Editorial número 168
Malo, pero ajeno, sabe a bueno
La
situación del castellano "empeora" en Internet. Según "El español en el
mundo. Anuario del Instituto Cervantes 1999", la única lengua que ha
crecido en la Red es el inglés (70% de las páginas), tras la que vienen
el japonés (5%), el alemán (3,3%), el francés (1,9%) y el castellano
(1,5%). Pedro Maestre, director del Centro Virtual Cervantes (1), sin
duda la entidad más activa en Internet en pro de la presencia del
castellano, achaca este descenso al "poco interés de los
hispanohablantes por poner sus contenidos en español". Maestre apunta a
la clamorosa carencia de una cultura informativa en los países
hispanohablantes, desde España hasta el resto de América Latina. Pero
no es la única causa y, en la actual coyuntura, quizá ni siquiera sea
la más importante. Tras el previsible crecimiento cuantitativo del
castellano en los últimos años en la Red debido al aumento de la
población conectada de los países hispanohablantes, ahora se
experimenta un retroceso debido a que los factores determinantes
comienzan a ser los "cualitativos". Y estos ya no son tan fáciles de
resolver.
Por
irónico que parezca, si nos atuviéramos sólo a los criterios
cuantitativos --crecimiento constante de la población internauta
castellano parlante-- la situación debería ser muy diferente de la que
expone el Anuario del Instituto Cervantes. Por una parte, la población
bilingüe inglés-castellano probablemente ha venido tocando techo en el
último año, mientras que, por la otra, crecía el número de quienes sólo
hablan castellano o son bilingües pero no en inglés.
A medida que se
han ido abriendo nuevos espacios en Internet, como la salud, la
educación, la tercera edad, el arte o los sistemas de información
locales, debiera haber aumentado la necesidad de disponer de más
contenidos en castellano. Sin embargo, no está sucediendo, o, al menos,
no al ritmo de crecimiento de la población internauta. Esto no quita,
sin embargo, que las cifras del Anuario no cuenten toda la verdad, pues
se refieren a páginas web. El uso del correo electrónico ha
experimentado en los últimos años un crecimiento notable y eso se
trasluce en la proliferación de listas de discusión. Pero la cuestión
de la escasez de contenidos permanece como un dedo acusador de nuestra
dificultad para convertir a la lengua en una industria de la
información.
A
mí entender, aquí se están conjugando varios factores que, con el
tiempo, cada vez van a pesar más en el destino del castellano en la Red
y, consecuentemente, en el desarrollo de una cultura digital adaptada a
las necesidades que ya está planteando la Sociedad de la Información.
Aunque la lista es larga, mencionaré los cinco puntos que me parecen
más evidentes (y urgentes de abordar) en España y América Latina, no
necesariamente en orden de importancia:
1.-
Las deficientes infraestructuras de las redes telefónicas y el alto
precio por acceder a ellas, lo cual impide que la mayoría de la
población hispanohablante incorpore Internet a su vida cotidiana. El
informe de Forbes (2) sobre el estado de Internet en Europa destacaba
este aspecto en el caso de España. Telefónica carga con una gran
responsabilidad en este sentido. La falta de velocidad de la
comunicaciones, la rígida política de interconexión, una estructura
tarifaria confeccionada para el enemigo, las escasas inversiones en
mejorar las redes de telecomunicación y la
inflexibilidad de la arquitectura de éstas, conspiran contra las nuevas
remesas de internauta, quienes navegan más con el ojo puesto en el
taxímetro que en las oportunidades que les ofrece Internet. Y si para
aprovechar estas oportunidades tiene que esperar tanto para verlas o
sufrir cortes constantes de las comunicaciones, no deja de ser heroico
el permanecer atento a la pantalla.
