Editorial número 429
Muchas veces el que escarba, lo que no quiere halla
Estamos viviendo los últimos coletazos, posiblemente los más duros y prolongados, de la sociedad industrial. Bajo el paraguas de lo que eufemísticamente se denomina deslocalización, la industria busca desesperadamente reorganizarse bajo el sol que mejor la caliente. El impacto perverso de la deslocalización es que promueve una globalización más acelerada y tiende entonces a igualar las reglas de juego, dentro de los desequilibrios profundos que marcan la frontera entre la riqueza y la pobreza. La consecuencia es que los rincones privilegiados, "los paraísos de la producción" con abundante mano de obra barata, recursos fiscales locales suficientes y las necesarias infraestructuras para permanecer enganchado al mercado global, comienzan a escasear. La deslocalización produce además un doble efecto con secuelas contradictorias: desindustrializa los lugares que abandona y regenera el tejido socio-industrial allí donde las grandes empresas (e incluso las medianas) tratan de encontrar un nuevo espacio vital para sobrevivir.
En el primer caso, lo habitual es que el mercado laboral local sufra en carne propia las consecuencias inmediatas de la deslocalización. Sistemas productivos tradicionales desaparecen de la noche a la mañana y dejan en el paro a trabajadores descolocados por la edad y, sobre todo, por la falta de formación para afrontar los nuevos retos de una economía cada vez más decantada hacia la información y el conocimiento. En realidad, no es sólo que no estén preparados, es que es en esos momentos de desmantelamiento de estructuras productivas tradicionales cuando se advierte la escasa dotación de la propia comunidad y de su hábitat territorial para afrontar cambios de gran calado. No hay estructuras suficientes o suficientemente interconectadas para reiniciar una dinámica socioeconómica, ahora basada en el conocimiento. Faltan centros tecnológicos, de innovación e investigación, o de formación. Y, en general, la propia población no posee las herramientas conceptuales necesarias para dar un salto que se intuye de largo recorrido e inciertos resultados. Además, en esas circunstancias, Internet, aparte de permitir el acceso a determinados sectores de información información, se lo considera más como un artefacto lúdico (o, incluso, como una amenaza), que como un recurso estratégico. Es en este contexto que, en los últimos años, ha ido emergiendo un debate cuyos ejes expone con su acostumbrada claridad Susana Finquelievich en un artículo publicado en en.red.ando: "Más allá de las metrópolis: el desarrollo local y regional en la Sociedad Informacional". Frente a los grandes centros urbanos, con su magnetismo para atraer ingentes recursos, y también para perderlos frente a otros competidores, Finquelievich propone dotar de una mayor porosidad a las ciudades más pequeñas para que puedan absorber y generar el conocimiento necesario para desempeñarse en la Sociedad del Conocimiento. Este es el marco conceptual en el que han nacido las "zonas arroba", áreas en las ciudades o en regiones que tratan de frenar los impactos de la deslocalización industrial mediante una rápida reconversión hacia las tecnologías de la información y el conocimiento y las industrias que le son propias. En España, el primer proyecto de este tipo apareció en Barcelona, denominado "22@", con el fin de crear una especie de distrito tecnológico que permitiera recuperar una antigua zona industrial del barrio Poble Nou. Ahora, el ministro de Industria José Montilla ha anunciado la creación de "zonas arroba" en diferentes partes del país para integrar proyectos de innovación tecnológica en empresas que se ubiquen en áreas desfavorecidas y distritos urbanos degradados con pasado industrial. Estas experiencias tienen antecedentes en algunos proyectos pioneros que se plantearon tales objetivos prácticamente en ausencia de cualquier tipo de debate social, como fue el caso del Ayuntamiento de Callús. Pero, como mostraron estos ejemplos de hace tan sólo unos pocos años, y más recientemente el de Barcelona, la poción mágica no se cuece tan sólo con políticas públicas al estilo de los polos de desarrollo de los años sesenta o sus