todos los niveles la convierte en el objeto generalizado de desconfianza pública y la necesidad de regeneración social y política debe emprenderse desde un paisaje desertizado y sin perspectivas claras.

En estas circunstancias, "encontrarse" para propiciar esta regeneración se constituirá en uno de los factores clave del país en los próximos años. La emergencia de sectores sociales nuevos, con una visión política diferente y no contaminados por la corrupción, lo cual implicará el desarrollo pactado de mecanismos de control social y político, es una necesidad que el país viene reclamando a gritos desde hace dos décadas. Algo de esto ha comenzado a suceder con los cacerolazos, por una parte, y con la incipiente actividad que se está desarrollando en Internet, por la otra, para tratar de poner en claro un marco de referencia intelectual en medio del marasmo (véase, entre otros, el debate electrónico"Por una vez"). Son voces en la oscuridad que tratan de reconocerse, de encontrarse. Pero esa oscuridad está saturada también por una violencia social que viene de lejos, aunque avalada por facturas muy recientes, así como por intereses muy nítidos de las potencias económicas que siempre han visto a Argentina como una competidora a la que había que neutralizar.

De ahí la necesidad urgente de encontrar el hueco para repensar el papel que debe jugar Argentina ahora para salir de la larga noche de las agendas instaurada por los militares hace 25 años.

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