2.-
El tamaño de nuestra industria de contenidos es insuficiente, tanto a
escala individual como colectiva, por una parte, como desde su
perspectiva mental, por la otra. Esto se debe, en gran medida, a un
espectacular error de percepción sobre cómo funciona esta industria en
un contexto como Internet. Por una lado, la vasta mayoría de las
grandes empresas no han detectado todavía cuáles son sus contenidos
propios, ni cómo deberían prepararlos para competir en Internet. La
globalización sigue siendo para ellas un fenómeno externo que no tiene
que ver con su organización interna. Craso error. Por el otro, las que
han descubierto el ciberespacio adoptan de inmediato una curiosa
actitud de "esto es mío y no me lo va a quitar nadie porque soy la
mejor". Desconocen que en la Red las posiciones dominantes --con las
que sueñan apenas inyectan Internet en sus discursos-- duran tanto como
un congreso de gacelas inspeccionado por una manada de leones. La
economía digital se sustenta en la interrelación de una amplia
diversidad de actores y en flujos de comunicación impredecibles. Si a
esto unimos que la innovación en Internet todavía carece del prestigio
social que le permita difundirse a través de la Red como productos de
éxito (a menos que los mitómanos de siempre nos vendan todo cuanto
llega desde EEUU), tenemos entonces un cuadro donde resulta bastante
milagroso que siquiera tengamos algunos contenidos en castellano.
3.-
El apogeo de la cultura del marketing del despilfarro.
Administraciones, empresas, entidades, corporaciones de distinto
pelaje, etc., prefieren invertir en gestos mediáticos para una
posteridad de pocos días, que en el desarrollo de la industria de
contenidos propios. Los grandes y espectaculares acuerdos ganan
titulares en los medios de comunicación de masas (Retevisión-Excite,
portales de todos los colores, etc.), pero después no se traducen en
productos apreciables y apreciados en la Red. Es pan para hoy, hambre
para mañana.
4.-
Faltan "intelectuales orgánicos de la Red", capaces de pensar y
filosofar sobre las implicaciones del cambio social que se está
operando y, al mismo tiempo, de romper amarras
con la nostalgia de un mundo que se va. No los hay y ello colabora en
el retraso del castellano en la Red. Por otra parte, la administración
pública juega un papel ambivalente respecto a Internet. Por un lado se
felicita de las extraordinarias oportunidades que abre un mundo en red
y, por el otro, o no pone los medios para crearlo o enfatiza los
ángulos más emparentados con políticas de seguridad, censura o control,
o sea con el miedo. Si se quiere que los contenidos en castellano se
conviertan en los cimientos de una cultura digital sustentada en la
lengua, intelectuales y figuras públicas deberían conocer y alentar el
tempestuoso alud creativo que están experimentando las redes y que
afecta a la economía, a la política, al ocio, a todos los sectores
sociales, a cuestiones como la marginalidad, la exclusión, o el paro,
temas todos ellos que tanto espacio ocupan en discursos públicos vacuos
de soluciones.
5.-
Finalmente, el destino de la lengua como industria, en un mundo donde
la información actuará como elemento organizador de la economía, estará
unida a su capacidad para expandir Internet hacia los aspectos más
cotidianos de la vida ciudadana. Descubrir las nuevas oportunidades,
enlazar comunidades cuyos intereses comunes permanecen envueltos en el
velo opaco de la falta de interrelación, invadir los terrenos que hasta
ahora han permanecido cuidadosamente parcelados por un tipo de
conocimiento elitista, son algunas de las tareas pendientes donde los
contenidos en castellano apenas han incursionado. En el fondo, se trata
de fundir la cultura de lo real en la cultura de lo virtual y vehicular
este tránsito a través de la lengua. Si no lo hacemos, otros lo harán
traduciendo sus productos, como ya viene sucediendo ante la parsimonia
de quienes teniendo los resortes para plantar cara prefieren unirse a
ese carro en aras del marketing mediático. Esta es una actitud más
regalada que clavar los codos y desarrollar contenidos propios. Y es
una de las tantas que contribuye a mantenernos en el quinto puesto de
la liga de lenguas en Internet, a pesar de ser la segunda en el
occidente del mundo real. |