sucesores, los parques tecnológicos. El lema de la innovación y las tecnologías de la información frecuentemente encubren la tendencia a convertir las "zonas arroba" en parques temáticos donde caben desde las empresas de telecomunicaciones a servicios avanzados de conocimiento, o que reclaman serlo. Lo que se pierde de vista en aras de un cierto "resultadismo" es que estamos hablando de desarrollar la Sociedad del Conocimiento. Es otras palabras, sin el sustrato de una población que avanza al mismo tiempo en el uso, aplicación y ampliación de las tecnologías de la información, que promueve la hibridación entre la actividad en el mundo real y en el mundo virtual, las "zonas arroba" corren el riesgo de cuajar en parques industriales característicos de esta era de transición de una deslocalización que empobrece el tejido industrial y el soporte humano que lo sostiene, sin lograr la capacitación necesaria para hacer frente a la la emergencia de nuevas áreas de competencia en otras partes del mundo. Junto con la creación de "zonas arroba", las administraciones locales o regionales tienen que emprender el camino de su propia renovación que plantee respuestas claras y visibles a los desafíos actuales. No se trata tan sólo, por supuesto, de promover ventanillas electrónicas o una atención al ciudadano equiparable a la "atención al cliente". Es necesario abrir espacios virtuales de tipo colaborativo donde puedan expresarse inquietudes, demandas, indagaciones y reflexiones de manera colectiva que incremente el conocimiento estratégico de la comunidad. Este aspecto es particularmente importante para la industria, sobre todo para la PYME. A pesar de hallarnos en el medio de un cambio de enorme alcance propiciado por tecnologías interactivas que permiten parcelar la información y el conocimiento como nunca antes lo habíamos hecho, el recelo y el latigazo de la competencia le impide a sectores industriales y empresariales reconocer no sólo que comparten áreas de información estratégica, como suele admitirse en tantos seminarios y simposios, sino que deben invertir en la creación de espacios virtuales organizados para capturar esa información, reelaborarla, compartirla y convertirla en un activo de alto valor añadido. Esa es la alfabetización digital que se debería estar promoviendo en los nuevos sectores industriales que tratan de apropiarse de las tecnologías informacionales con más recelo que sentido de pertenencia y pertinencia. Mientras estos problemas no se aborden como parte de la creación de las "zonas arroba" y, de hecho, de cualquier política orientada al desarrollo de la Sociedad del Conocimiento, lo que nos está sucediendo es, en el fondo, más grave que la deslocalización industrial : la "deslocalización neuronal". Es decir, estamos juntos en el mismo lugar (localización), tenemos los recursos para explotar las capacidades necesarias para convertir a la información y el conocimiento en los bienes esenciales de la economía, pero nuestras neuronas no comparten el mismo espacio virtual donde dichos bienes alcanzan su máxima expresión y valor (globalización). No un espacio virtual compuesto por una sucesión de webs con aspiraciones de mostrador de ventas o de mera oferta de información, sino en cuanto proyección virtual de las organizaciones y de los colectivos humanos que las integran. Nuestras neuronas no se comunican allí donde puede quedar un registro organizado de su actividad que incluso se convierta en el recurso de formación que se necesita en estos momentos. Superar la deslocalización neuronal supone crear las estructuras materiales (por más virtuales que sean) para actuar en el mercado global sin necesidad de trasladarse físicamente a otra parte en busca de los recursos esenciales de la Sociedad del Conocimiento: innovación, I+D, centros de formación y de desarrollo tecnológico, etc. La creación y diseminación de estos recursos a través de una actividad organizada en redes de arquitectura abierta, como Internet, es lo que permite forjar el entramado local donde encajan las comunidades que le dan sentido a estas actividades. Ese debería ser el marco conceptual de las "zonas arroba" con el fin de protegerlas del infeccioso y nefasto virus del parque temático. |