Después de toda la escandalera armada por la
Recording Industry Association de EEUU (RIA), la
Sociedad General de Autores y Editores de España (SGAE) y similares vigilantes hasta del silbar en la ducha en pro de la defensa de los derechos de autor, ahora resulta que, como tantas veces se había predicho, tendrán que aprender a vivir con el enemigo, y amarlo. Las redes P2P, que nunca se habían ido pero habían experimentado más de un serio remezón en estos últimos años, regresan al centro del escenario, ahora de la mano de todo tipo de corporación, grande, mediana, pequeña, mini y hasta personal. Las empresas han descubierto lo que varios millones de personas venían disfrutando desde la era de Napster (y los científicos desde mucho antes): convertir al ordenador de cada usuario en un nodo de la Red es el sistema más eficaz, barato y eficiente para compartir y distribuir archivos entre millones de personas, o entre unas pocas. Arrollidémonos: el palo de la escoba ha sido descubierto y expuesto en todo su esplendor.
Hace apenas un mes, los ejecutivos de discográficas e industria audiovisual se desayunaron con un anuncio de la BBC que les atragantó el croissant: la corporación británica de radio y televisión iba a realizar un ensayo (controlado, eso sí) para compartir programas de TV a través de las redes P2P en Internet. P2P (Peer to Peer, o Persona a Persona en un traducción libre) es un término genérico que engloba a todas aquellas tecnologías que permiten compartir archivos en redes de ordenadores, con la peculiaridad de que el ordenador del usuario se convierte también en arte y parte de dichas redes: en su máquina puede almacenar archivos que son accesibles a otros usuarios y, viceversa, él puede acceder a los ordenadores personales de estos usuarios para descargar los archivos que le interese (previamente marcados como "compartibles", por supuesto), todo ello a través de Internet. De esta manera, además, los usuarios comparten sus respectivos anchos de banda lo cual supone una considerable racionalización y abaratamiento del uso de la red.
Desde Napster, estos sistemas P2P han abandonado la idea de tener un servidor central que mantenía un registro (por tanto, buscable) de dónde estaban almacenados los archivos. Ese fue el punto débil de Napster que la industria discográfica atacó con éxito en los tribunales: el buscador de ese servidor central promovía la copia ilegal al facilitar directamente el acceso a los archivos guardados en los ordenadores de la red. Tras el cierre judicial de Napster en julio de 2001, tomaron el relevo otros sistemas P2P, como Gnutella o Kazaa, los cuales abandonaron la idea del servidor central y permitieron a los usuarios que exploraran ellos mismos las redes para localizar los archivos que les interesaran. Para ello se utilizan complejos algoritmos de búsqueda que no están centralizados en un servidor en particular.
De todas maneras, la industria discográfica y audiovisual no ha cejado en su persecución de estas redes. Se ha metido en casa de los usuarios, les ha confiscado sus ordenadores, han proferido amenazas de todo tipo y han explorado el pozo sin fondo del ridículo en su pretensión de proteger cualquier tipo u ocasión de reproducción de música e imágenes. Y, por supuesto, han conseguido que el Congreso de EEUU les concediera la ley antipiratería (Pirate Act). Ahora, compartir archivos a través de redes P2P puede acarrear penas de prisión de varios años. El enemigo, pues, estaba acorralado y disfrutaba de buena salud: cada vez había más gente en estas redes, el tráfico era cada vez más intenso y, lo que nadie se esperaba, los propios defensores de todo tipo de derechos de autor han comenzado a descubrirle el gustito a estas redes que se saben donde empiezan pero resulta imposible imaginar hasta dónde conducen sus bucles.
El experimento de la BBC entra, por supuesto, en la categoría de "prueba de laboratorio estrictamente controlada". O sea, nada de lujuria digital. Participan 1000 usuarios británicos designados a dedo, el sistema incorpora un programa de "gestión de derechos digitales" por si las moscas y para controlar cuántas veces y durante cuanto tiempo se utilizan los archivos de los programas de TV. Toda la tecnología P2P de la BCC que, como es habitual en estos casos se mantiene en secreto (hasta que viene el listo de turno, le hace la autopsia de rigor y publica los resultados en... las redes P2P), está basada en BitTorrent. Este sistema P2P, el último hasta ayer que ha aparecido en Internet, trata de recompensar a quienes ponen más archivos a disposición de los demás a fin de equilibrar la carga de los ordenadores que componen la red.
A la espera de los resultados del experimento de la BBC, muchas otras compañías ya trabajan con las redes P2P para distribuir sus productos, como las empresas de soft, videojuegos, materiales educativos, credos religiosos, etc. A la línea de salida van llegando corporaciones de todo tipo, partidos políticos, redes ciudadanas, organizaciones que se oponen a algo o quieren construir algo que el poder no les deja, etc. El ocio y el entretenimiento comienzan a ser una categoría más de estas redes. No podía ser de otra manera. Los costos de almacenamiento y descarga se reducen considerablemente, la velocidad de distribución de los productos se acelera y, lo que es más importante, las redes se expanden o contraen con gran facilidad al expresar una alta capacidad de reacción a la bondad o no del material que intercambian. En menos que canta un gallo se crean comunidades virtuales informales, que mantienen una baja densidad de relación personal (a pesar de ser redes persona a persona), pero con una alta sensibilidad claramente visible a través de la actividad de carga y descarga de archivos.
Antes de que pestañeemos, las redes P2P no sólo estarán con todos nosotros, sino que nos parecerá inexplicable haber llegado hasta aquí sin haberlas usado antes. O no, al menos, como las usamos ahora a través de Internet. Y multitud de respetables empresas y organizaciones que ahora nadan en una sana ignorancia se preguntarán entonces, perplejas, a qué venía tanto escándalo.